Saltando de casilla en casilla, como en el juego de la Oca, caí en el Nueva York post tormenta de nieve infinita. Las calles de Manhattan ya estaban limpias y todo funcionaba con el ritmo frenético acostumbrado. Uno se pregunta qué hubiera pasado en España y como estaría todo tres días después de caer casi un metro de nieve.
Corriendo, corriendo, como todo quisqui en Manhattan, llegué al Met con el tiempo justo, casi directo desde el aeropuerto y me dispuse a disfrutar de una maravillosa función, la mejor que he visto en lo que va de temporada. Y eso que entré con la pena de no haber podido saludar a Kandaules (otra vez será) y de no haber leído las reseñas de Rubini sobre la obra, ya que la tormenta hizo suspender la función radiada de la obra del pasado sábado.
La representación del Met me gustó mucho porque se sustentó sobre los pilares básicos de una buena representación: Música excelente, puesta en escena magnífica, muy buena orquesta y coros, e intérpretes sobresalientes en lo general. Que más se puede pedir. Pues eso, sentarse y disfrutar.
La obra es un operón, mucho más que el “Je crois entendré encore” y el “Au fond du temple Saint”. Soberbios coros, que gran concertante el final del segundo acto! . Bellísimas arias y enormes dúos. Música ecléctica, ora belcantista ora verdiana ora wagneriana . Sorprende como describe el exotismo con un vals acabando el primer acto.
Y además cuenta con “Je crois entendré encore” y “Au fond du temple Saint” dos monumentos sublimes de canto lírico.
La puesta en escena fue una pasada. Está ambientada en un pueblo de pescadores de Asia que perfectamente pudiera estar en Ceilán (me gusta más que Sri Lanka) traído a la actualidad. La mujeres van vestidas con saris y los hombres con dhotis o camisetas y pareos en función de su clase social. Es un poblado de pesca retratado con fidelidad y realismo en el que las casas son chabolas, las barcas están hechas de retazos de chatarra y la pobreza se respira en el ambiente. El realismo es la base de la representación. Leïla no es una mujer etérea, por encima del bien y del mal como en otras representaciones, sino que es perfectamente real, sufre, se angustia, duda, lucha. Zurga es un tirano que tapa con su poder los sentimientos escondidos. Nadir también es real, sufre, trabaja, ama. Todo ello en un ambiente miserable pero retratado con una belleza espectacular.
La dirección de actores es excelente y sobre todo las interpretaciones de Damrau, Kwiecien y del coro transmiten credibilidad y emoción convirtiendo un libreto un tanto estúpido en una historia completamente creíble .
El montaje debe de haber salido bien caro. Tiene momentos mágicos como la obertura con figurantes buceando a lo ancho y alto del escenario y otros espectaculares como la entrada en barca de Leila o el incendio final del poblado.
Pero es que además todo ello con un enorme respeto al argumento y al canto lo convierten en una de las mejores puestas en escena que he visto. Todo ello ideado por Penny Woolcock, una fenómena.
La orquesta, que suena de maravilla, la dirigió lamentablemente Antony Walker que ha sustituido a Gianandrea Noseda en dos funciones. El Sr. Walker es director titular de la ópera de Pittsburg y aunque no fue un desastre, haría bien quedándose en Pittsburg. Y no fue un desastre, por el contrario sonó muy bien porque la orquesta es magnífica y ya llevaban varias representaciones con Noseda. Dio la impresión que la orquesta iba sola y el director intentaba parecer que era él el que la guiaba, como en un playback mal ensayado. Por destacar solitas, aunque no tengo ni repajolera idea de quienes son, destacaría arpas, flauta y chelos.
El coro que dirige Donald Palumbo es una pasada. Con la flexibilidad infinita que les da cantar siete representaciones distintas por semana y tocando todos los palos, cantan y actúan de forma extraordinaria con una profesionalidad sobresaliente .
Vayamos a los cuatro cantantes que tiene la ópera.
