¡Hola!
Sí, sí, coincidimos... pena no habernos saludado. Yo estaba en las alturas, así que podía observar la platea en su esplendor, pero no me percaté de forcejeos entre el público y las acomodadoras, que eran unos verdaderos dechados de profesionalidad, muy obsesionadas en recordar a todos los asistentes que había que llevar la "mascherina sul naso" y vigilando cualquier movimiento del público. Para la próxima, a ver si nos saludamos, que yo estaba lánguido y solitario en los palcos superiores (maravillosa la visibilidad y la comodidad y, por cierto, estupendo el precio, nada que ver con los horrores de nuestro Teatro Real y sus precios astronómicos).
Respecto a las funciones, Aida me pareció muy lastrada por la dirección de Michelangelo Mazza, poco imaginativa y pasada de decibelios en muchos momentos. Sobre los cantantes, bien la Aida de Netrebko, muy buena en el aspecto interpretativo. En lo vocal se mostró algo reservada. Ekaterina Gubanova, aunque canta con gusto, mostró voz muy velada y con poca expansión, se la comía la orquesta y en sus fundamentales intervenciones del acto IV parecía bastante desfondada. Stefano La Colla, sustituyendo a Eyvazov, no me gustó nada (me chocó que la gente aplaudiese al confirmarse la sustitución… ¿les encanta La Colla, valoraban su doblete o aborrecen a Eyvazov?), muy bruto y sin técnica ninguna, un tenor muy al uso de ahora. Por último, Amonasro, Franco Vasallo, me pareció una voz muy mal impostada, llena de trucos y con unos dejes veristas que no me convencieron. La puesta en escena era bastante tradicional y anodina, lo que a estas alturas se agradece, pero los elementos que la configuraban, siempre los mismos en todos los actos, producían una evidente monotonía y sopor. Además, siendo el escenario muy amplio, cantantes y figurantes estaban apiñados y con poca movilidad. Los cuerpos de baile y las coreografías fueron bastante pobres y muy descoordinados, cosa que en mi palco se comentaba acaloradamente.
Sobre Sondra Radvanovsky y Frizza con “Las tres reinas”, la soprano me resultó por debajo de sus rendimiento habitual. Me sorprendieron los agudos finales, muy acortados, y es que es en el agudo donde la voz parece más estragada, algunos sonaron estridentes y tensos. Tal como está montado el recital, permite entrar en ambiente, salvo en el clímax final del Roberto Deveraux, donde unos asistentes aparecen titubeantes para despojar a la soprano de una parte de sus vestimentas, molestando y distrayendo, en un momento que exige total concentración a la intérprete y a el público.
En conclusión, aunque mis comentarios han quedado quizá algo negativos… ¡disfruté!