A veces, los milagros suceden.
Es cierto que hay milagros que tiene más facilidad, más probabilidad, mejores condiciones ambientales para suceder. Pero siguen siendo milagros.
Para que se me entienda, hay milagros tipo A, milagros tipo B y milagros tipo C.
Los milagros tipo A son los que suceden a pesar de tener todo en su contra. Luchan contra las circunstancias, son tozudos y vencen causando el asombro de propios y extraños.
Los milagros B no necesitan luchar, suceden por sorpresa, sin condicionantes previos ni positivos ni negativos. Suceden y ya está. Al ocurrir, el asombro se reparte por doquier, sorpresa es general, y los listos buscan explicaciones técnicas para justificarlo, y es que explicar a posteriori siempre ha sido tarea fácil.
Y están los milagros tipo C, que suceden teniendo todas las condiciones a favor para que sucedan. Pero siguen siendo milagros, y yo creo en los milagros, aunque los milagro-escépticos, a estos, les llaman casualidades.
Y yo he asistido a un milagro operístico tipo C. En Berlín, como en Viena, es más fácil que se dé un milagro operístico. Si hubiera sido en Utebo o en San Pedro del Pinatar, hubiera sido milagro tipo A. Pero fue en Berlín. Además, me pilló ahí por trabajo, y voy de vez en cuando. Si no fuera casi nunca, pues sería tipo B.
Y fue que un operón inaudito, de esos que se recuperan muy de tanto en tanto, imposible de escuchar y de coincidir, aunque fuera un gran éxito cuando se estrenó, Der Schatzgräber (El buscador de tesoros), de Franz Schreker, sucedió y yo estuve ahí. Toparse con El buscador de tesoros, es milagroso.
Es casi imposible oír, de Schreker, los extraordinarios Die Gezeichneten, (yo lo conseguí en Zúrich), incomprensiblemente inédita aún en España. Es aún más difícil, oír Der Ferne klang. Pero poder asistir a Der Schatzgräber, es un milagro, ya que se ha montado sólo 3 veces en los últimos 30 años.
¡Y qué operón!, oigan. Schreker es extraordinario, con sonido denso, lujoso, apabullante, mas no exento de melodía, y con más colorido que sus coetáneos Zemlinsky y Korngold, también soberbios. Y Der Schatzgräber es acongojante. Es romanticismo tardío que mirando a Wagner se va a Debussy y a Strauss.
El canto declamado se entrelaza con baladas y con pasajes orquestales exuberantes. Cuenta con prólogo, cuatro actos y un epilogo. El tercer acto, el más largo, es una sinfonía vocal de 40 minutos, es un derroche de lirismo e intensidad emocional. Embriagador. Bebe en el dúo de Tristán e Isolda y tiene una orquestación lujosa, lujuriosa, arrebatadora y perturbadora. La interpretación obvia de Loy en el tercer acto, es montar una orgía en la que más de uno está a punto de parar la obra y, como en el chiste, pedir organización.
El tratamiento musical de Schreker es claro y honesto, y pasa del sonido desbordante y apabullante de una orquesta numerosísima, en la que a duras penas los músicos caben en el foso, a música de cámara, susurrada con 2 o tres personajes.
El argumento, también de Schreker, es un cuento de hadas medieval, una fantasía utópica, en el que la magia y el simbolismo conducen una historia pesimista y perturbadora. La protagonista es una ladrona y asesina, el protagonista es un trovador, la autorizad es tiránica y manipuladora y todos pierden, con un final absolutamente infeliz remarcado por los compases finales.
Que más decir, que me costó dormirme al llegar al hotel.
La ópera se ha programado en Berlín por iniciativa de Christof Loy, regista de éxito, que quería cerrar su trilogía de óperas poco representadas de mujeres empoderadas (palabro de moda) en la Deutsche. Y tras Das Wunder der Heliane y Francesca da Rimini le toca el turno a Der Schatzgräber, que, supongo, deberá ser DVDizada como sus hermanas lo fueron. Cámaras grabando, había.
También, parece ser, tiene algo que ver Marc Albrecht, un habitual de la deutsche, que la dirige como también dirigió Heliane y también se apunta al re descubrimiento.