Nadir fue Matthew Polenzani. El de Evanston, se ha puesto orondo y con camisa y pareo no tenía donde esconder las lorzas, vamos, como Rafa Benitez. Llevaba los brazos tatuado de colorines como si fuera un delantero de éxito y cantó como es él, blandito, amaneradito y sin llegar a emocionar y mira que en esta obra es fácil. Su voz es bonita, cierto, pero le falta mucho para ser un gran cantante y ya dudo que lo llegue a ser. Yo ya le había visto hace unos años en Hoffmann en Chicago y a pesar de que lleva más de 300 representaciones en el Met desde entonces, la vida sigue igual. Su Je crois entendre encore fue cantado con voz mixta, afalsetando, empezando cada frase en piano y acabándola en forte y provocando alguna hiperglucemia. Como la música es tan bonita, se le aplaudió mucho (aunque en el Met se aplaude todo, todo, todo) pero, para mí, se quedó en un quiero y no puedo.
Mariusz Kwiecien fue un espléndido Zurga. El barítono polaco tiene un timbre hermoso y un canto muy lírico que le encaja perfectamente al personaje. En la zona alta se desenvolvió con soltura y fue tremendamente convincente. Si a eso le unimos una interpretación actoral sobresaliente, llenando el escenario, transmitiendo emociones y llegando al público, no puedo hacer otra cosa que alabar su actuación. Fue tremendamente y merecidamente aplaudido.
Lo mejor de la noche fue Diana Damrau. Qué bien cantó la Damrau!. Que extraordinaria Leïla!. Bien en todos los registros. Comienzó con un canto donizettiano con arias como " O Dieu Brahma" o " Me voilà seule dans la nuit" que son puramente belcantistas y reguló, apianó y atacó la coloratura de forma impecable. Filados bellísimos, trinos estupendos, agudos bien proyectados, línea de canto excente . Y en el tercer acto se mudó a un dramatismo desgarrado, como en el dúo con Zurga, que cantó de forma convincente y cargada de emoción. La Damrau, que también ha ensanchado su figura (hay los bollycaos...), fue, en el tercer acto, una mujer desesperada, que sufría angustiada y capaz de cualquier cosa por Nadir, frágil y fuerte a la vez. Y estuvo bien en la calma contemplativa y en el dramatismo desesperado. Soberbia interpretación.
Y ya sólo nos queda Nicolas Testé que fue Naurabad, la cláusula número siete de Diana Damrau. La cláusula número siete de los contratos de Miss Damrau especifica: Y a mi marido me lo colocas dónde sea. Se rumorea que si canta el Rosenkavalier, el pequeño Nicolas hará aunque sea de Mohamed. Y es flojo, flojo, flojo. Y lo intenta, porque interés se le ve al zagal. Pero no. No vale para esto. Lo vamos a tener también en Madrid en I puritani, y es que en Madrid también se ha aplicado la clausula número siete.
No quiero terminar sin mostrar una vez más mi admiración por la organización del Met y por el público Neoyorkino . Hace exactamente 100 años desde las últimas representaciones de Los pescadores de perlas en el Met, nada más y nada menos que con Enrico Caruso, Giuseppe De Luca y Frieda Hempel. Mucho tiempo sin esta maravilla.
La organización del Met, perfecta, como siempre. Con más aglomeraciones que de costumbre debido a los controles de seguridad (parecía mas la entrada del fútbol que la de la ópera) el personal del Met ayudaba, aconsejaba y organizaba todo. Y a mí, tras una enorme cola para recoger la entrada, dedicándome todo el tiempo del mundo aunque quedaban diez minutos para empezar la función, me permitieron cambiarla sin coste, aconsejándome y finalmente vendiéndome una entrada excelente a mitad del precio original. Vamos, como aquí.
Y qué decir del público. La fauna variopinta de todas las ocasiones que ya por observarlos merece la pena venir. Y a mí me gusta contemplarlos imaginando quiénes son y de donde vienen mientras llenan las gradas con esa entrega que sólo se ve en América, donde vienen a reír, a llorar y a emocionarse sin pudor, para que, un milisegundo después de la caída del telón, o bien salir corriendo como si les fuera la vida en ello(un tercio del aforo, no tres ócuatro) o bien entregarse al braveo, aplauso y la alabanza más generosa. Y luego salen hieráticos, con ese estiramiento arrogante que sólo se alcanza aquí y en Paris.
Terminé la fría noche Neoyorkina en un bistro camino del hotel con unos escargots (Ahora me dirá alguno que allí se llaman "eslentets" o algo similar) , una French onion soup y un excelente vino blanco Neozelandés. Noche redonda.
Saludos
|