Mi primer comentario al terminar el concierto de Sondra Radvanovsky fue: ¡Está viva!. Y es que no esperaba tanto de la actuación de esta ilustre soprano americana.
Es evidente que la voz ha perdido un poco del brillo de de otros tiempos, lo que se traduce en que a veces los graves suenan un poco aplastados, en unos cambios de color al cambiar de registro demasiado acusados, coloratura a veces deficiente o inexacta y un ocasional vibrato más deseable de lo que el estilo belcantista precisaría. Pero ese timbre incisivo, un volumen y una proyección espectaculares, una interpretación dramática y algunas de sus capacidades técnicas completamente intactas hicieron el milagro. Su facilidad para los agudos filados, un estupendo uso de los contrastes dinámicos y un muy buen gusto para los portamentos, ahí están. Eso sí, su pronunciación del italiano, aunque esta vez mejorado, sigue siendo su punto más débil..
Dicho esto, ofreció una interpretación que estaría al alcance de muy pocas cantantes de hoy, más tratándose de un programa tremendamente exigente donde cantó las escenas completas con sus correspondientes introducciones y cabalettas finales. Un tour de force asombroso.
En mi opinión, lo más flojo de todo fue precisamente el comienzo, con Anna Bolena. Supongo que algo de nervios y empezar así en frio hicieron su parte. Con alguna imprecisión en la afinación, dificultades en las medias voces del registro central, unos trinos la mayor parte de las veces inaudibles o cuasi inexistentes, y saltarse el sobreagudo final, su canto estuvo pleno de matices, emoción y teatralidad. A años luz de la Bolena que le vi el mes pasado a Federica Lombardi.
Con Maria Estuarda las cosas mejoraron ostensiblemente. Empezó con el estupendo coro “O truce apparato”, para mi el mejor de Donizetti, que el titular del teatro interpretó maravillosamente. En la preghiera desplegó el arte del filado, la media voz y unas ascensiones al agudo en piano bellísimas. La nota sostenida — no sé si es un sol o un la— que debe cantar con el coro de fondo fue emitida de una vez, terminándola con el consabido aumento dinámico al forte. No sé si llegó a los 20 segundos de Caballé pero fue ejecutada con enorme belleza. Hizo además un pequeño alarde con algún sobreagudo de su cosecha; no cantó las dos primeras estrofas de “Dúo con che muore” (o yo, en unos segundos de pérdida de conciencia, no lo escuché), lo cual quedó raro. Esta vez sí que cantó el (creo que Re sobreagudo) del final.
Y en Roberto Devereux escuchamos lo mejor del concierto. El patetismo del personaje, su soledad, su ira, rompiendo un poco la voz, exaltándose o llenándose de dignidad cuando lo pedía el momento, fueron un modelo de interpretación. Si, en mi opinión, los personajes de Donizetti son prácticamente los únicos que se pueden considerar como creíbles desde el punto de vista humano, y me refiero a sus emociones y reacciones, Radvanovsky me lo demostró una vez más.
Con la emisión algo más homogénea que en las anteriores, “Vivi ingrato”fue toda una muestra de como ejecutar el canto spianato sin que por ello se tenga que perder un ápice del drama personal que está contándonos el aria. Y en esa maravillosa cadencia descendente que es el clímax vocal del aria, si no llegó a la cumbre absoluta de Caballé, cerca anduvo. La cabaletta fue un prodigio de entrega y emotividad, también esta vez coronada por un sonoro sobreagudo final.
Bien la orquesta ( su sonido me pareció bastante mejor que el de la Deutsche Oper en la misma obra, que es una orquesta excelente) y bien el coro, aunque hubo algún desajuste que otro.
Frizza conoce este repertorio, dirigió animadamente y con suficiente variedad expresiva, lo que es imprenscindible para que este repertorio pase de parecer un chimpún a la exquisita música que, sin embargo, es.
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