Después de demasiados meses y demasiadas cosas, volví a la ópera, medicina del alma, remedio de pesadumbre, motivo de algarabía. La última que vi fue un día antes de que Juan Diego me cancelase su Boheme en la puerta del teatro y tres días antes de que nos confinasen a todos. Y el mundo se ha dado la vuelta como un calcetín.
El miedo se ha instalado en lo cotidiano. El miedo, que no la prudencia. La mentira se confunde con la verdad en una nebulosa a la que nos hemos acostumbrado y resignado. La desconfianza se ha hecho nuestra compañera, ya nadie se fía de nada y ya nadie cree a nadie. La libertad nos la van quitando en nombre de la seguridad y nos resignamos cual cordero en matadero. Las víctimas somos los culpables de todo lo malo y lo que tenemos es porque nos lo merecemos que algo habremos hecho mal. Nos hemos quedado sin referencias y el futuro no puede ser más incierto.
Y yo, que soy dócil y cumplo con todo lo cumplible, prefiero vivir mientras pueda, que morir de asco secuestrado, soy tremendamente pesimista y no por la enfermedad, sino por la deriva que se avecina. Ni salimos más solidarios, ni salimos más generosos, ni salimos más fuertes. Y además salimos, cuando salgamos, los que salgamos, arruinados.
Por eso, y ahora que soy aún más pesimista de lo que ya era (y un poco más cabreadizo), todos los homenajes que me pueda dar, todos los rayos de luz que pueda tomar, los celebraré como si de fiesta mayor se tratase.
De eso se trataba, precisamente, cuando me senté a disfrutar el pasado domingo del estreno de la temporada de Valencia, que durará lo que pueda o lo que quieran. Era un cambio de última hora, ya que el Requiem mozartiano, pastiche y escenificado, programado lo convirtieron, por razones del covid que sólo la razón entiende, en un Cosi fan tutte con algunos de los mismos mimbres y lo anunciaron como semi escenificado, cosa que no fue.
Fue escenificado del todo y poco se puede reprochar a una puesta en escena hecha a toda velocidad y con cuatro perras. Vale, algo estática. Vale, la han ensayado poco y se nota. Vale muy minimalista, con dos atriles, dos cortinas y dos cosas, esferas o algo así, jugando principalmente con las luces. Pero, ¿Cuántas puestas en escena de esas de las buenas, de las que no valen para provincias (que nos debemos de conformar con las malas y las feas (forero de postín dixit)), de las que se merece todo un Real, son así? Nada que reprochar a la que se comió el marrón, Silvia Costa, que así se llama la regista.
Es poco comprensible que hicieran el cambio ya que los 6 protagonistas interactúan como si la pandemia no existiera, y se cantan cara a cara a un palmo de distancia, con la de proyectiles que en esa situación alcanzan su objetivo. Bueno, un par de los cantantes eran novios hasta hace bien poco, por lo que no les importaría, e incluso les recordaría tiempos pasados. Sólo el coro guardaba las distancias pertinentes, al fondo, bien ordenados y realizando movimientos lentos y absurdos como si de regia de Robert Wilson se tratase.
Para acabar de convertir el evento en COVID free redujeron algo la duración (a 2 horas 35 minutos) y eliminaron los descansos, wagnerizando a Mozart y convirtiendo el evento en castigo de vejigas y prostáticos. Para ser justo añadiré que fueron generosos en el reingreso de los que a mingitar huían.
La orquesta, expandida y con mamparas en los instrumentos de viento, (los fagots parapetados tras unas pantallas de metacrilato no podían infectar a los oboes, y así sucesivamente), sonó a gloria bendita. A Mozart bendito, gracias al maestro/espectáculo Stefano Montanari, gracias a que los músicos son muy buenos y tenían hambre, y gracias a que yo también tenía hambre.
El maestro, un espectáculo, con aspecto de macarra/punk desaliñao, se movía más que los precios y se colocaba la batuta en la espalda de su camiseta o en la boca cuando de tocar el clave se trataba. Pero, lo importante, el sonido, limpio, cristalino y ágil.
Las voces, estupendas con una excepción, sonando maravillosamente en lo grupal, empastado excelentemente, sobre todo las damas, en los duetos, tercetos, cuartetos y demás.
La mejor de la noche fue una gran Fiordiligi cantada por Federica Lombardi. Voz oscura, carnosa y potente en el agudo, con alguna dificultad en los graves, patente sobre todo en los diabólicos saltos interválicos del Come scoglio. Brillante y vibrante.
Dorabella fue una correcta Paula Murrihy, perjudicada por la brillantez de su hermana y la vivacidad de la doncella.
Despina fue Marina Monzó, la más aplaudida más por el paisanaje que por la prestación, aunque fuera sobresaliente. Marina tiene una hermosa voz, con una técnica depurada, aprendida de la gran Isabel Rey, a quien, a pesar de ser de la tierra, no contratan en Les Arts ni que les maten (sólo hizo una Duquesa Carolina hace ya más de 5 años), muy a su pesar y tristeza. La de Quart de Poblet, es simpática y pizpireta en la interpretación, y se gana al público. Tiene un bonito timbre, seguridad, claridad y brillantez. Es muy joven y si es capaz de ganar en proyección y en metal apunta hacia grandes faenas. El cuerpo, en la voz, se lo darán los años.
Guglielmo fue un buen Davide Luciano, barítono de voz limpia y clara, sin los engolamientos habituales en su cuerda. Puede también crecer ofreciendo una voz interesante por la escasez en la cuerda.
Ferrando fue Anicio Zorzi Giustiniani, el más flojo de la noche. Tenor de voz agria e impostada, que busca la voz mixta para conseguir efectos que le acerquen a florezer pero en realidad lo convierten en un espanto. Su Aura amorosa fue muy floja, aunque aplaudida por eso de que le sonaba al respetable.
Don Alfonso fue Nahuel di Pierro. Este barítono argentino, que intenta hacer de bajo pero no lo es, triunfa en el ensemble de la Opernhaus de Zurich, donde ya actúa de prota y figura del toreo. A mí no me acaba de convencer. Falla más en su entrega que en su técnica y su voz. No me transmite lo suficiente y ni me llega, ni emociona.
Coro estupendo, como siempre, parapetado en un segundo o tercer plano.
Sólo la maravillosa música de Cosi, que me reconcilió con la humanidad por un rato y que me levantó el ánimo y el optimismo durante un milisegundo, ya merecen el acercarse, ponerse el bozal y aguantar sentado más de dos horas y media. Si además la orquesta acompaña y las voces, todos ellos jóvenes y guapos, también, poco más se puede pedir. Aunque sea en provincias.
Saludos
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