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Sin duda Felipe es el personaje más carnoso, con más claroscuros de toda esta ópera que nos ocupa. A lo largo de la partitura, íntimamente unida a un libreto cuidadísimo en todo a lo que Felipe se refiere (como veremos en el apartado correspondiente al tratar de las versiones), Verdi dibuja al hombre y al rey, al padre y al esposo frustrados, al ser humano encerrado en los propios muros de su alma. Veamos todo ello a través de la interpretación comedida e intimista (adecuada, es cierto, a sus condiciones vocales) que hizo Van Dam en el teatro del Chatelet en París en 1996, con Pappano en el foso (
ver). Otras interpretaciones que escucharemos más adelante nos darán otros acentos y otros maticez, pero lo primordial está aquí. Esta grabación nos es útil además al incorporar toda la partitura original conocida (en lo que a Felipe se refiere, una versión del duo con Posa distinta a la usual y el Qui me rendra ce mort tras la muerte de éste). Pero dejemos la explicación de las versiones para otro momento y centrémonos en el personaje.
Felipe, la máxima expresión del padre verdiano
Muchas de las claves para comprender el papel nos las da la comparación con otros personajes paternos diseñados por Verdi. Tomando como referentes a Amonasro, a Germont y a Rigoletto, observamos cómo Felipe II concierta elementos de los tres. Por un lado, el hecho de ser rey lo asocia rápidamente con la música solemne y de autoridad propia de Germont. En otras palabras, Felipe es, en su condición de rey, una figura solemne, pétrea. Tan pétrea como Amonasro, a quien le une la extrema violencia de alguna de sus apariciones (es inevitable comparar la parte final del dúo de Amonasro con Aida, con el dúo del IV Acto de Felipe e Isabel). Sin embargo, la grandeza del personaje estriba en convertir estos dos primeros rasgos en un simple caparazón. Su ruptura es lo que le confiere complejidad al personaje. En ese camino de ruptura es, a mi juicio, donde Rigoletto y Felipe se encuentran. Rigoletto, a pesar de la tierna actitud hacia a su hija (ausente por completo en Felipe), es un padre fracasado. Su propia obsesión paterna es la desencadenante del drama. Y cuando quiere enmendar la tragedia actúa como un semi-hombre, delegando el crimen en un matarife. En ese sentido, Felipe recibe ecos de Rigoletto, ambos padres fracasados y monstruosos.
Pero el encuentro se produce sólo a medio camino. Porque Felipe, de la mano de una trama mucho más compleja que la de las tres óperas citadas, va más lejos. No sólo por el contenido político evidente, que le da una dimensión interesantísima a la ópera, sino porque su duda llega a hacerle poner sobre la mesa el asesinato de su hijo. Una duda que enseña con franqueza el lado más débil del monarca: su incapacidad para dominar a su hijo en la escena de la coronación, el monólogo entre sueños casi alucinado del IV acto, su postración ante el poder del Inquisidor. Hasta llegar a la suprema derrota al final de la ópera, desconcertado y sobrepasado por la aparición del espectro del emperador Carlos.
Mañana seguiremos la exposición con fragmentos de la grabación de Pappano y ampliaré estas ideas. Para abrir boca un matizadísimo
Elle ne m'aime pas, aria que condensa al personaje y que mañana comentaremos con calma.