Don Carlo- Bayerische Staatsoper, 25/09/2022 Mi primera vez en el Teatro Nacional, en Múnich. Teatro inmenso, no solo por las dimensiones del escenario, sino por los numerosísimos salones, pasadizos, estancias, del (cuasi) palacio. Una experiencia que espero repetir pronto, y sin duda inolvidable para mí. Solo por eso puedo decir que ya ha merecido la pena (aunque este viaje me haya impedido ver a Garança y a Albelo en Las Palmas). Alcanza en brillantez al propio teatro la orquesta y el coro de la Ópera Estatal. Ayer, puedo decir, estuvieron espléndidos, y precisamente en una obra tan compleja como Don Carlo, tan larga, llena de matices, y donde “seguir” a los cantantes principales puede ser bastante complicado. El papel protagonista recayó ayer en Stephen Costello. Me da algo de pena, porque es un personaje tan maravilloso... Pero la verdad es que el cantante estuvo monótono, algo falto de musicalidad, aunque con un registro medio que es ciertamente sonoro. Tampoco resolvió la emisión del agudo, algo tubular, sin una buena expansión, y que apenas se escuchaba. Ana María Martínez, si bien es algo más musical y depurada que su compañero, resultó igualmente monótona. Me quedó la duda de si es mala actriz o simplemente le faltaba química con Costello, pero terminó siendo aburrida (algo que, en una ópera que dura cuatro horas, es incluso más imperdonable que de costumbre). Un tal Igor Golovatenko hizo de Rodrigo. Empezó reservón, pero acabó con su momento más trágico (y el aria previa), llevándose los únicos “bravos” generalizados que se le escucharon al respetable muniqués. Y es que, ciertamente, cantó con gusto y con un fraseo más que aceptable. Solo tiene un problema: su voz no suena a barítono. Creo que es algo que le suele pasar a muchos Rodrigos, pero en este caso la tesitura tenoril me pareció bastante clara. Dmitry Belosselskiy sustituyó a Abradazakov como este negrolegendario Felipe II verdiano. Se le perdona por ello a la Ópera el habernos puesto a un bajo tan poco musical, tan brutito, tan “ruso”, si se me permite la expresión. Una pena. Si ni con "Ella giammai m'amo" te emocionas, mal vamos. Clémentine Margaine fue una princesa de Éboli muy interesante. Para mí la mejor de la noche. Se impuso a sus compañeros en la creación del personaje, al que imprimió bastante carácter (aunque tal vez pecara por exceso), e hizo retumbar en varias ocasiones el teatro con un squillo de campeonato. Estuvo muy bien, quitando alguna respiración algo jadeante, sobre todo en su endiablada entrada. En el cómputo general creo que resultó ser una noche bastante agradable para mí. Sobre todo teniendo en cuenta el precio: ¡¡10 euros en patio de butacas!! Eso para los que, como yo, no llegamos aún a la treintena, claro. A ver si en España nos ponemos las pilas al respecto, que sin un relevo generacional la ópera se acabará muriendo. Les aseguro, por propia experiencia, que si así sucede no será por falta de afición entre los jóvenes, sino por falta de dinero (y ya, por qué no decirlo, de trabajo).
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