La puesta en escena de Loy, es una puesta en escena más de Loy. Loy por todas partes, sin sorpresas. En una marmórea sala permanente, con cuatro sillas y una mesa, compone una escena en la que se pasean constantemente personas, ellos de traje, smoking o de militar, ellas de noche o de camareras. Algunos cantan, otros, no. Fumar, fuman mucho. Alguna gabardina hay. No puede faltar el magreo y despelote, aunque no llega a Das Wunder der Heliane, donde Sara Jakubiak canta un buen rato en pelota picada. Con ese sustrato tan repetido de Loy, todo se basa, en la dirección de actores, que como le suele ocurrir, hay momentos más acertados que otros. Pero se deja ver con interés.
La orquesta fue un lujo asiático, un disfrute permanente. Marc Albrecht, a quien le sudaba el cogote, supo sacar ese brillo, esa opulencia, y a la vez ese susurro, ese detalle. Cómo ya intuía a lo que iba, me cogí entrada en primera fila, justo detrás del maestro, observando su calva tapada convenientemente por una cortinilla de pelo peinado hacia atrás, y dejé que el sonido me envolviera. Embriagadora experiencia. Además, observé como la mayoría de los músicos miraban con atención a Albrecht, cosa que no ocurre a menudo.
Elis fue el flojo Daniel Johansson. Yo ya le había visto en vivo destrozando un Don José en Bregenz. Cuando el canto declamado se lo permite, no se aprecia adecuadamente lo malo que es, salvo cuando perpetra un agudo, en los que siempre falla. Cuando canta una de las cuatro baladas de las que consta la obra, si se nota. Sin embargo, se lo perdonaré porque es un rol agotador y muy exigente físicamente. Con un buen tenor, la noche hubiera sido histórica.
Els fue una excelente Elisabet Strid. También trabaja muchísimo y lo hace con acierto. Voz brillante y con cuerpo. Nítida y con punta. Puede que, en la primera fila, dónde estaba, se oyese mejor que en otras, pero eso, no lo sé. Es el único papel cantado femenino. Hay otro papel femenino en la obra, el de la reina, pero es mudo.
Y Loy lo arreglo con Doke Pauwels que fue la reina. Personaje silencioso pero muy presente en el libreto. No sé si Pauwels es bailarina o contorsionista de Le circ du soleil. Lo que sí que es, es muy flaca. Se pasea vestida de novia, contorneándose y forzando las vértebras hasta límites cercanos al de rotura, salvo durante la orgía, donde comparte relaciones impúdicas con varios de los de ahí presentes.
El loco que interpretó Michael Laurenz, fue lo mejor de la noche (orquesta aparte). Tenor que interpreta lo que canta, con autoridad e intención. Se come el papel y nos lo devuelve para nuestro disfrute. Es el pegamento del argumento, el papel que hilvana la historia y que la conduce, y en algunos momentos, su tesitura y registro, me recuerdan a Loge. Para que supiéramos que era el loco, Loy lo viste con traje, como a todos, pero le pone un sombrero de bufón rojo, a lo Rigoletto. Penoso.
Albi fue un correcto Patrick Cook, en un papel de paso y no de peso.
El alguacil fue Thomas Johannes Mayer, que me convenció más por el magnetismo interpretativo que por su voz, algo descontrolada. El público le aplaudió mucho. Es cierto que cuando estaba en escena actuaba con tal fuerza que los ojos se iban hacia él.
El Rey fue Tuomas Pursio, un bajo barítono cumplidor. De timbre bello, pero del montón. A este le faltaba todo el magnetismo que derrochaba Mayer. Cómo todos iban vestidos igual, cuando empezaba a cantar, te preguntabas ¿Pero éste quién es? Y al cabo del rato te dabas cuenta de que era el Rey. O no.
Cantaron media docena más de coprimarios, indistinguibles por lo del atuendo y por no conocer la obra. Bueno, uno sí, porque iba sin camisa, pecho lobo y lo matan en el primer acto, Seth Carico. Fue muy gracioso, porque, aunque lo matan en el primer acto, en la orgía del tercer acto también sale, lleno de sangre, a pillar cacho. Y vaya que si pilló.
En fin, un operón más que no será estrenado nunca en España y que tuve la suerte, milagrosa, de poder disfrutar.
Saludos
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