El pasado 1 de octubre me paré, in itinere, por un momento en Nueva York y me acerqué a ver Samson y Dalila en el Met. El exceso de trabajo, el exceso de pereza o el exceso de viajes han hecho que no me decida a escribir unas palabras hasta hoy.
Primero, y por justicia, como no, debo expresar mi pena y mi pesar por la pérdida de la grandísima Montserrat Caballé, voz que quedará en mi corazón y en mi memoria. Dios la tenga en su gloria.
Pues eso, recién aterrizado y sin solución de continuidad, me acerqué al Met para comprobar que, efectivamente, como ya apuntaba Yllanes, en el Met la acústica es mejor en primera fila de Balcony, que en Orchestra. Mi paso fue breve y mi crónica debe de serlo, por lo que iré directo al tajo.
La puesta en escena de Darko Tresnjak es falsamente moderna, es falsamente espectacular, es falsamente novedosa. En USA, donde las líneas de separación entre Broadway, Hollywood y la ópera se difuminan, nos presentan una puesta en escena con remembranzas hollywoodienses, dónde se busca sólo la estética estática que queda bien en las fotos y poco más. Oropel puro. Sólo se trabaja una estética moderna en grandes elementos, pero luego la representación es clásica, la dirección de actores nula, el trato psicológico a los intérpretes inexistente, el devenir estático y algo plúmbeo. Cosas y casas muy grandes, castillos de película de cine B de ciencia ficción con vestuarios de Linda Cho, que perfectamente pudieran ser de Cecil B. DeMille o de cualquiera de esas maravillosas películas que nos echan, o echaban, por la tele cada Semana Santa. Supongo que todo muy caro y muy farragoso, pero para nada, para este viaje no necesitaban alforjas. Además, alarga la obra innecesariamente ya que implica dos entreactos de 40 minutos cada uno para cambios de decorados, asunto trascendente si uno anda recién arribado y jetlagado.
La orquesta y el coro excelsos. Sonido cristalino, brillante y lleno de giros e intenciones de Sir Mark Elder, maravilloso. De lo poco que me duele de mi espantá es haberme perdido la bacanal. ¡Y qué decir del coro!, soberbio desde su coro inicial de judíos “Dieu! Dieu d'Israël!"que es un oratorio precioso, hasta el “Hymne de joie" que es otro oratorio, pasando por el coro femenino en la presentación de Dalila “Voici le printemps”.
Elina es divina. Y además, a pesar de mi mutis por el foro, le pude escuchar sus tres grandes momentos: “Printemps qui commence", “Amour, viens aider ma faiblesse", y sobre todo "Mon coeur s'ouvre à ta voix", que fue un derroche de sensualidad, de belleza y de emoción A mi este aria/dúo me parece sublime, donde el genio de Camille unió seducción y sensualidad a tristeza y nostalgia, en una música bellísima, pero, según como se mire, también tristísima. A Elina Garança, cierto que en algún momento le faltan graves, pero me encanta y la aplaudo siempre como lo que es, una diosa. Y es que, en la Garanca, su enorme belleza y el que le guste la zarzuela hacen que sea, con ella, especialmente permisivo.
El Sumo Sacerdote de Dagón fue Laurent Naouri. Con su timbre extraño e irregular saca el papel y salgo sin saber si me ha gustado o no, ya que frasea, proyecta e impone, pero gustar…no sé. Además, de tanto en tanto, tengo algún cantante completamente encasillado en un papel, y me cuesta mucho verlo en otros. Y, para mí, Mr. Dessay siempre será Golaud.
Abimelech fue un desastroso Elchin Azizov, indigno de un teatro de provincias como es el Met. Tiene menos interés que el hilo merengue.
Y acabo con el bueno de Roberto Alagna, que se nos rompió. Empezó justo, pero con ganas, pero se fue yendo abajo, como yo. Aguantó como pudo, aunque con un desgaste evidente, como yo. Y en el último “Dalilah, Je t’aime” del dúo/aria de la seducción lanzó un gemido ronco que nos heló el corazón. Estaba roto, como yo. Creo que se quedó hasta el dúo del segundo acto para poder magrear convenientemente a Elina, ya que, aunque le dolía la garganta, las manos, durante el sobeteo, parecían estar en perfecto estado. Puede que yo hubiera hecho lo mismo. A partir de ahí, nos fuimos a descansar los dos. Él, por su garganta, yo por el Jet Lag. Al final del segundo acto, aun me quedaban 40 minutos de descanso y 40 minutos de tercer acto y ya eran, para mí, las cuatro de la mañana. No me quedé dormido en la butaca porque tengo una reputación que cuidar, pero estaba reventado, de eso que las cosas pasan alrededor flotando. Y me fui.
Dejé que el cover, Kristian Benedikt, se luciera, o no, con “Vois ma misère, Hélas!”, que el maestro se luciera, o no, con la bacanal y que el escenógrafo destruyera el templo de forma y manera espectacular, o no. Me daba igual, Roberto y yo no estábamos para nada. Cada uno a su hotel de reposo, que la edad no perdona y yo me tenía que levantar a las 4 de la mañana, hora local, ya que a las 8 me esperaban en Filadelfia.
En fin, que esto de ser over 53 no perdona. Y no me arrepiento
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