Hacía frio en Berlín, supongo que el calentamiento global andaba en pausa.
Hacía frío porque las temperaturas habían bajado, pero Berlín puede ser muchas cosas, pero nunca una ciudad fría. Entre sus múltiples aristas, con sus obras interminables y su vergonzoso aeropuerto cohabita el Berlín de Bowie, el Berlín del Kit kat klub, el Berlín de Alfred Döblin y Fassbinder, el Berlín de la vida caliente y desvergonzada.
Y como ciudad de contrastes enormes, de polos opuestos, si a uno, lo que le pide el alma, es reposar en la mal llamada música culta, Berlín también es la ciudad con más y mejor oferta. Con su Filarmónica, su Staatskapelle y sus tres óperas, todo ello a una quinta parte de precio de Madrid, no lo supera ni Viena.
Aunque bien mirado, también encuentro calidez en la buena música, también es hedonismo abandonarse en la belleza, por lo que tan opuestos no son esos polos.
Por eso, cuando me toca ir a trabajar a Berlín, que cada vez es más a menudo, me alegro, y espero poder tener alguna tarde/noche libre, aunque llegar desde Valencia sea una odisea.
Pues eso, hacía frio en Berlín, y lo mejor de lo que más me gusta que coincidía con mi presencia, era un Samson y Dalila de Saint-Saëns en la Staatsoper, obra a la que le tengo mucho cariño al ser la primera que vi en directo hace ya 33 años. Y, cómo no, ahí que me metí.
Era la primera producción de Damián Szifrón, director de cine argentino que estuvo nominado a un Oscar por sus Relatos Salvajes, película que les gustó mucho a Matthias Schulz y a Daniel Barenboim cuando la vieron. Este último, siendo paisano, le invitó a dirigir una puesta en escena en la Staatsoper, proposición que Damián no pudo rechazar.
La visión de Szifrón del relato del libro de los jueces es una decepción completa, sobre todo en su primer y segundo acto, interpretados ininterrumpidamente. Mi indignación fue tal que estuve a punto de hacer una Tuckerada y largarme en el descanso. Me explico:
Todo es fiel al relato de la ópera de Saint-Saëns y Lemaire, y además con gusto y elegancia. Los Israelitas, van de Israelitas, Los filisteos, de Filisteos. El primer acto es en Gaza, el segundo en Valle de Soreq. Indignante. Nada de necrofilia, nada de zoofilia, ni una triste felación. Bueno, Sansón en el segundo acto se calza sutilmente a Dalila, pero es que la biblia especifica que en el valle de Soreq la conoció por primera vez, y en la biblia conocer significa… No preocuparse, que fue consentido.
Ni siquiera nos ofrece una reinterpretación de la obra inspirada en El Viaje de Chihiro, que como todo el mundo sabe, no tiene nada que ver, pero podía haber ayudado mucho a entender la opresión fascista de los Filisteos, o de Sansón, o de alguien, evidentemente por culpa de la represión judeocristiana que emana desde el Vaticano, aunque faltasen un carro de siglos para la creación del fascismo y del Vaticano.
Y no, en su lugar, escenarios de cartón piedra coherentes, vestuarios consecuentes y la acción siguiendo fielmente el libreto. Inaceptable.
Así no. Así la sociedad no progresa. El arte, se hace para destrozar el arte, y para remover conciencias asqueando a los espectadores. Las pajas mentales de los directores de escena y sus terapeutas deben expresarse según los dictados de la tendencia política adecuada, de la forma y manera que les dé la gana, y si es denigrando obras maestras, a joderse. ¡Coño, que la sociedad se tiene que mover, aunque sea hacia detrás!
Menos mal que en el tercer acto, y aprovechando la bacanal (oportunidad que viene que ni pintada, hay que reconocerlo), el regista hace bailar a 6 bailarinas con los pechos al aire. Aun no entiendo por qué Rigoberta Bandini dijo eso de que nos dan miedo sus tetas. A mí me dan alegría. En particular las de una de las bailarinas, que se bamboleaban siguiendo la música de forma elegante e impecable, se notaba el trabajo de ensayo en la sincronización. Las de las otras, tampoco me molestaban, pero en función de mis gustos, no seguían tan bien el tempo marcado por el director. Aunque he de reconocer que me distrajeron un poco de la magistral prestación de la Staatskapelle en la bacanal. Eso sí, en otra indignante muestra de machismo despreciable, ningún desnudo integral masculino aconteció. Sólo el torso, como en el caso de las bailarinas. Y es que sin unas cuantas chorras pendulantes por el escenario es difícil transmitir un mensaje correcto que remueva conciencias y nos haga avanzar hacia un mundo de progreso. ¡Estamos en 2023, leñe! Hay que hacerlo. Y si luego hay que insultar llamando homófobo al que no lo entienda, pues se insulta.
