Il Campanello di notte o la rebelión de la vida
1836 fue un año tremendamente difícil para Gaetano Donizetti, sin duda el más duro de su vida. Solo el tumultuoso éxito de
Belisario, estrenada en La Fenice de Venecia el 4 de febrero, alivió un descorazonador invierno en el que había tenido que afrontar la muerte de su padre y de su hija recién nacida. Virginia Vasselli, su esposa, siguió enferma por complicaciones en el parto y moriría al año siguiente. Si todas estas calamidades fueran pocas, el conocimiento, a principios de marzo, de la noticia de la muerte de su madre supuso el peor mazazo para el compositor, profundamente desgarrado en su naturaleza vitalista, para la que no encontraba fuerzas ni motivación. Su llegada a Nápoles en marzo constituyó así un luto triste y necesario.
Pero en 1836 Nápoles era también una ciudad en luto. La muerte de la reina María Cristina y la profunda tristeza en que ello sumió al rey Ferdinando II hicieron de Nápoles no sólo una ciudad oficialmente enlutada, sino también profundamente melancólica, sin apenas vida, y desde luego, sin ninguna vida teatral. La gestión de los teatros reales había entrado en crisis, y sólo los teatros independientes estaban en condiciones de ofrecer, terminado el luto oficial el 13 de febrero, algunas funciones musicales.
Sin embargo, las dificultades en que se hallaban estos teatros en el yermo panorama musical napolitano eran evidentes. Sin el patrocinio del rey y en una ciudad mortificada por uno de los momentos más tristes del Reino de las Dos Sicilias, sobrevivir era una tarea ardua para los teatros. Algunos, lógicamente, no lo conseguían.
Adolphe Adam, el inolvidable compositor de
Si j’etais roi y
Le postillon de Lonjumeau, habló de esta forma, en su libro
Derniers Souvernirs d’un Musicien, acerca de la composición del
Campanello:
Adolphe Adam en Derniers Souvenirs d'un Musicien, escribió:
En 1836 il [Donizetti] était à Naples, et il apprend qu un pauvre petit théâtre vient de fermer, et que les artistes sont dans une détresse affreuse ; il va les trouver et leur donne tout ce qu’il avait d’argent pour suffire à leurs premiers besoins. Ah!, lui dit l’un d’eux, vous nous feriez bien riches si vous pouviez nous donner un opéra nouveau!
–Qu’à cela ne tienne, réplique le maestro, vous l’aurez dans huit jours.
Il manquait un livret, pas un poëte n’aurait voulu en donner un pour le théâtre qui venait de fermer: Donizetti se rappelle un vaudeville qu’il avait vu à Paris: la Sonnette de nuit en moins d une journée il en fait une traduction à l'aide de ses souvenirs; huit jours après l’opéra est terminé, appris, su, joué, et le théâtre est sauvé.
Una lógica prevención ante lo novelesco y decimonónico del pasaje nos puede poner en guardia ante su veracidad. Sin embargo, debemos afirmarla. La efectiva existencia del vaudeville referido, obra de Brunswick y Lhérie, la correspodnencia emanada del renacido Teatro Nuevo y los testimonios de la prensa de la época permiten concluir sin ninguna duda que, en efecto, el maestro escribió, por solidaridad con unos artistas necesitados, una pequeña farsa napolitana a beneficio de aquellos. Así lo contaba el diario Omnibus el 4 de junio de 1836:
El Omnibus, el 4 de junio de 1836, escribió:
Questa volta il merito d’una musica del Cav. Donizetti dee cedere al merto di lui personale mille volte maggiore. Egli, il maestro per eccellenza, quando vista una banda di artisti per la finita impresa restar senza pane, dispersi come gli ebrei, e non come quelli adatti a qualunque professione, vicini a perire di stento e disperazione, immaginò con un tesoro del suo ingegno dato in dono su questo teatro rinfrancarli in parte delle penuria che durarono e a tutto potere si fece a comporre una musica che dedicò a loro beneficio. E vedi prodigio di buona e virtuosa volontà, a fare che nulla costasse loro il dono, e più sollecito si facesse, sì che quella che apparve sulle scene del Teatro Nuovo l’altra sera è tutta opera sua e monumentale per pietà e generosità d’animo.
Es decir, no es solo que en el siglo XIX contasen así las cosas; en ocasiones, también
eran así. Asediado por la desdicha y en una ciudad en luto, Donizetti, indudablemente, se conmovió por las dificultades de una pequeña compañía de cómicos por salir adelante, y les regaló, con libreto propio y música parcialmente reutilizada y parcialmente nueva, una de las obras más pequeñas y perfectas del género bufo italiano. Y no es el carácter exaltado de Donizetti lo que más conmueve del hecho, sino su profunda humanidad. Porque al salvar esa compañía, sin duda, también se salvaba él.
De esta forma, en un escenario de desolación, a través del gesto de generosidad que supone
Il Campanello, el impulsivo compositor se aferra a la vida, al prójimo, a las ganas de vivir, a la capacidad de volver a sonreír, incluso de estallar en carcajadas. Mediante el
Campanello Donizetti volvió a llamar con envidiable entusiasmo a las puertas de la vida. Y se abrieron.