Holandés Errante en la Ópera de Helsinki el 30 de noviembre.
Tenía la tarde libre, vi que ponían una (creo que) nueva producción de Kasper Holten, y aunque no conocía a ninguno de los intérpretes me animé.
Con respecto al reparto: Holandés Oluf Sigurdarson, Senta Pauliina Lonnosaari, Daland Jyrki Korhonen, Erik Mika Pohjonen, Mary Sari Nordqvist, Timonel Tuomas Katajala. Debo comenzar diciendo que el mejor fue el Timonel, con una bonita voz que corría muy bien por todo el teatro. Holandés y Senta suficientes, con esas voces nórdicas que tienen un bonito timbre y potencia, pero fríos y poco o nada matizados. Ambos muy justitos en sus partes individuales y mejor en los dúos. El resto para el olvido. Un Daland que dejaba de oírse en cuanto cantaba con alguie, muy flojo. Erik el que menos me gustó (como por otra parte me suele pasar). Timbre muy feo y un recital espléndido de golpes de glotis y canto a extraños trompicones. El coro bastante bien. No obstante con una actuación al inicio del tercer acto muy mejorable, pero no por su culpa.
Dirección de John Fiore y orquesta, pues me esperaba algo mejor. Los metales mejorables, destemplados y con algún gazapo evidente. Fue de menos a más, o de menos a suficiente. Muy plana.
Pero pese a todo, El Holandés me gusta y con unos mimbres suficientes lo disfruto. Es verdad que el reparto bueno es el otro (con Reuter y Nylund), pero los dos protagonistas fueron lo suficientemente buenos para pasar una tarde muy agradable. Hasta que llegó el señor Holten. Dramaturgia paralela metida a piñón sin aportar nada, vacía, manida, pretenciosa pero sin ideas, que encima estorba a la música. Ahora la historia es la contraria: en la época actual un holandés es un pintor de éxito, desesperado, en crisis existencial y al borde del suicidio. Senta es una aspirante a pintora y su gran fan. Al final el pintor se suicida y ella se vuelve una artista renombrada que hace una exposición en su honor.
Se supone que le ha querido dar una vuelta, porque los tiempos han cambiado, así que ahora las mujeres son las fuertes y los hombres los débiles. Paupérrimo. No me extenderé porque cada escena podría comentarse, pero tengo que destacar tres momentos que me fastidiaron particularmente:
El primero en la obertura, donde aparece el holandés beneficiándose a más de media docena de muchachas. Con eso se expresa su desesperación (sin comentarios), pero lo peor es que te distrae de la obertura tanto trajín en el escenario. El segundo, la comentada primera escena del tercer acto. Es una pesadilla del pintor en la que sólo hay espectros. El momento en que tiene que aparecer el segundo coro desde fuera, en este caso lo que hace es desdoblarse en dos, entremezclados en el escenario, con lo que el resultado es un galimatías que hace cualquier cosa menos ponerte los pelos de punta. Y el tercero es el final. Ese momento en el que las cuerdas suenas de esa forma tan wagneriana, Senta comienza a llorar a moco tendido tapando toda la música.
No soy contraria a revisiones y vueltas de tuerca de una obra, siempre que sirvan para potenciar o definir el sentido de la misma, para disfrutarla más o de otra manera. Pero esto de cambiar porque hay que cambiar, esa obsesión porque la obra sea del director de escena y no del compositor y que al final sólo es un conjunto de lugares comunes me parecen una falta de respeto para la obra y para el espectador.
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