Me quedó una duda sin aclarar. En el tercer acto, unos filisteos degüellan a unos israelitas, estilo ISIS. Y no tengo claro si ese mensaje es el correcto, o no. Por una parte, pudiera ser que pretenden provocar una reacción en los espectadores que los lleve a consumir menos carne roja, con lo que el efecto es positivo. O, por el contrario, lo que se pretende es denigrar a una etnia o a una minoría, atacando gravemente a la diversidad, por lo que es negativo y evidentemente denunciable por delito de odio.
Al final, Sansón, ciego, se encomienda a Yahvé y derrumba el templo con los Filisteos dentro, como en el libreto, como en la Biblia. Vamos, una mierda.
La orquesta, la dirigió Thomas Guggeis, un pipiolo del que yo no tenía ni puñetera idea de quien era, y que está dirigiendo mucho a la Staatskapelle tras la desaparición de Barenboim. La Staatskapelle sonó como los ángeles, ¡Y es que es tan buena! Brillo, transparencia, poderío, matices, todo. Un lujo. ¡Pero como son estos teutones! Ni una concesión al público, ni un segundo para aplaudir. Ni después de las arias, ni después de los coros, ni al finalizar el primer acto, completamente enlazado con el segundo. Claro, así la ópera dura 20 minutos menos, y como empieza puntual, a la hora, como un reloj, pues media hora menos que España, 45 minutos menos que si está Benini.
Lo mismo se puede decir del Staatsopernchor, con lo importantes que son los coros en esta ópera/oratorio. Imponentes los inicios con el coro de los hebreos, así como el Hymne de joie. Emocionante, delicado y sutil el coro femenino Voici le printemps. Soberbio.
Dalila fue Anita Rachvelishvili. Anita tiene una voz oscura, preciosa, carnosa y mórbida, con graves rotundos (con lo raro que es eso), medios portentosos, y agudos refulgentes. Y estuvo fantástica, aunque creo que aún no se ha recuperado completamente después de dejar temporalmente de cantar tras su embarazo y maternidad. Lo dejó porque su cuerpo no le reaccionaba adecuadamente cuando lo forzaba y pereciera que siga teniendo miedo a forzarlo. Yo le había visto en un recital Mon coer s’ouvre a ta voix previo a su maternidad y fue un portento emocionantísimo e inolvidable. El de Berlín fue muy bueno, vale, como su actuación toda la noche, pero parecía que aún le quedaba una marcha, que no ponía toda la carne en el asador, todo lo que lleva dentro, que tenía contención en los momentos de máximo esfuerzo. Pero, en cualquier caso, es una delicia verla.
Brian Jagde fue el más aplaudido de la noche. Este sí que se vació dejando en el escenario todo lo que tiene dentro. Su voz es poderosa, brillante, con arrojo. Y ahí también hay belleza. Pero es brutico y todo lo canta en forte, tipo De León. Cuando la partitura lo pide, es imponente, supera a orquesta, compañeros y arrolla. Cuando no es preciso, le resta elegancia e intención. Pero Sansón anda muy a menudo en grescas, por lo que, en este caso, Brian brilla especialmente. El más aplaudido y vitoreado de la noche. Ambos, Anita y Brian, deberían buscarse un french coach y mejorar su dicción.
El sumo sacerdote de Dagón fue un flojo Egils Silins de voz agria y vibrato caprino.
Abimelech fue también un mal Grigory Shkarupa, aunque no canta mucho porque Sansón se lo cargó enseguida arreándole con un cuerno que le arrancó a un toro que previamente había matado en otra flagrante barbaridad. ¿A dónde vamos? ¿Y la protección animal? ¡Que los animales también tienen alma! Bueno, no.
El Viejo Hebreo fue un excelente Paul Gay, que le supo dar al papel su justa medida. Preciso, elegante, cuidadoso y rotundo. Muy bien
En fin, una muy buena y adecuada puesta en escena, con una orquesta espléndida, un coro excepcional y dos protagonistas excelentes en una ópera bellísima bajo el frío de Berlín.
Y es que a veces sólo se busca disfrutar de la belleza, relajarse tras un día duro de trabajo y olvidarse de lo jodida que está la vida. Por mí, los que quieran provocar, los que quieran remover conciencias, los que quieran educarnos o más bien adoctrinarnos, que se vayan a desatascar arquetas de aguas fecales.
Yo me educo y adoctrino como y cuando quiero. A mí, ya me remueven la conciencia las noticias de cada día.
Y cómo creo en la libertad, a quién le guste que le fustiguen, pues eso, él/ella/ello mismo/misma/misme. Pero que en la entrada pongan claramente: Aquí se fustiga, aquí se adoctrina: Ministerio de propaganda.
Última edición por Mandryka el 22 Ene 2023 16:42, editado 1 vez en total
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