En el hilo de funciones de La Cenerentola en el Real, se ha discutido sobre si dejar o no el aria de Clorinda, que es un añadido de otro compositor, Luca Agolini, desaparecido de la edición crítica actual a cargo del maestro Alberto Zedda, utilizada en estas funciones madrileñas, lo que me ha hecho reflexionar sobre ello, aunque no sé si lo he dicho ya aquí anteriormente.
Creo que en estos tiempos de historicismo y fidelidad absoluta a partitura y libreto, se deben mantener los añadidos y conclusiones de otros músicos allende la partitura original, en casos tales como, por ejemplo, la tradición ya lo haya aceptado así o si contribuye a reforzar, mejorar la calidad dramática de la obra.
- Turandot debe seguir manteniéndose con el final de Alfano II, aunque naturalmente puede haber producciones alternativas con los finales de Alfano I, Berio, Coppola o Weiya, pero el público ya no se imagina el final de la obra si no es con la melodía del Nessun Dorma cantado por el coro y celebrando la vida, que cierra con broche de oro esta terrorífica obra. Si bien desde un punto de vista moderno, la obra bien podría haber concluido con la muerte de Liù, con esa genial música, realmente no fue lo que Puccini quería, y en cierto modo el público ha tenido a bien acoger el triunfo del amor y la salvación de la gélida princesa.
- Lulu se ha representado mayoritariamente con el final de Friedrich Cerha de 1979, pero hay producciones que siguen usando solo lo que dejó Berg: dos actos más las piezas sinfónicas finales. Sin embargo el final de Cerha ha sido aceptado por la tradición no solo por su genial terminación, en la que parece que la mano del mismo Berg inspiró al moderno compositor, sino que dramáticamente concluye los conflictos no resueltos en el segundo acto. El exilio de la protagonista supone su decadencia y destrucción, algo que no puede eludirse en ninguna lectura de la obra, ya que supone el castigo que la sociedad de su época da a esta mujer fatal por haber dejado tantos cadáveres atrás. Precisamente, Wedekind presenta las escenas finales en Londres y París como evocaciones del pasado que vienen a ajustarle las cuentas a Lulu, algo que Cerha magistralmente lleva a cabo con repeticiones de leitmotives y temas de los actos precedentes. En el segundo acto, Lulu debe huir, pero sigue siendo poderosa. Y desde luego, Berg no pensó en dejar la cosa ahí.
- En La Coronación de Poppea, al parecer la música de Monteverdi termina con, valga la redundancia, la escena de la coronación de la protagonista, con la asistencia solemne de senadores y dioses. Sin embargo, el añadido de Benedetti, el famoso "Pur ti miro", se ha convertido en una de las piezas más famosas de todo el repertorio por su intimismo y radiante belleza. Pero además también funciona dramáticamente, porque acaba la obra dejando al espectador en el cielo con la gloriosa música, y además porque muestra un momento de ternura y sincero amor entre los perversos protagonistas, como colofón final a toda la intriga que han cometido para llegar a donde están.
- Hoy en día nadie se imagina la escena de la locura de Lucia di Lammermoor sin la cadenza de Marchesi, ¿verdad? Otra cosa es la sustitución de la flauta por la harmónica, con la que estoy de acuerdo que aparezca pero que no la sustituya definitivamente. Todos hemos crecido con la flauta imitando a la soprano. La versión original que grabaron Caballé y Carreras adolece de las típicas pirotecnias belcantistas que le dan ese toque de emoción y en el caso de esta obra, de terror gótico que casa con la desequilibrada mente de la protagonista. Por no hablar de los agudos y sobreagudos no escritos pero sí permitidos que las divas nos premian siempre al final de las grandes escenas belcantistas. No pasa nada si no se dan, pero siempre son bienvenidos.
No siempre es posible. Por ejemplo, Schönberg no tuvo claro lo que quería hacer con Moses und Aron, desde querer que el acto final se hiciese hablado, hasta intentar terminarlo poco antes de morir, pero sin que pareciera una prioridad absoluta. Pidió una beca para acabar algunas obras, pero no se le concedió. Sin embargo, tras esa catarsis final en la que Moisés clama por su fracaso y cae sin sentido al suelo, con esa terrible frase final "Oh palabra, tú que me faltas", con las cuerdas cerrando la obra con total tensión... siento que no puede venir nada más. Y es una forma de concluir con broche de oro, la orquesta tan desesperada como el protagonista.
O por ejemplo, si bien la tradición creció con la versión de Rimsky Korsakov del Boris Godunov, hoy en día en Occidente se ha teminado por imponer la versión original del autor, menos colorida, menos folclórica y menos asequible, pero con una enorme fuerza dramática y tan oscura como la imaginó su creador.
Una cuestión complicada, sin duda. ¿Qué opinan?
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