Grabación vista en su día con un escepticismo que quizá la aridez verdiana de nuestra era permita relativizar.
Si la trilogía popular verdiana fue un paso decisivo para que el teatro musical abandonase el tratamiento de los arquetipos para pasar a describir personas, a través de la profundidad psicológica de sus contradictorios protagonistas (Rigoletto, Azucena y Violetta),
Il trovatore, con toda su bellísima música, me parece el paso más dubitativo de las tres óperas en esa dirección. El retrato dramático-musical de la gitana (y de su espeluznante trauma vital) me parece más genérico, y en ese sentido, menos conmovedor que el bufón mantuano o la cortesana parisina.
Y ahí es donde encuentro del máximo interés la aproximación de Marilyn Horne, que no tiene un instrumento ni una técnica que puedan darse por netamente verdianas, y sin embargo, muy bien arropada por el concepto arcaizante y belcantista de Bonynge, ofrece una Azucena enigmática, misteriosa y sugerente, insinuante más que declamatoria, mediante la que sí llega a ofrecer un retrato de cuerpo entero de la traumatizada y vengativa mujer.
A ese concepto belcantista, que emparenta a Leonora con algunas protagonistas de las óperas de galeras y con algunas heroínas donizettianas, responde también Joan Sutherland, exuberante en las partes más dadas a la exhibición vocal (las cabalettas de sus arias, el concertante del acto II, el dúo con el Conde) y moderadamente expresiva en el resto, con esos modos contenidos que hizo tan suyos. Luciano Pavarotti no tiene el fraseo más imaginativo de los Manricos en disco, pero por brillantez tímbrica, congenialidad de la voz con esa música, dicción privilegiada y espontaneidad y facilidad del discurso musical, no deja de resultar persuasivo. La disciplina musical (y, nuevamente, la atención al tipo de relato que propone Bonynge) rescatan a un Ingvar Wixell cuya voz "hueca" no parecía muy apropiada para la parte, y, contra todo pronóstico, el que peor está es Nicolai Ghiaurov, en muy mal momento vocal y sin poder dar relevancia dramática a su breve y truculento papel.
En suma, un disco que propone mirar a Trovatore desde Donizetti, y donde, entre nombres estelares (no todos brillantísimos), Marilyn Horne da una interpretación heterodoxa, original y singularísima de uno de los personajes más difíciles de definir de la ópera italiana.