Esta producción de Jérôme Deschamps y Macha Makeïef tiene ya 19 años. La estrenaron en Amsterdam en 1992, y en la Bastille parisina en 1993, y ahora la repone la Comique en su preciosa sala Favart. Da igual. La pueden reponer dentro de otros 20 años y seguirá siendo tan fresca y divertida como es. Un clásico recomendable desde todos los puntos de vista. Hacía mucho tiempo que no me reía tanto en un teatro: en realidad desde La vie parisienne montada por Savary en ese mismo teatro, allá por el 2002. Les brigands es puro Offenbach, oro puro, escondido esta vez tras una descomunal bufonada de falsas identidades y equívocos imposibles, a ver si cuela el hecho de que está hablando de la realidad de una Francia del Segundo Imperio a punto de entrar en guerra con Prusia. En La Grande-Duchesse de Gérolstein es evidente, aquí no tanto, y esta producción sigue al pie de la letra el juego del despiste, ópera bufa ambientada en una especie de Brigadoon de telones pintados a la antigua, de un detallado "realismo" a lo cuento de Perrault, y animado por una fabulosa compañía de cómicos que entienden perfectamente el juego. El juego de opereta. El resultado es descacharrante. Cómicos, buenos cantantes y excelente música: la partitura tiene pasajes endiabladamente difíciles, resueltos con brillantez, entre bandoleros que se hacen pasar por mendigos o por mesoneros, da igual, españoles verdaderos y españoles falsos, italianos falsos e italianos verdaderos, sevillanas travestidas y gordas como lavadoras, mucho abanico, italianos que no se sabe bien de dónde salen, nobles que se hacen bandoleros por amor, duques con peluca rubia corta con flequillo y puntas hacia adentro, princesas granadinas disfrazadas de rejoneadoras, tenorios de tablao flamenco que no se sabe si vienen de Oaxaca o de Jerez de la Frontera, toreros, luisesmarianos, curas, carabineros, barones de chiste, alabarderos, embajadores de opereta... Con decir que la acción se sitúa en la frontera entre Mantua y Granada ya está dicho todo: el argumento es absolutamente imposible de resumir, la transgresión es continua, con un estribillo impagable: "Y a des gens qui se disent espagnols et qui ne sont pas du tout espagnols... Pour nous, nous sommes des vrais espagnols, et ça nous distingue des faux espagnols"... Es la parodia de la parodia de la parodia. Podría ser la parodia de una opereta que parodia a su vez el acto III de Carmen, y de hecho así comienza el espectáculo: con un director de orquesta tontiloco al que le da por atacar la obertura de... Carmen! Lo terminan echando a patadas enseguida, entre abucheos y silbidos, para ser sustituido por el verdadero, el muy competente François-Xavier Roth, que demostró dominar el jaleo imposible justo como un verdadero maestro, equilibrando foso y escena. Y cosa curiosa: de espaldas a la orquesta de instrumentos de la época, atenta por igual a maestro y escena. Era necesario así. Todo como tiene que ser: tres actos, tres decorados, dos descansos. En un momento dado, sin venir a cuento, empieza a nevar. En el foro se ve un inmenso volcán que redondea la verbena estallando entre fuegos artificiales, una vez indultados los bandoleros por un deus ex machina resuelto en tres segundos. De vez en cuando los bandoleros disparan al aire y caen liebres. Y hay semovientes: un asno y cuatro preciosas gallinas que se pasean por el escenario con una disciplina pasmosa, muy lustrosas, y teniendo muy clara la idea de que está absolutamente prohibido saltar al foso de la orquesta. En una caída de telón una se quedó, tal vez involuntariamente, fuera, al borde de las candilejas. Nada: salió un cómico a recogerla con mimo, mientras el teatro entero estallaba en un cerrado aplauso de puro regocijo. ¡Qué fiesta! Algo serio, sin el menor asomo de vulgaridad. Es un espectáculo colectivo, otra cosa rara, en el que todos se muestran pletóricos, con una gracia irresistible. Casi resulta injusto dar nombres. También sería injusto olvidarlos. Philippe Talbot, como el inefable conde de Gloria Cassis, la muy simpática Michèle Lagrange, como la temible princesa de Granada, y Marc Molomot, como el paje Adolphe de Valladolid, formaban un trío de españoles "verdaderos" delirante. El barón de Campotasso que cantaba, muy bien por cierto, Francis Dudziak y el duque de Mantua de Martial Defontaine no se quedaban atrás a la hora de resolver sus burlas con graciosa desenvoltura. Las notas más comprometidas corrían a cargo de la joven soprano Daphné Touchais, que hacía Fiorella, la hija del jefe de los bandoleros, y de Julie Boulianne, mezzo travestida como anillo al dedo en su enamorado Fragoletto. Falsacappa, el jefe de los bandoleros, era Éric Huchet, tenor solvente pero tal vez demasiado envarado para ajustar su grave registro a un personaje que parecía pedir más juego. Destacaba más su confidente Pietro, cantado por Franck Leguérinel, el mismo que estrenó el barón Puck en la ya clásica produción de Laurent Pelly de La Grande-Duchesse de Gérolstein, con Felicity Lott en 2004, en la que Eric Huchet cantaba precisamente al príncipe Paul.
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Última edición por Bárbara el 05 Jul 2011 10:42, editado 1 vez en total
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