¿Cómo voy a ir al día con el hilo de las catas?
Una figura con peluca se acercó en la penumbra al pobre maestro periodistilla Gino. Era el Marquis, dispuesto a acabar con un maestro más. Loge estaba cuidando no se que roca en la que era vigilante jurado por las noches, y el gran inquisidor dormía plácidamente tras su Valium diario. Era presa fácil...
A ver... la cosa podría ir así: el gran inquisidor está soñando con sus cosas, y con su hermosa voz de bajo (debe de ser lo único que tiene hermoso) va dando órdenes: quémame a este, unos cuantos pellizcos a ese otro... Pero la digestión de los tres platos de callos que se ha zampado para cenar es dura, y de repente el director musical le comunica que Plácido se ha encaprichado con su papel y va a cantarlo durante los próximos tres años. El gran inquisidor abre la boca para amenazar con el potro al director, pero su voz ya no es su voz, es la de Plácido. Aterrado, se despierta empapado en sudor, y a su sensible nariz llega un repugnante olor a cebolla. ¿Cebolla? El Maestro Gino y él han cenado callos, picantitos, riquísimos, no cebolla. Hay un extraño en la habitación. Da la alarma, entran sus esbirros, se oye ruido de lucha, y no se sabe si en el cumplimiento del deber o víctima de alguna venganza, cae muerto (ohhhhhhhh, qué penaaaaaaaa!). Para entonces, el Maestro Gino ya ha puesto pies en polvorosa, salvado in extremis por Plácido.