Es una ocasión singular la de que el Wozzeck esté devaluado, que no hay que dejar escapar para viajar al Mediterráneo, en un momento dado.
Esta obra maestra, que es difícil de ver (aunque no tanto), por obra y gracia de nuestros programadores patrios (aunque más por gracia que por obra), se puede llegar a ver tres días consecutivos, sin necesidad de grandes desplazamientos ni esfuerzos, si nos acercamos al este de la Península Ibérica. Bienvenida sea, aunque el programar con sentido pudiera haber aumentado los aforos y las taquillas, que más de uno se hubiera desplazado de Valencia a Barcelona y viceversa. Ellos sabrán, luego sacan las entradas a precio de saldo para cubrir asientos vacíos, burlándose de nuevo de los que compramos nuestra entrada a tiempo, los fieles, al triple de precio.
Y uno, en su ignorancia, cree que habrán aprendido algo del desatino. Pero no. Son incluso capaces de superarlo. El mismo viernes 3 se publicó, por fin, la nueva temporada valenciana, apañada en títulos, pero floja en intérpretes. Y tachán, aguántame el cubata: la próxima temporada Tristán e Isolda, coincidirá en algunos de los días de representación, simultáneamente en Valencia y Madrid. Llegará el día en que todos los teatros de España interpretarán la misma ópera el mismo día y a la misma hora. Y al día siguiente se quejarán de la falta de apoyo y de la ignorancia del público que sólo aprecia una buena Traviata.
Wozzeck es brutal en todos los sentidos. Un puñetazo en el estómago, una perturbadora historia con música perturbadora, un apabullante delirio que no da reposo, que no da descanso, que cuando suena el último acorde uno se encuentra sin aliento. Así debe de ser y así ha sido en Valencia. En Valencia, casi todo se ha unido para dar un grandioso espectáculo.
La orquesta dirigida por James Gaffigan, gloriosa.
Brillante, desbordante, y sin embargo empastada, matizada. Apabullante, rutilante, precisa, preciosa. Se me acaban los adjetivos cursis. Aquí, como somos muy de mascletá, nos encantan (al menos a mi) esos fortissimos ensordecedores. Pues el viernes pasado fue la primera vez en mi vida que vi a miembros de la orquesta taparse los oídos ante la magnitud de decibelios. Fue tras la acongojante muerte de Marie. ¡Que pedazo de orquesta tenemos! ¡Que interludio final! Bravísimos.
La puesta en escena de Andreas Kriegenburg, es de esas que tienen muchísimo trabajo, con muchísimo sentido, en la que todo funciona y que no dan tregua al espectador. Todo, escenografía, vestuario, iluminación, coreografía, dirección de actores, todo, currado hasta el infinito.
Como se lo merecen, los nombro a todos. La escenografía fue de Harald Thor, el vestuario de Andrea Schraad, la iluminación de Stefan Bollinger y la coreografía de Zenta Haerter.
Repito, extraordinaria. Por poner un pero, que uno es un poco cabestro, creo que se podía haber resulto mejor la última escena, en la que el hijo de Wozzeck y Marie se queda sólo, jugando e impasible, tras conocer que han matado a su madre. El argumento es de una dureza tal, que aún se puede hacer más desgarrador.
Quiero destacar la dirección de actores y el trabajo excepcional de todos los intérpretes al respecto. Fueran grotescos en su vestuario o no, todos, y cuando digo todos, quiero decir todos, hicieron una gran interpretación actoral. Mención especial al niño Adrián García, que, si no le quedan secuelas psicológicas de por vida, es porque es un titán.
Peter Mattei compone un Wozzeck impecable, con tinte lírico y elegante, como es él, pero perturbado y perturbador desde el primer momento. Y disfrutamos, sufrimos y nos creemos el devenir de un desquiciado, de un pobre hombre, de un asesino alucinado que se acaba suicidando sin querer.
La Marie de Eva-Maria Westbroek es referencial. Soberbia en su canto y en su miseria, en sus dudas, en sus escapatorias y en su arrepentimiento. Rotunda en medios y agudos, sobrepasando a la orquesta en el forte y a 10 más que se le pongan por delante. Un lujo.
El Capitan de Andreas Conrad, grotesco hasta la náusea, muy bien. Con sus saltos interválicos, a menudo apoyados en falsetes, que convierten al personaje en aun más repulsivo, estuvieron bien resueltos.
El tambor mayor fue un buen, aunque algo desgastado, Christopher Ventris, que compuso un tambor mayor chulesco y despreciable, cómo debe de ser.
El doctor fue un flojo Franz Hawlata cantando, pero espléndido actuando. Inaudible en gran parte de su canto parlado, fue el peor de la noche.
Andres fue un buen Tansel Akzeybek como Margret fue una buena Alexandra Ionis. Los aprendices de Patrick Guetti y Yuriy Hadzetskyy y el loco de Joel Williams, también estupendos. El nivel de los co primarios, altísimo. Cierto que algunos tienen un papel muy corto y que andaban disfrazados hasta lo irreconocible. Pero fueron creíbles y mantuvieron el altísimo nivel interpretativo, encogiéndonos el alma, tanto por su voz como por su desempeño.
Vuelvo a hacer mención especial al soberbio Adrián García como hijo.
El coro, como siempre, magnifico y sin bozal.
En fin, yo tengo suerte con Wozzeck. Mi anterior en directo fue en Chicago con Sir Andrew Davis, también extraordinario. Y el viernes pasado salí como toca, sobrecogido y con la consciencia de haber asistido a un soberbio y brutal espectáculo.
Saludos
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