Macbeth es Verdi puro, puro Verdi. Es una obra maestra absoluta que brilla en la oscuridad y por su oscuridad, deslumbra. Sólo hay que fijarse en el cuarto acto que es la sucesión magistral de un coro excelso (Patria oppresa), un aria-regalo maravillosa al tenor (Ah, la paterna mano), una escena de locura magistral, un aria acongojante de barítono (Pietà, rispeto, amore) y un final. O el primero, con coro de brujas, aria y cabaletta de soprano, dúo tremendo entre Macbeth y parienta y concertante apabullante final (de los mejores concertantes de Verdi). Y así todo. Genio puro del de Busseto.
En un fin de semana memorable, en un fin de semana para guardar en la memoria, Macbeth y Lady Macbeth nos vinieron a visitar. Y como semos lo que semos, caiga quien caiga y guste a quien guste, a Lady Macbeth, le dimos de comer paella. Y le gustó. Gran mujer. Diva divina.
Muchos y muy variados han sido los asistentes al Macbetto mencionado, por lo tanto, las crónicas abundan, y cómo son todas acertadísimas, las escritas y las por escribir, intentaré no extenderme y no aburrir. Espero conseguirlo.
La puesta en escena de Benedict Andrews, una birria. Hasta el cuarto acto, lo que sucede nada tiene que ver con lo que la obra relata. Como es entretenida y colorida, a mi mujer le gustó, prueba evidente de que era mala.
Cuatro cosas sí que me han quedado claras tras la función, cuatro:
-A Banco lo mata la Pantera rosa. -Las niñas del resplandor siguen vivas y jodiendo la marrana. -El hijo de Banco es del Milán. -El día que vio la función, El gato montés iba fumado (y eso que es persona de inteligencia y criterio).
Lo mejor, no molesta demasiado. Lo peor, todo lo demás.
Michele Mariotti, a quién ya había visto esta temporada en un Verdi shakesperiano, el Otello napolitano, dirige con estilo verdiano, personal y brillante. La orquesta suena a gloria en el preludio y Mariotti continúa con una dirección cargada de contrastes, a la que se podrá acusar de muchas cosas, pero nunca de plana. Cargada de matices, tiene momentos de esos que aquí tanto nos gustan, con poderío, como las mascletás. El ex de la periquito, se pega una buena sudada canturreando por lo bajini todo, todo, todo. Energía y conocimiento, demuestra.
George Gagnidze es un flojo Macbeth. Cierto es que en un rango medio-alto y medio-forte, su voz suena con metal y armónicos y pudiera parecer que hay algo dentro. Pero en graves, y pianos se convierte en inaudible y la italianitá no la huele ni de lejos. Lo mejor, el famoso dúo del primer acto, donde pudiera parecer que le daba la réplica a la Pirozzi con acierto. Ella, se lo comió con patatas el resto de la noche. El Pietà, rispeto, amore lo hizo con intención de agradar y al final alargó tanto una nota que se le quebró la voz, cosa, del todo disculpable, si no fuera porque se descentró, y andando muriéndose, volvió a gallear. Flojo.
Lady Macbeth fue una extraordinaria Anna Pirozzi. Un cañón de voz, con potencia controlada, que no llega al grito desagradable. Sus agudos refulgentes son cuchillos que lanza a nuestros oídos, atravesando orquesta y una plancha de plomo, si se interpone. Es una soprano dramática de con timbre broncíneo y esmaltado, no exento de acierto en las agilidades. Quizás, matice poco, tanto en fiereza, como en dulzura, pero es una voz importante y su actuación es portentosa. Su caballeta Or tutti sorgete, excelente y su escena de la locura, emocionantísima.
Banco fue un gran Marco Mimica. Bajo de voz hermosa, cargada de armónicos, de volumen y proyección importantes y notable presencia en escenario.
Macduff fue un buen Giovanni Sala. Es de los papeles más agradecidos que conozco, ya que apenas canta nada y de repente, zas, el dulce de la paterna mano, una guinda, un regalo de Verdi para triunfar. Y se lució. Cantó con elegancia y clase. Con contención y emoción, siendo el que más y mejor reguló las dinámicas.
El coro, como siempre, estupendo. Esa maravilla llamada Patria opressa emociona hasta a Pedro Piqueras. O a un suizo.
En fin, operón bien cantado y mal presentado, con un après operà espectacular, con ilustres amigos comensales, invitados ilustres y Lady Macbeth. Una vez más, hay que hacer hueco en el disco duro de la memoria, dónde ya casi no cabe nada, para apretar el contenido y guardar para siempre lo acontecido.
Saludos
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