Comienzo con mi primera crónica berlinesa:
Candide, de Leonard Bernstein. Staatsoper im Schiller Theater. 11-11-11Divertidísima representación de esta joyita: una historia llena de humor negro y absurdo, con una partitura chispeante y divertida. Una ópera de la que solo conocía (y de pasada) el
Glitter and be gay, una magnífica sorpresa para mí.
En primer lugar, y quizá lo más importante (
) en una ópera como esta, que busca la risa y la complicidad con el libretto, es la brillante puesta en escena de
Vicent Boussard. Con un escenografía que no cambia, presidida por el marco de una puerta, y unos pocos elementos móviles como la bañera, pero nunca minimalista, gracias a un vestuario ridículamente fastuoso y a la inquieta dirección de actores. Brutal la aparición del arzobispo, vestido como un gran árbol de navidad dorado lleno de lucecitas de colores, y del judío. Nunca me había reído tanto en una ópera. El único detalle negativo es que el narrador, supongo que por razones cómicas, tenía un acento alemán muy marcado, y costaba mucho entenderle (no se sabía si lo que hablaba era inglés o alemán).
En segundo lugar, la labor del director musical,
Wayne Marshall, supo transmitir al público ignorante como yo, los valores de una partitura variada, compleja y chispeante. No hubo un momento aburrido en la música: todo fue alegría, patetismo o emoción. (Como apunte de sociedad, era la primera vez que veo a un director dirigir en camiseta)
La orquesta sonó fantástica. El coro, sin embargo, no termina de convencerme. Acostumbrado al sonido puro del Cor de la Generalitat, no me gusta el vibrato excesivo de las sopranos de los coros de aquí. Sin embargo, no se puede criticar su labor en esta ópera, que tanto requiere al coro, y e el que, a mi parecer, ignorante de la partitura, estuvo impecable.
En tercer lugar, los cantantes. La verdad, en ese sentido no iba con unas expectativas muy altas al ser cantantes poco conocidos en unas funciones de repertorio y de una ópera poco común. Pero el tenor me dio una muy agradable sorpresa.
Leonardo Capalbo es una voz muy bella, ancha, con muy bien agudo y un fiato notable. Un descubrimiento interesante, y para los amantes de la voz de tenor, alguien que puede dar bastantes alegrías en un futuro. Además, es guapete, y era gracioso de colegial ricitos inocentón. En el debe, que no todo es perfecto, un centro artificialmente engrosado, que trata de parecer de barítono, y la incómoda sensación de que, en las notas largas, el sonido se va estrechando poco a poco (pero sin llegar a ser alarmante). La soprano, en cambio, no estuvo al mismo nivel. La voz de
Maria Bengtsson es bella, sin duda, pero le falta mucha agilidad para dominar un personaje como el de Cunegonde. No brilló especialmente en su aria, y por lo que me dijo una amiga (yo estaba sentado en primera fila, centro
), la voz es pequeña. A pesar de lo anterior, estuvo muy digna, sin entusiasmo de ningún tipo, pero digna (y daba gusto verla).
Menuda sorpresa me llevé al ver que
Anja Silja cantaba. Yo que la creía retirada tras las Sacristanas del Real... La voz, por supuesto, está envejecidísima. El agudo es hipertembloroso y el centro es inaudible. Pero es que la ves bailando el tango de la Old Lady, y te das cuenta de por qué se resiste en retirarse: porque se lo pasa en grande. Conserva su gran hacer como actriz cantante, y eso para este tipo de roles cómicos-episódicos, es suficiente. A estas alturas, es una artista que ya no tiene nada que demsotrar. Además de que tiene unos señores graves de pecho. Respecto al resto,
Graham Valentine hizo un Pangloss muy enfático (demasiado para mi gusto), con la voz siempre nasal, y abundantes gallos durante su muerte, supongo que para resaltar la comicidad de la escena. El resto, bastante bien dentro de sus cortos papeles, cantados siempre con solvencia.
En resumen, una función muy divertida y disfrutable, en la que me reí a gusto, y me hizo olvidar del resfriado que llevaba encima y el dolor de cabeza. Solo se me hizo duro el final, aunque creo que es porque empezó a dolerme un poco más la cabeza. Pero vamos, que me lo pasé de miedo