Wilson escribió:
Ante todo, me interesa un teatro que no ofrece interpretaciones, sino que sugiere coincidencias, y luego las libera. Soy partidario de una cierta distancia respecto a los sentimientos: prefiero los movimientos que se dan bajo la superficie, y no los estallidos de emoción que son expuestos ante la mirada del público.
Mi trabajo guarda distancia para permitirle al espectador reflexionar. Propongo diversas ideas, diversas direcciones, diversos sentimientos y diversos estilos de interpretación. Pero preservo siempre una cierta separación con respecto a lo que se dice o a lo que se hace. Intento no imponerle nada al público. La interpretación es un asunto del espectador.
Me gusta eso. Él estaba hablando de teatro, que es a lo que se ha dedicado primordialmente, pero creo que es perfectamente aplicable a la ópera. A la ópera le suele ir genial cuando los directores, sobre todo utilizando el lenguaje gestual, no proponen un discurso simbólico, con una interpretación cerrada, sino que lanzan imágenes, ideas, gestos que el espectador reinterpreta con la música y el libreto. En especial para óperas más estáticas o líricas este tipo de dirección funciona muy bien, como Tristan (Sellars-Viola), Iphigenie en Tauride (Guth), en algunos momentos Kat'a Kabanova (Carsen), Rey Roger (Warlikowski), un oratorio como Theodora (Sellars), o por supuesto el Gluck de Wilson del que ya hemos hablado.
Wilson escribió:
En la ópera, yo no podía escuchar. La ilustración de la música me distraía hasta tal punto, que tenía que cerrar los ojos para conseguir escuchar algo.
Me ha impresionado esa frase. Hay personas que tienen tan desarrollada la sensibilidad visual que cuando van a la ópera o al teatro la escena les atrapa y, como en la vida corriente, subordina al oído. Por eso la ópera como género es apasionante, porque juega con el equilibrio de los sentidos y de las percepciones.