Amos anda.
Qué divertimento ni travesura ni que ocho cuartos, Falstaff es una obra maestra que cierra gloriosamente y con todo su genialidad, la carrera del mayor compositor de óperas que ha existido. La personalidad y carácter de Verdi no era la de ningún travieso, ni graciosillo, ni nada que se lo parezca.
Como tantas veces he dicho, el Maestro recupera un género de tanta tradición como el buffo, que había dado su última obra maestra con el Don Pasquale Donizettiano y que él tenía como espina clavada por el fracaso de "Un giorno di regno".
Cierra con una fuga de libro ("Tutto nel mondo è burla") lo cual no es ninguna tontería. En la maravillosa novela de Franz Werfel "Verdi. La novela de la ópera", hay una escena en que el Maestro, (en 1883 ya anciano, antes de componer Otello y Falstaff) sin delatar su identidad, habla con un joven compositor alemán que vive pobremente en Venecia y que odia a Beethoven y Wagner, proclamando que han hecho mucho daño a la música. Este hombre dice que ningún compositor actual sería capaz de realizar una fuga porque han perdido las genuinas tradiciones y más canónicos modos compositivos en favor de una intelectualidad egocentrista. Verdi no le dice que es músico, pero sí que tiene relación y conocimientos musicales y le compone una fuga en ese momento en un folio que tiene a mano, afirmando que él realiza dos diarias para no perder la práctica.
Por tanto, cierta ironía sí, una sonrisa de despedida también, genialidad toda; gracia tonta, travesura, charlotada, chistecillo, ninguno (pues menudo era Verdi para sinsorgadas) y como dice mi firma actual, con la necesaria evolución, pero manteniendo las esencias de la ópera tradicional y asegurando su permanencia y desarrollo futuro.