A raíz del hilo de @lm@viv@ sobre Horne/Valentini Terrari y de la discusión sobre las Bodas de Giulini vs las de Gardiner, se me ha ocurrido la siguiente reflexión.
Veamos: cuando a mí me gustaba la ópera, siempre tenía claro que lo fundamental era el canto y que todo eso de la "verdad dramática" y demás excusas de mal pagador sólo servían para justificar lo injustificable.
No obstante, y siempre teniendo en cuenta que sin buen canto no hay vida en el mundo de la ópera, lo cierto es que, muchas veces, nos topamos de frente a una realidad poco objetiva, pero que está ahí: llamémosle el concepto.
El concepto se manifiesta en los cantantes cuando asumen un papel teniendo muy claro qué es su personaje, cómo quieren que se comporte y qué quieren transmitir al público. Así, nos encontramos con cantantes que pasan evidentes problemas para sacar un papel y que, sin embargo, a la escucha, resultan más sinceros y completos, porque tienen claro cómo abordar el personaje (a veces, de un modo personalísimo).
La cuestión es que, siempre que exista un mínimo de buen canto (ésta es una barrera infranqueable...si no lo tiene, que se dedique al teatro o a recitar poesía), tiendo cada vez más a preferir aquellas interpretaciones en las que el cantante tiene un concepto de su papel (lo que los finos llaman "la encarnación del rol") atractivo, coherente, original o inteligente que aquéllas que son mucho mejores técnicamente pero que no me aportan nada. No voy a dar nombres para no herir susceptibilidades.
En este sentido, una lucha de detalles, una visión "micro" del papel siempre supone una derrota para aquellos que fían gran parte de su interpretación a un concepto (por definición siempre global) del personaje. Pero una visión "macro" siempre le favorece.
Se me ocurren muchos cantantes a los que no puedo reprochar nada puntualmente en sus interpretaciones, pero sí a su conjunto y viceversa. Y, en principio, la ópera no está hecha de una serie de detalles o de cuatro momentos álgidos (típicos cantantes "de recital") sino en un conjunto. Y prefiero un cantante que sepa encarnar el papel X (o "ser X") que el que sepa cantar mejor su partitura.
Lo mismo, con mayor razón, me sucede con los directores. Como soy un analfabeto musical, carezco de toda capacidad para analizar puntualmente una interpretación, por lo que me quedo siempre con el concepto, con el global. Es el director el que convierte LVT en una obra sutil y etérea o en un cuento de terror lleno de brumas, el que hace de Don Giovanni un dramma o una obra giocosa o el que convierte Tristán en un drama metafísico o en pura sangre y carne terrenal (por citar tres de mis obras favoritas).
Y, como antes, me quedo con quien sabe plantearme su propuesta, su concepto (siempre que tenga sentido y sea interesante), aunque arriesgue mucho, que con aquél que me ofrece momentos mejor interpretados pero que no tengo claro qué me quiere contar.
Otro tanto me ocurre con las puestas en escena, pero aquí ya no me meto, que se me emponzoña el hilo, del que ni siquiera tengo claro si tiene interés alguno...
El caso es que cada vez soy menos receptivo a las visiones "micro" de las interpretaciones, a esos análisis minuciosos y con escalpelo que demuestran frase por frase una superioridad, sino con escuchar la obra en su conjunto, la interpretación en su conjunto, y juzgar desde el global.
En fin, es una cosa que se me ocurrió y que no pegaba en ninguno de los dos hilos que citaba arriba y aquí la dejo...perdón por el coñazo...