La dirección de Muti ha sido magistral con una orquesta que tiene sus limitaciones y, además, se notaban menos ensayos que en el Mercadante del año pasado. Primorosos detalles, contrastes dinámicos, variaciones de tempo que crean clímax, impecable concertación... Magnífica la obertura, el preludio del acto segundo que da paso al recitativo de Ernesto, así como el concertante y stretta finales del mismo acto.
Sin embargo, el reparto ha sido bastante flojo y estamos hablando de una obra en que las voces y el canto son esenciales, baste sólo recordar que la estrenaron, nada menos, que Lablache, Tamburini, Mario y Grisi. Todos ellos figuras excepcionales de la primera mitad del Ottocento.
Plebeyo, fuera de estilo y falto de nobleza el protagonista de Nicola Alaimo. Correcto y habilidoso, pero insignificante vocalmente el Malatesta de Luongo. Ambos lograron alguna cota expresiva gracias a la guía de la batuta. Korchak canta bonito, pero es un tenorino corto y con problemas técnicos que quedaron en evidencia en su gran escena del acto II "Cercherò lontana terra" y la cabaletta subsiguiente, en que la tesitura (constantemente situada en la zona paso-agudo) le planteó no pocos problemas no sólo por la propia limitación de su instrumento, sino por no estar correctamente realizada la cobertura del pasaje.
La Buratto fue la mejor, pero se notaron diferencias respecto al año pasado. Es una soprano ligera genuina, de centro poco consistente y que gana brillo y sonoridad arriba, pero la cantante ya está engrosando el centro y buscando resonancias en el grave mediante el expediente de ¡¡¡imitar descaradamente a Anna Netrebko!!!
La producción no estorbó, sirvió para que el público siguiera la obra maestra donizettiana, se divirtiera, sonriera, se compadeciera del protagonista..., pero no se pudo quitar de encima una impresión de montaje pobretón, como de teatro de pueblo.
Lo mejor de la temporada sigue siendo la superabuela