Gruberoviano escribió:
Esto yo creo que también ha cambiado. Ahora al cantante se le exige una forma física, entre otras cosas para que se pueda mover por el escenario. Ahora una cantante como Caballé no haría carrera; y de hecho una señora como Angela Meade está haciendo el 25% de la carrera que podría haber hecho si pesase menos (también es porque cada día canta peor, pero eso es otra historia). Esto ES así. Los tiempos cambian, los paradigmas cambian.
Yo de los cantantes ahora espero una cierta forma física e incluso una adecuación al rol... No tendría sentido fichar a un Cavaradossi con más de 60 años, por muy bien que cantase. Esto bajo mi punto de vista. Cavaradossi es JOVEN. El momento de cantar Cavaradossi es cuando eres joven; como el momento de cantar Eleazar en LA JUIVE es cuando eres más maduro. Las dos son partes de tenor protagonista.
Esto que dices, imagino que lo sabes, supone la renuncia definitiva al
belcanto con la calidad y los niveles de exigencia que algunos desearíamos que tuviera; es decir, la liquidación del género y su conversión en una especie de teatro musical, donde la técnica cedería toda su importancia al atletismo y la apostura física (vamos, un poco como el cine, pero sobre un escenario). En este sentido, y te lo digo con todo respeto, tu postura me parece de un conformismo y una contemporización preocupante y del todo rechazable. A partir de ese planteamiento, entiendo, un tenor como Alfredo Kraus, por ejemplo, no tendría que haber seguido interpretando sus papeles fetiches (casi todos ellos muy jóvenes), pues se veía a la legua que no era el muchacho que dichos roles exigen físicamente. Pero es que esto va en contra, incluso, de lo que dictan las leyes de la naturaleza, pues hay papeles operísticos que sólo se pueden interpretar cuando el cantante llega a cierta edad. Pensemos, por ejemplo, en el Siegfried wagneriano, que es un auténtico adolescente, pero que ningún muchacho de esa edad podría cantar realmente. ¿Y qué decir de Caruso, Bergonzi, Pavarotti y otros tenores históricos (y lo mismo podríamos afirmar de sopranos, barítonos, etc.), que no fueron, precisamente, hombres y mujeres apolíneos, esbeltos, altos y hermosos, interpretando héroes y heroínas que sí lo son, como Cavaradossi, Andrea Chénier, Lucia, Violetta, Tosca, Carmen, etc.? ¿Cómo compaginamos, entonces, esa cesión al realismo que planteas con las exigencias que la música y la verdad dramática imponen? Yo creo que dicha cesión no es, precisamente, el camino que necesita la ópera (si quiere seguir siendo tal, claro). Por lo demás, asumiendo tus postulados, ¿dónde quedan entonces la magia del teatro y la aceptación de códigos y servidumbres (limitación vocal) que se suponen implícitos en todo espectáculo operístico? ¿Los sacrificamos todos a esa autenticidad física que propugnas en aras de una lógica que rompe por completo con lo que de maravilloso, difícil e inimitable tiene la ópera?