Estoy viendo otra serie japonesa en Netflix, Samurai Gourmet, aparentemente basada en un manga que no he leído.
Evidentemente, esto no es para todos los gustos. La serie parte de un concepto un tanto ingenuo: un señor de 60 años acaba de jubilarse y ha perdido el amparo social que le da, en una sociedad de estratos muy definidos como la japonesa, el ser un directivo en una empresa. En el primer día de jubilación decide vagar por las calles, pero la inercia pédica acaba llevándole por el mismo trayecto que seguía todos los días para llegar al trabajo.
Se mete en un bar cercano a la estación del tren y se encuentra con el primer dilema moral de su vida de jubilado. ¿Pide o no la cerveza que tanto la apetece? Como directivo sensato y responsable, jamás de los jamases se hubiera tomado una cerveza a mediodía. La chispa se deja para después del trabajo.
En ese momento, tiene una especie de alucinación y ve como un ronin de la era koka (porque me suena más divertido que decir meiji, pero seguramente es meiji) entra en el bar y pide sake, pese a las burlas de algunos de los comensales. Con el vigor propio de los samurai defiende su honra y ahuyenta a los burlones. Al carecer de responsabilidades, nada le impide disfrutar de ciertos placeres que otros no pueden permitirse, como tomar alcohol a mediodía.
Inspirado por la aparción, el protagonista pide una cerveza y se la bebe con singular deleite. Hasta se le escapa un endecasílabo, "cómo entra a mediodía una cerveza" (o palabras parecidas).
En los siguientes episodios se sigue el mismo esquema. El señor va descubriendo las libertades, minúsculas pero deliciosas, que le permite su vida de ocioso, se enfrenta a un minúsculo dilema moral (un chef que trata mal a unos clientes extranjeros, una sobrina que quiere dedicarse a tocar en una banda y a la que debe aconsejar, los clientes ruidosos de una cafetería...), se inspira en la visión ocasional del añejo ronin alucinatorio para actuar con resolución, a veces falla, a veces acierta y, por el camino, disfruta de deliciosa comida japonesa, china, italiana y francesa y, siempre, siempre, de su adorada cerveza, y pone caras de cómica satisfacción al descubrir sabores nuevos u olvidados.
El concepto tiene esa mezcla de candidez (o sencillez) y refinamiento que vemos en muchos productos del Japón. Para muchos, la ingenuidad puede resultar durilla de tragar. Hay hasta moralejas.
A mí me gusta. Por lo pronto, no existe el cinismo dizque demoledor, la ironía continua en el diálogo (¡qué pesadez!), la crudeza brutal que hace "moderna" la televisión actual. Y, aunque a mí también me gusten de vez en cuando los platos más fuertes, esta seriecilla limpia un poco el paladar.
Como cata, recomiendo especialmente el episodio en el que se mete en un restaurante italiano más lujoso de lo que parecía, y siente vergüenza por sus modales. Si les gusta este episodio, ya está. Toda la serie es un calco. Si no les gusta, en unos diez minutos se dan cuenta y no pierden más esa cosa que fugit.
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