Después de 10 largos años, regresa La Traviata al Teatro Real de Madrid; una obra cumbre del género y una de mis óperas favoritas.
En la función del estreno el Real estaba casi lleno, y las expectativas muy altas. Y sin embargo, tengo la impresión de que la sombra de la producción de Pier Luigi Pizzi en 2003 y 2005 ha sido alargada, cosa que ya me sorprende.
La producción de
David McVicar, que ha estado en Barcelona y ha estado de gira en Gales; tiene ideas sugerentes dentro de la línea clásica. La producción nos presenta una ambientación en el siglo XIX pero sombría. Como es habitual, la acción empieza con Violetta ya fallecida, con los muebles tapados y la casa deshabitada, con Alfredo recogiendo una rosa recordando así al amor de su vida. De hecho, unos telones negros van ampliando y reduciendo el escenario según avanzasen los actos. En el primero vemos una fiesta animada sobre una sala oscura, lo que puede ser un indicio de sordidez o de un claro declive de Violetta. En el segundo acto esos telones oscuros nos muestran a Alfredo expresando su felicidad tras haber pasado la noche con su amada o unas escenas más tarde abriéndose ampliamente en el dúo entre Violetta y Germont Padre. Quizá una de las más destacadas ideas de la puesta en escena es que la acción trascurre sobre la lápida de Violetta.
El tercer acto fue un momento a destacar ya que me pareció el momento más logrado, ya que los personajes sacaban su lado más dramático, además de realizarse con una iluminación reducida: la oscuridad previa a la muerte de nuestra heroína.
Y sin embargo, no puedo dejar de pensar en que la producción de Pizzi me parecía más efectiva tanto en dirección de actores como en belleza estética, con esa ambientación años cuarenta, con esa fastuosa escena en casa de Flora, o con las penumbras aún mayores en el tercer acto, con sólo la cama y el balcón visibles.
En cualquier caso, la puesta en escena no molesta y acompaña a la acción. Y pensar que se dijo que Mortier la quería con puesta en escena de Robert Wilson y con Christine Schäfer ¡habría dado
lo que fuera por ver esa Traviata!
Renato Palumbo realizó una dirección orquestal en muchas ocasiones irregular: el preludio pareció ir rápido pero luego la dirección iba por momentos ralentizándose. Y como ya sucedió en la Tosca de 2011, el viento metal sonó en una línea de forte que en ocasiones podía llegar hasta a ser vulgar. Pero en el tercer acto la cosa mejoró y el preludio de ese acto le salió muy intimista. Hay que decir que los momentos más efectivos solían ser los zambombazos orquestales, tales como el "Giammai" de Violetta en el dúo con Germont o al final de los actos segundo o tercero. Pero vaya, también me quedé pensando en la dirección Jesús López Cobos en 2003; una de las mejores prestaciones que le he visto y donde las cuerdas tenían un sonido precioso. Y no me gusta mirar al pasado, que conste. Hubo el tradicional corte en el
Ah, forse lui che l'anima, que sin embargo en la pasada producción se cantó íntegro.
El coro muy aceptable, siempre en su buena línea.
Ermonela Jaho debutaba en el Teatro Real. La voz me pareció al principio algo pastosa, pero cumplió. Me gustaron mucho los pianissimi en el
Dite alla Giovine, algunas florituras en el final del
Ah forse lui, y su actuación iba ganando en dramatismo a medida que avanzaba la velada, alcanzando su mejor momento en el
Addio del Passato. En el
Sempre Libera se la veía limitada en la coloratura no obstante y a veces tapada por la orquesta, algo que le pasó también al tenor.
Francesco Demuro también debutaba en el Teatro Real. Su voz es juvenil -algo que me encanta-, pero en ocasiones la voz llegaba limitada a las zonas superiores del teatro. En el acto segundo parecía tener complicaciones en su escena de entrada, especialmente en algunos agudos del
O mio rimorso pero creo que salió airoso de ellas. Y vale que me estoy repitiendo, pero también en el acto tercero tuvo su mejor momento: el
Parigi, o cara fue formidable.
Juan Jesús Rodríguez fue la gran voz del reparto, como era de esperarse. Su monumental voz estaba escalones por encima en volumen a sus colegas protagonistas. Y como nos tiene acostumbrados, supo hacer compatible esa cualidad con un bello canto, aunque personalmente le prefiero en los Pagliacci del año pasado. El
Di Provenza y la cabaletta fueron excelentes momentos y muy aplaudidos.
En cuanto a los comprimarios, muy dignos todos. Mención especial a
Marifé Nogales como una estupenda Flora y a
Fernando Radó, siempre profesional, como un estupendo doctor Grenvil.
En 2003 y 2005 estuvo mejor cantada, pero espero que el nivel de las funciones suba porque cada vez que La Traviata llega al Real se produce un acontecimiento, y de hecho las entradas están muy vendidas ya. Uno de los dramas más complejos e impactantes de Verdi, por no hablar quizá de la ópera más popular de todo el repertorio. Siempre hay momentos para la emoción con esta música. Espero ver otra función de otro reparto, porque la ocasión lo requiere. 10 años sin una Traviata en un gran teatro me parecen demasiados.