Para comenzar un 2018 que ha de ser inolvidable y para olvidar un desastroso 2017 me recibió Zúrich con un buen tiempo inaceptable. Mientras en España el grajo vuela bajo y se quedan docenas de sufridos conductores pasando fresco en autopistas nevadas, en Zúrich no me hicieron falta ni los guantes. Y mejor así, porque estos centroeuropeos no tienen ni idea. Aún recuerdo un colapso en una autopista alemana por la nieve que me retuvo 6 horas y ¡nadie dijo nada!. ¡Nadie pidió ni siquiera la dimisión del ministro!. En cambio en España se me caían las lágrimas al oír por la radio a una señora, que ni había comprobado el tiempo ni llevaba cadenas porque ocupaban mucho y no sabía cómo ponerlas, expresar su indignación porque en cuatro horas que había estado bloqueada nadie le había llevado ni un café, ni un bocadillo, ni nada. Vamos, ¿Para qué está papá Estado cuando yo quiero?. ¡Matabosch dimisión!.
Pues eso, en la coqueta e incomodísima ópera de Zúrich y con Jose Luis en mis pensamientos, disfruté como un enano de una delicia salida de las manos del mago Rossini, que cogió un rollete de ópera con música espléndida que es Il viaggio a Reims y lo convirtió en esta maravillosa locura que es Le Compte Ory.
Divertimento en estado puro. Música suntuosa y argumento desternillante componen, a poco que el elenco esté inspirado, una tarde deliciosa. Es de las óperas que más cortas se me han hecho y que más sonrisas burlonas dibujaban las caras de los espectadores a la salida.
Este Compte se repite cada dos años en Zurich, casi con los mismos mimbres, desde que lo estrenaron la Bartoli y Camarena en 2010, y no me extraña. Se la saben todos de memoria y el resultado es memorable.
Como existe DVD de la representación de Camarena y Bartoli, con un batutero chino de infausto recuerdo (cómo destrozó el Otello Rossiniano en la Scala!), haré numerosas referencias al mismo ya que presupongo que parte de la audiencia lo habrán visto.
La puesta en escena de Moshe Leiser y Patrice Courier gana en directo respecto a la visión del DVD y la han mejorado con el paso del tiempo consiguiendo un resultado extraordinario. Es, en su planteamiento fundamental, similar a la archiconocida y archirepetida fille du regiment de Laurent Pelly. Sobre un escenario básico y rústico para cada acto, muy bien planteado pero con pocos cambios durante la representación, se carga el peso de la representación, toda la gracia nunca mejor dicho, en la dirección de actores, jugando en ello un papel determinante el coro, que también actúan de forma sobresaliente y necesitando para ello cantantes con arte y salero. La conjunción música, argumento e interpretación está hilvanada con precisión y el resultado es un conjunto sin fisuras. Repito que cuando vi el DVD no me pareció tan buena, pero en directo, con algunos gags añadidos y con un Lawrence Brownlee, que es mucho más gracioso que Camarena, me lo pasé en grande.
La orquesta fue la Scintilla como en el DVD. Es más adecuada para composiciones anteriores a Rossini y la dirigió Diego Fasolis, que de tonto no tiene un pelo. La Scintilla es un lujo y sonó clara y serena y de un dulce mirar es alabada (como el madrigal) pero, a mi parecer, le faltó un poco de mordiente rossiniana. Fasolis tuvo un detalle inusual que me encantó: en los aplausos dedicados a él y a la orquesta al finalizar el primer acto, cogió la partitura, la levantó y la señaló mirando al público para que aplaudiésemos al gran artífice de la noche, a Rossini. También tuvo, al finalizar, elogios hacia el primer violín, o peor dicho, la primera violina, que no sólo de chelo vive el hombre. El caballero que se encontraba a mi izquierda no paraba de aplaudirle y alabarle y es que al final me confesó que eran amigos y compañeros de pupitre en el colegio.
El coro soberbio en lo musical y en lo actoral. Mucho y muy buen trabajo. Alguno lo haría de coña en Aquí no hay quien viva.
Le Gouverneur fue el bajo argentino Nahuel di Pierro. Este no estaba en el DVD. Correcto, debutando en el papel y con la carencia actual de bajos y barítonos pues no nos vamos a quejar. Parece ser que se pasó las navidades del 2006 al 2007 en Valencia y nos cantó un Masseto y un Le Poret en el Cyrano a los que asistí (me lo apunto todo), pero yo no lo recuerdo. Acabó la función con hambre. Espero que en el Odeón le diesen bien de comer.
Rimbaud fue Olivier Widmer, como en el DVD. Aquejó de un exceso de vibrato e una indolencia excesiva, estaba como aburrido. Cierto que el estilo lo conoce y saca el papel sin dificultades. Además es muy querido por eso del paisanaje, ya que es Zurich geboren. Monsieur Bartoli, uno de los cónyuges del saturado panorama actual, canta torciendo la boca y por el lado derecho y tengo mis dudas sobre si eso es lo que enamoró a Cecilia, ya que hay que ver las carotas que ella dibuja cuando canta. Y es que lo que la mueca ha unido, que no lo separe el hombre.
Ragonde fue Liliana Nikiteanu, como en el DVD. Su voz es agradable, afinada y bien timbrada, pero de volumen tan pequeño que a veces era inaudible, y eso en un teatro tan pequeño como el destrozaespaldas de Zurich, es delito capital.
Isolier fue la simpática Rebeca Olvera, como en el DVD. Bueno, no como, mucho mejor. A mí me encanta esta pizpireta soprano mejicana. Ya la vi en El país de las sonrisas hace unos meses y me parece muy completa para papeles livianos.
La Comtesse Adèle fue Cecilia Bartoli. Soberbia. A mí me encantó. Y al público de Zurich tan frio él, también, ya que rompió en aplausos numerosas veces, interrumpiendo la música cuando fue preciso. Su corta participación en el primer acto fue un derroche pirotécnico plagado de trinos, escalas y saltos interválicos con precisión y ritmo trepidante. Apabullante. La simpática y guapa mezzo romana, que siempre me agobia un poco con esas carotas que pone y con esas muecas extremas marca de la casa (¿Son necesarias?), cantó como los ángeles, estuvo graciosa y se nos metió en el bolsillo, a algunos, para siempre.
Le Compte Ory fue un gracioso Lawrence Brownlee. Domina el estilo, tiene belleza y facilidad en el canto e interpretó de forma muy convincente. Su voz la encontré menos clara de lo que esperaba, pero bonita y con facilidad en las agilidades. No sé si soy yo, pero mezcló agudos nítidos y brillantes con algunos justitos. En cualquier caso, notable representación. Es posible que le vuelva a ver en febrero en I puritani de Chicago, y ahí contrastaré mi opinión sobre él al verle en una ópera seria, en un teatro enorme y con una orquesta más armada.
Comentar que los aplausos fueron numerosos, con varias salidas a escena: ahora todos, ahora de uno en uno, ahora de uno en uno con cortina cerrada, ahora todos con cortina cerrada y que se hizo lo mismo en el intermedio, con casi más ovaciones en el entreacto que al final. A mí este tipo de cierres con aplausos como Dios manda, me gustan mucho y cerró una noche en la que me lo pasé de coña.
Al volver al hotel cogí un trancazo (por no llevar guantes).
Saludos
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