Esta crónica, por su tamaño, duración e importancia, debería, no solo ir al hilo de pequeñas crónicas, sino crearse para ella un nuevo hilo, el pequeñísimo hilo de crónicas mínimas.
Pero a mí, como que no me gusta el hilo de pequeñas crónicas. Me lío. Entiendo que haya entusiastas, fanes y adoradores. Respeto a quienes les guste, lo amen y lo alimenten, pero a mí se me entrelazan las crónicas, me pierdo, me confundo y lo dejo de seguir. Reconozco en ello mi torpeza.
Por eso, y sólo por eso, abro un hilo para la ínfima, y sin embargo maravillosa, obra del maestro Bernstein.
Es una obra inclasificable, ni ópera, ni musical, ni opereta, ni singspiel, ni oratorio, ni mini serie, ni docuserie, ni copla, ni pasodoble, ni ná. Es una genialidad del gran Lenny, en la que, con una crudeza absoluta envuelta de una música deliciosa, se mofa del American way of life de los 50, se venga de sus padres (el personaje principal se llama como su padre y la protagonista se iba a llamar como su madre, pero a última hora le cambió el nombre por el de su tía), se burla de nuevo consumismo de la época, se ríe del matrimonio y lo hace con finura cruel, con inteligencia y sin piedad. Pero el envoltorio es sorprendente, alegre, bello, con un ritmo trepidante y unas melodías hermosísimas. Todo ello inmerso en soul, jazz y genialidad. Es una amarga delicia.
Y ya que hablamos de amargura, da la casualidad, o no, de que las desgracias que se van sucediendo, también con un ritmo trepidante, ya son rutina.
Se representó mientras la realidad aumentaba mi pesimismo, ya enorme y completamente instalado en mi ser y parecer. Una agresión, que no una guerra, que la equidistancia me toca los cojones cuando uno ataca y el otro se defiende, cuando uno es la víctima y otro el verdugo, me llena de pena por la decadencia de la civilización occidental, de la sociedad en la que vivimos, que es la que me gusta.
Y a mí me queda lo que me quede, pero me pregunto que mierdas le estamos dejando a nuestros hijos. Y además, nunca nos olvidemos, hay gente que muere.
Y la música fluyó maravillosamente interpretada por una pequeña orquesta de unos 20 músicos, dirigida por Jordi Francés magistralmente, muy en ese estilo cincuentero americano Bernsteiniano, con énfasis en la percusión, con swing y con encanto.
Mientras tanto, familias enteras se helaban de frio y de horror en cualquier estación de metro de Kiev.
Los chavales del centro, correctos. La mejor fue Laura Orueta, que interpretaba a Dina. Soprano de voz oscura, timbre bonito, agudo brillante, mas sin embargo, volumen algo escaso.
Ella estuvo bien, mientras en algún lugar, demasiada gente abandonaba sus hogares para siempre, dejando atrás a su vida, su historia, sus recuerdos, sus pertenencias y puede que a su familia, o lo que quede de ella.
Sam fue Alejandro Sánchez, un barítono peruano, muy joven y con brackets. Él tenía el volumen aún más escaso que su compañera, aunque su canto era, cuando menos, agradable.
En el mismo instante en que nos contaba que quería ganar una copa en balonmano, sirenas sonaban avisando de un bombardeo cualquiera, y niños llorando bajaban apresurados, otra vez más, a un bunker improvisado, sin demasiada comida, sin demasiadas medicinas, sin calor, pero con exceso de miedo.
El trio fueron otros tres estudiantes del centro: Mariana Sofía García, Xavier Hetherington y Carlos Fernando Reynoso. Creo que cantaron bien, pero como cantaron microfonados, en un teatro, el Martin y Soler, de pequeñísimas dimensiones (para 800 localidades y con el escenario muy cerca del público), me niego a comentar nada.
Mientras el trio cantaba alegres melodías, en el otro extremo de Europa, algunos se secaban las lágrimas vertidas, más por incomprensión, por impotencia y por injusticia, que por lástima o dolor, aunque también.
Como la obra duró poco, una hora escasa, ya que le añadieron una introducción de unos 15 minutos, sólo murieron durante su interpretación algunas decenas, puede que centenares, de personas, la mayoría completamente inocentes y desconocedoras de las cuitas y los motivos de las mentes enfermas, herederas de la Unión Soviética, que mueven los hilos. Hoy vuelvo a Ariodante, y mientras yo disfrutaré, cómodamente, de la música, morirá mucha más gente, ya que va a durar bastante más, casi 4 horas.
Y nosotros, desde nuestros hogares, opinaremos y escribiremos estupideces grandilocuentes, como acabo de hacer. Demagógicas, como acabo de escribir, vomitando nuestra filias y nuestras fobias, aunque nada tengan que ver con lo que realmente sucede. No tenemos nada que perder.
Mientras tanto, espero que les lleguen a la familia de una conocida mía, ucraniana, unos paquetes que les he preparado esta semana siguiendo sus indicaciones. Entre ellos, me insistieron en que hiciera un paquete, lo más grande posible, de torniquetes.
Cuando la gente desesperada, civiles todos ellos, piden, como medida de necesidad, torniquetes, es que el mundo se va a la mierda.
O es que quizás me haya vuelto demasiado pesimista.
Saludos
|