Sigo explorando versiones del Ocaso, ahora le toca a esta versión en DVD, la última producción del Anillo del Met, la de la famosa "máquina" de
Robert Lepage.
Con el anuncio del nuevo Anillo del Met, que se verá a partir de 2025, coproducido con la English National Opera, a cargo de Robert Jones, el Met ha dejado de ser, posiblemente para siempre, el único gran teatro que producía una versión más tradicional del Anillo. Ya bastante llorada fue la baja del tradicional, clásico Anillo de Otto Schenk, conocido por todos por el DVD de aquél ciclo por James Levine y una larga lista de estrellas, que reproducía unos fantásticos e idílicos paisajes, basados en la tradición romántica. El cartón piedra de Schenk, tan amado, dio paso a una modernidad de Lepage que no estuvo exenta de muchas críticas.
Toda la ambientación tradicional, naturalista, romántica, pictórica de Otto Schenk fue sustituída por una inmensa máquina, con un subliminal aspecto de piano, cuyas teclas se pliegan creando diferentes formas, diferentes ambientaciones, ayudadas por la iluminación y proyección. Si hubo algo que el anterior Anillo no tenía, era la creación de efectos especiales, la posibilidad de caminar por los aires o flotar suspendidos en el agua, algo que Wagner, en su búsqueda de realismo, siempre soñó. En el Ocaso la cosa es igual, aunque da la impresión de ser más espectacular. La "máquina" crea infraestructuras impresionantes, como en el prólogo, donde cuelgan las cuerdas de las nornas con un bello fondo de iluminación anaranjada. El palacio de los Guibichungos viene sugerido por una proyección de una fotografía anaranjada de un tronco de madera, que se eleva y proyecta sobre sí el Rin para ver a Sigfrido llegar desde arriba, con Grane, que en este caso es la armadura de un caballo perfectamente sincronizada, tanto que uno cree ver un equino. En la roca de las valquirias, aparece proyectada la vegetación, aunque es poco romántico ver a Waltraute dejar su casco y escudo en uno de lo pliegos de la máquina, ya que con los primeros planos se ven hasta los tornillos y engranajes. Muy inteligente la idea de crear en el preludio del segundo acto, el palacio con soldados reales haciendo vigía, y Gutrune caminando inquieta, antes de que aparezcan Hagen y Alberich. En la gran escena, aparecen esculturas de los dioses, con la apariencia que tenían en el Oro. En el tercer acto, con el Rin proyectado, las hijas del Rin caminan por la plataforma elevada con pasmosa facilidad. Durante la muerte de Sigfrido, se ve cómo Gunther se lava las manos y aparece la sangre proyectada, cayendo hacia el río, con un asombroso realismo, antes de que toda la pantalla se llene de rojo. El final es espectacular, por cuanto se Brunilda enciende la pira, Hagen desaparece con las hijas del Rin, y cuando la máquina se pilega recuperando su forma original, se ven las estatuas de los dioses cayendo, aludiendo a su desaparición. Finalmente, las aguas vuelven a su cauce, la máquina se ilumina de azul marino intenso y recrea las ondulaciones del río, como al principio del ciclo. El Orden ha sido restablecido, el Rin ocupa toda la escena como debió de ser desde el principio. El vestuario es conservador, pero sencillo, comparado con lo hollywoodiense de Schenk. Uno se sorprende de lo modernos de los trajes de los humanos, lo sencillos que son, con pantalones y botas modernos, pero con apariencia clásica, después de todo. Lo mejor, los trajes de Waltraute y las Nornas. El coro parece más bien sacado del siglo XVIII que de la era mitológica nórdica. Una cosa que sí es digna de mención es la dirección de actores: vemos gestos, ademanes, que hacen más humanos a los personajes: Sigfrido es patoso, pero también arrogante, socarrón e inseguro. Brunilda se muestra frágil, como nunca antes cuando le quitan el anillo.
