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Pedro Miguel Juan Buenaventura Bernadino Marqués y García (1843 - 1918) Nació en Palma de Mallorca. Marqués hizo sus primeros estudios musicales con los profesores Noguera y Montis, y luego con el director italiano O. Foce. Destacó pronto como violinista, trasladándose a París en 1859, donde amplió estudios con Armingaud y Alard. Dos años después ingresó en el Conservatorio parisiense, donde tuvo como profesores a Massart (violín) y Bacin (armonía). De esta época data su amistad con el gran Héctor Berlioz, quien no sólo introdujo en él la inquietud por la composición sinfónica, sino que le dio clases de instrumentación. A los 24 años de edad se instaló en Madrid, en cuyo Conservatorio siguió perfeccionando la armonía con Galiana, el violín con Monasterio y la composición con Emilio Arrieta. Marqués fue violinista de la Sociedad de Conciertos, donde se dieron a conocer con éxito sus primeras obras sinfónicas. Más tarde fue nombrado inspector de las escuelas especiales de música de Madrid y profesor de canto de los colegios de la Inclusa. En el plano didáctico, este hombre modesto, simpático, ha dejado un Pequeño método de violín y La lira de la infancia. En el de la música teatral, contribuyó con algunos éxitos al desarrollo de la zarzuela grande, cuyo modelo había fijado Barbieri en su Jugar con fuego. Además de la ya citada, merecen mencionarse Justos por pecadores (1872), El maestro de Ocaña, Los hijos de la costa, La cruz de fuego, El regalo de boda, El reloj de Lucerna (1884), uno de sus mayores triunfos, El motín de Aranjuez, El diamante rosa, La hoja de parra, Plato del día, muy popular, como El monaguillo, que trascendió las fronteras, Amores nacionales, Los redentores, El guateque, El aquelarre, Magdalena, El zortzico, El dios chico, El centinela, El abate San Martín, Fraternidad, Los tortolitos, El santuario del valle, Verso y prosa, Florinda, Camoens, etc.
Sin embargo, la verdadera importancia de Miguel Marqués, máxime si tenemos en cuenta la escasa aportación al sinfonismo de nuestros compositores románticos, radica en su dedicación constante a este género. En mayo de 1869 Monasterio estrenó la Sinfonía nº 1 en si bemol, cuyo andante se repitió en varias ocasiones en las veladas de la Sociedad de Conciertos. Insistió Marqués con una Segunda Sinfonía en mi bemol (3 de abril 1870). Continuó componiendo oberturas, como la titulada La selva negra (1873), polonesas de conciertos, poemas sinfónicos como La cova del drac, marchas, alcanzando un prestigio mítico como compositor sinfónico al modo moderno, hasta el punto de estrenar una Gran marcha nupcial en 1878, con motivo de las bodas reales entre Alfonso XII y María de las Mercedes. Dos años antes había estrenado su Sinfonía nº 3 en si menor, que fue recibida con indescriptible entusiasmo por el público de la Sociedad de Conciertos. La citada Sociedad decidió editar la partitura, cosa que se realizó, grabándose en la calcografía de Lodre para el editor Antonio Romero y Andía. No se han escuchado en nuestros tiempos las sinfonías de Marqués, tan melódicas y operísticas, pero tan interesantes para comprender un momento clave en el incipiente sinfonismo español. Todavía aportó el músico mallorquín otras dos sinfonías Nº 4 en mi mayor (1878) y Nº 5 en do menor (1880) antes de retirarse a su tierra natal, donde todavía obtuvo un último reconocimiento al estrenar su Himno a honor de Ramón Llull (Palma, 1916).
Para comprender el efecto causado por las obras sinfónicas de Miguel Marqués, algunas de las cuales pasaron a los Conciertos Pasdeloup de París, basta leer, con el consiguiente regocijo, los siguientes párrafos de Peña y Goñi, crítico famoso y valioso de la época, citados por Subirá en sus "Temas Musicales Madrileños": "La sinfonía de Marqués representa una nueva fase de nuestro arte patrio, una innovación atrevida... Ha valido al distinguido maestro el lugar único e indisputable que ocupará mañana en la historia musical de su patria... La sinfonía clásica, la sinfonía de Beethoven, es para el público madrileño, en su inmensa mayoría, matrona añeja y malhumorada, cuyos tiempos pasaron, y que solo algunos curiosos visitan de higos a brevas en el museo arqueológico del arte. Marqués la ha adornado y la ha transformado. Ha lavado su cara con leche de Iris y velutina; ha llenado sus frentes de ricitos a la "dernière", resguardados de la lluvia bajo la techumbre de un sombrero cabriolet; la ha vestido con falda de raso y sobrefalda ceñida, según el último figurín; ha aprisionado sus pies en zapatitos enrejados, jaula transparente y tenue, por la que asoma fina media de color, provocativa. Y la matrona severa y arrugada, convertida en graciosa polla coquetona, se ha dirigido al público, preguntándole con la mayor desenvoltura: "¿Me amas?" Y el público, hecho un sietemesino, ha contestado: "¡Te adoro!".
Fundación Juan March
El anillo de hierro, drama lírico en tres actos (1878). Yo no salgo de mi asombro.
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