BEETHOVEN: Sonatas para cello y pianoCreo que es la primera vez que escucho la integral de un tirón y por eso prefería hacerlo de la mano de dos “indiscutibles” como Rostropovich y Richter, pero tras un par de escuchas he llegado a la conclusión bastante obvia de que todo se puede discutir y al final la cosa se ha convertido en una audición comparada con otros dos monstruos, Du Pré y Barenboim, cuyas interpretaciones ya conocía pero tenía un tanto olvidadas.
De todas formas, no hacen falta intérpretes geniales para mostrar la genialidad de Beethoven, tan apabullante incluso en sus obras “menores”. También el violonchelo tiene un antes y un después del músico de Bonn. Y también bastan tres opus para hacerse una idea de la gigantesca evolución que se da entre los distintos periodos de su carrera. Y eso que las dos sonatas del opus 5 ya son una maravilla, pero es que la Sonata en La Mayor es sencillamente perfecta y las dos últimas nos llevan a otro universo musical. El problema, por tanto, en estas obras es el mismo que en el resto de la producción beethoveniana: cómo conciliar toda la gama de las casi infinitas posibilidades, qué enfoque (o qué rango sonoro) priorizar, en qué sentido histórico orientar la interpretación. Y he aquí a una extraña pareja cuyos muy distintos temperamentos podrían haber llevado al caos de no haber sido dos de los más grandes músicos del siglo XX. Porque, en efecto, desde el comienzo mismo de la primera sonata nos encontramos a un Rostropovich cincelando el sonido, fraseando con sentimiento pero atento siempre a una estética “clásica” y a un Richter dándole respuestas más impulsivas, marcando acentos y dinámicas. ¡Y eso que estamos todavía en las piezas más dieciochescas y haydnianas! En la Sonata en Sol menor, donde las líneas de ambos instrumentos se separan con más claridad, el efecto es todavía más notable. Sin embargo, al final una negociación sin palabras consigue que todo funcione: Richter parece imponer sus tempi, un punto extremados en los movimientos scherzantes, y algunas de sus frases introducen una momentánea sensación de desequilibrio, pero la concentración del maestro de Bakú mantiene siempre la música dentro de un discurso en el que todo tiene su razón de ser y donde lo que más conmueve es la pura belleza. Recomiendo, por no caer en lo más manido, el
Andante-Allegro vivace de la poco afamada Sonata nº 4, donde Richter da la impresión de estar atisbando lo que hay más allá de las notas o anticipando ideas que cobran sentido unos compases más adelante, mientras que uno cree oír a un Rostropovich empeñado en extraer hasta el último nivel de significado del acorde que está interpretando en cada momento.
Frente a los dos maestros rusos, el matrimonio Du Pré – Barenboim transmite una comunión absoluta. Sus tempi son más extremos en las primeras sonatas, pero tienden a hacerse más bien morosos a medida que avanza la integral. El protagonismo del cello se hace más acusado incluso en los pasajes del opus 5 en los que apenas comenta las largas frases del piano –a pesar de una toma de sonido que apunta lo contrario. Du Pré saca una sonoridad bastante más densa a su instrumento que Rostropovich, su vibrato es más acusado, la interpretación es menos clásica y para algunos puede resultar algo anticuada para los usos actuales, pero suena de una sinceridad desarmante. Barenboim toca con una rotundidad algo chocante al principio, el protagonismo de su mano izquierda es tan notable que contribuye a esa sensación de “liberación” de un violonchelo que con Beethoven abandona sus servidumbres como bajo continuo. La intensidad de la pareja no está reñida con la sensación de equilibrio, perfecta construcción y cantabilidad de la sonata nº 3, aunque en la grabación de Spotify que he escuchado nos encontramos con la desagradable sorpresa de que el tercer movimiento queda repentinamente cortado tras la introducción lenta. En la sonata en Do Mayor los resultados son también excepcionales.
Si difícil es decidirse por una de las dos interpretaciones en las cuatro primeras piezas, la Sonata en Re Mayor nos brinda otra alternativa gozosa. Tanto su movimiento lento como la fuga final nos remiten al Beethoven visionario. Aquí ocurre algo sorprendente en el disco de los rusos: cuando uno esperaría a un Richter desmelenado, es cuando aparece con más claridad el liderazgo de Rostropovich, aparentemente más seguro que el pianista en el complicadísimo entramado de líneas pero comunicando calidez y sentimiento, sin caer nunca en la mera exhibición virtuosa. El
Adagio con molto sentimento d’affeto es en Du Pré – Barenboim eso mismo: la emoción es de una intensidad casi insoportable, en una versión que pasa de los once minutos y en la que parece detenerse el tiempo en cada frase. No puedo evitar pensar en lo que ese violonchelo me dice de las circunstancias personales de Jacqueline Du Pré (la grabación es de 1970) y se me hace un nudo en la garganta. En el último movimiento es el pianista argentino el que da un paso adelante y nos deja con la boca abierta por la claridad y decisión con la que interpreta las tres voces de su instrumento. Técnicamente, Richter no puede competir con Barenboim.
Como pueden comprobar por la extensión del tocho, me lo he pasado pipa y mi recomendación es que, si no las conocen, escuchen todas las piezas en ambas interpretaciones y en alguna más (Casals – Serkin entre las viejunas, Yo Yo Ma – Ax entre las más recientes). Eso sí, tengan en cuenta que la calidad del sonido es muy desigual. Rostropovich y Richter grabaron su integral para Philips entre 1961 y 1963 con unos ingenieros excelentes, destacando las sensaciones que deja la Tercera Sonata. El matrimonio Barenboim actúa en vivo en el Festival de Edimburgo y los señores de la BBC hacen correctamente su trabajo, pero ni la acústica de la sala es idónea ni el público escocés destaca por su salud bronco-pulmonar.