Fabio Luisi tiene sobre sí la enorme sombra de James Levine, quien dirigió el Oro. Luisi, a su vez, venía de tener un enorme éxito en Bayreuth con el Parsifal de Herheim. Aquí cuenta también con una genial orquesta, la del Met, que se confirma una vez más como un conjunto wagneriano de importancia, dado el desempeño y la pasión con la que viven la obra del músico. Dicho esto, la interpretación de Luisi es lenta, acompaña a los músicos y no les pone trabas, pero no parece sobresalir como su antecesor, pese a estar inspirado en momentos tales como el final. El Coro cumple con su cometido, y actúa tan bien como canta.
En cuanto al reparto, las comparaciones sí resultan odiosas.
Jay Hunter Morris como Siegfried es un verdadero tormento: una voz de comprimario, cantando, en muchas ocasiones casi hablando, su parte. A su lado Jerusalem es Lauritz Melchior. Los agudos son horribles y no hay ninguna técnica: todo son gritos y muchas veces afectados por la falta de legato, porque si lo intenta, no respira. De acuerdo que como actor y por su físico (rubio y de ojos azules) da el pego, pero no compensa una mediocrísima actuación. Igualmente
Deborah Voigt como Brunilda: se dice que tras la cirugía que se hizo la soprano la voz no fue la misma. Ciertamente, me pareció totalmente inexpresiva cuando la vi en 2005 en la Elena Egipcíaca en el Real, pero en 2012 ya no queda nada de la belleza vocal que tenía, por ejemplo, en su Ariadne auf Naxos de Sinopoli. Todo lo que hay es un canto gritado, agudos desangelados, solo un remanente de lo que fue su voz antes, pero en cualquier caso nada atractivo. No queda canto, sino grito. El dúo del prólogo fue horrible. Al menos, se recupera un poco para la Inmolación, pero no satisface.
Hans Peter-König resulta el mejor de una noche en el que el canto es el punto más flojo. Tiene un timbre oscuro que puede resultar agradable, y de hecho el suyo es el canto más firme y mejor proyectado, pero todo el carisma escénico (el de un intrigante con aspecto de bruto, pero que se mueve con astucia) no lo refleja en la voz pese a un primer acto bastante notable, pero no así en su famosa escena del segundo acto.
Waltraud Meier es una Waltraute en caída libre. En 2012, la legendaria mezzo ya no está para muchos trotes, y de hecho el agudo se resiente muchísimo. Sin embargo, retiene mucho de su carisma, su forma de interpretar y su temperamento escénico, lo que hace que saque el papel con dignidad. Si bien en su gran narración la voz no es la que era, sí que sigue afrontándola con ese toque de misterio y sensualidad que la caracteriza. Aún mantiene el centro, pero poco más. Y con todo, se come a Voigt en la escena.
Eric Owens tampoco es un Alberich a la altura: si en el Oro mostró una gran voz pese a una frialdad vocal, aquí todo son susurros, y ese material (que lo tiene pero que no vale para Wagner) tan potente se queda en una descafeinada interpretación. Este Alberich no impresiona, solo musita.
Iain Paterson como Gunther es correcto, mejor actor que cantante. En cambio
Wendy Bryn Hammer sí que es una dulce Gutrune, con una bellísima y juvenil voz, además de ser una mujer muy atractiva y de tener una buena caracterización del personaje, mostrándola tan volátil como seductora.
En cuanto a las nornas, aquí aparece la trágicamente desaparecida
Maria Radner, aunque con una interpretación más bien correcta, con buenos graves pero no muy imponente como la primera norna.
Heidi Melton como la tercera ya es otra cosa: una estupenda voz dramática. En cuanto a las hijas del Rin, con el habitual buen nivel de los comprimarios de la casa, la bellísima
Tamara Mumford como una gran Flosshilde, bien cantada, y una aún principiante
Erin Morley como Woglinde, aunque su papel sea aquí poco relevante.
Quizá vea en algún momento el resto del Anillo para tener una mejor idea, pero pese a lo prometedor que parece, realmente no es demasiado alto el nivel de este Ocaso. Si bien resulta muy agradable de ver debido a su puesta en escena, parece ser que debió de ganar mucho más en vivo. Quizá sea el espectáculo escénico y la música de Wagner lo que hagan que merezca la pena verlo. El reparto no pasa del aprobado raspado.