Después de la función del Pérez Galdós entran ganas de parafrasear a aquel cónsul que describió a la flota española bloqueada en Suez en 1898 como "dos buques de guerra; lo demás, basura". El caso es que anoche tuvimos dos cantantes de ópera sobre el escenario, mientras que el resto del reparto, si bien sería injusto calificarlo de basura, ciertamente no estuvo al mismo nivel.
El primero fue Fabio Sartori. Me dicen que no está considerado un cantante de primera línea, pero anoche resultó mucho más solvente que algunos de sus colegas que si lo están, a los que uno siente padecer lo indecible mientras cantan. Tal vez no sea un fino estilista, tal vez haga alguna trampilla de vez en cuando, pero el caso es que en escena había un TENOR. Un tenor a la antigua, de esos que sólo interpretan con la voz, una voz vibrante y squillante de las que llenan el teatro y hacen que uno sienta un calorcillo debajo de la piel.
La segunda fue Elena Manistina, poseedora de una poderosa voz de mezzo dramática, de agudo fácil y grave rotundo. El papel de Ulrica es breve, pero mientras estuvo en escena tuvo a todo el público pendiente de ella sin pestañear. Espero poder escuchar en vivo su Azucena algún día.
Del resto del reparto, Rafaella Angeletti es una cantante muy expresiva y con unos graves que en una soprano resultan espectaculares; por demás, el registro medio suena mate, los agudos le cuestan y no proyecta bien las medias voces; estuvo mejor en su escena y dúo del segundo acto que en el Morrò, ma prima in grazia. El barítono Leonardo López Linares no me gustó; tiene un buen agudo, pero la línea de canto es irregular, la voz le tiembla en los momentos más inoportunos y es todavía peor actor que Sartori. La soprano local Elisa Vélez, que hizo el típico Oscar-jilgero, fue víctima de una dirección escénica que la tuvo continuamente haciendo cabriolas y payasadas y sólo pudo lucirse en el final de la ópera. El bajo Fernando Radó volvió a mostrar que la naturaleza ha sido generosa con él, pero su Samuel estuvo bastante ayuno de socarronería en el gran concertante que cierra el segundo acto (Ve', se di notte qui colla sposa).
El director Massimo Zanetti intentó dar una visión personal acentuando la truculencia de las partes más dramáticas (el inicio de la escena de Ulrica hizo saltar a más de uno en la butaca), pero las partes más desenfadadas carecieron de chispa y la orquesta no sonó tan bien como en otras ocasiones.
Mario Pontiggia sitúa la acción en Boston, pero (en una de esos saltos temporales cuya razón se me suele escapar) justo después de la Guerra de Secesión. Evidentemente, la acción tiene lugar en un universo paralelo, no en el nuestro, porque ya me dirán ustedes qué demonios hace el Ku-Klux-Klan actuando al norte de la línea Mason-Dixon, y qué pinta un conde inglés gobernando uno de los Estados de la Unión.
_________________ No dejes para mañana lo que puedas hacer pasado mañana
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