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 Asunto: Dic. VI: 2ª Jornada: SIGFRIDO
NotaPublicado: 01 Ene 2006 16:51 
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Sigfrido


Antecedentes: Brunilda ha salvado de la ira de Wotan a Sieglinde, que está embarazada de Sigfrido y le ha entregado los trozos del “Nothung”. Le aconseja que se esconda en el bosque donde Fafner, convertido en dragón, guarda el oro y el anillo.
En el bosque Sieglinde da a luz a su hijo y muere en el parto. El nibelungo Mime, maestro de herreros en el Nibelheim ha acogido al huérfano en su casa y le ha criado con la intención de que Sigfrido le ayude, con su fuerza, a conseguir el tesoro que permanece bajo el poder de Fafner.
Sigfrido, que ha crecido lejos del mundo, tiene ya dieciocho años, y Mime le mantiene a oscuras acerca de su pasado. Aunque el joven sospecha que el nibelungo no puede ser su padre, cree que Mime, conocedor del arte de la forja, es el único que puede proporcionarle una espada lo suficientemente resistente en sus impetuosas y fuertes manos, que le permita enfrentarse a gigantes y a violentos combates, de los cuales Mime le ha hablado.
Con este arma matará a Fafner, sin saber del todo que está haciendo. Aún no conoce el miedo.
No será sino un Pájaro del Bosque, al que comprenderá tras haber probado la sangre del dragón recién matado, el que le haga partícipe del secreto del anillo y del yelmo de la invisibilidad, y será esta misma ave, quien le indicará el camino de la roca de Brunilda.
Será entonces cuando Sigfrido matará a su padre adoptivo y romperá con el “Nuevo Nothung” la lanza de su abuelo Wotan, cuando éste se interponga en su camino. Nadie puede pararle. Sigfrido atravesará el fuego y despertará a Brunilda. A la vista de la bella, el joven héroe aprende al mismo tiempo qué es el miedo y qué es el amor.



Otros aspectos: El bosque que se reproduce en el primer acto de “Sigfrido” es un lugar fantasmagórico. Aquí es donde Fafner, guarda bajo la apariencia de dragón, el anillo, el yelmo mágico y el oro.
Aparece el leitmotiv del dragón y es precisamente en este bosque donde Alberich aguarda la llegada de Sigfrido que vencerá a Fafner. Entonces el nibelungo se apoderará de nuevo del anillo.
La única oposición que existe a este mundo selvático lleno de asechanzas es Sigfrido, el verdadero carácter natural, el cual desde la muerte de Sieglinde, ha sido acogido por Mime.

Es extraño que Wagner haga que un nibelungo, un ser lleno de connotaciones negativas, sea precisamente el que se apiade del niño y lo cuide.
En realidad Mime lo cuida porque en cierto modo intuye que ese niño será el héroe que matará al dragón y conseguirá recuperar el anillo y el oro. Es decir, actúa de una manera totalmente interesada.
Por otro lado la relación que hay entre Mime y Sigfrido es mala, es una relación de menosprecio por parte del joven hacia el nibelungo, pues Sigfrido no puede soportar a aquel ser que dice ser su padre y su madre a la vez, y aunque es consciente que está vivo gracias a él, no lo puede soportar.

La explicación lógica de esto es que el héroe que describe Wagner no tiene misericordia ni gratitud. Para un héroe un ser mezquino es menos que el polvo. No deja de tener todo esto un cierto paralelismo histórico entre nazis y judíos, puesto que las características que Wagner atribuye a los nibelungos, coinciden con los rasgos negativos que la sociedad alemana en la época de Wagner, y también la sucesiva, atribuían a los judíos.
Al cabo de los años la interpretación que se hizo de la obra de Wagner se encaminó justamente hacia estos senderos, y los nazis se apoyaban en la idea de que Wagner ya dejaba en entredicho que los judíos (representados en la obra wagneriana por los nibelungos) ya robaban la esencia de la nación alemana (en la obra representada por el oro).

El preludio del primer acto es una síntesis de las aspiraciones de Mime: con el trabajo en la forja reconstruirá el “Nothung” de los welsungos, con la que dará muerte a Fafner y así se apoderará del tesoro y el anillo que habrá de darle el dominio del mundo. Un grito de avarícia domina en la orquesta con el leitmotiv de la meditación del nibelungo y nos hace comprender su decisión de utilizar todos los medios para conseguir lo que codiciosamente desea. Con la idea de satisfacer su propio deseo, Mime inicia a Sigfrido en el arte de la forja.

En “Sigfrido” Wagner nos presenta la figura más completa de la nobleza, del valor, de la fuerza y de la belleza masculina.

Sin éxito, Mime ha querido hacer creer a Sigfrido que él es su padre, pero éste, que recibe la educación y la inspiración del instinto directamente de la naturaleza, ve que las aves y las fieras del bosque, se parecen a su padre, y el día en que se refleja en las aguas de un estanque, se encuentra completamente diferente del nibelungo que lo ha acogido. Preso de ira, comprende el engaño, y, con violencia, golpes y amenazas, hace confesar a Mime la verdad. Lo llama Sigfrido porque su madre así lo nombraba, su madre se llamaba Sieglinde. Al preguntar el muchacho el nombre de su padre, Mime responde que no lo sabe, que su madre sólo le dijo que había muerto. El joven desconfía del nibelungo, quien a la vez le enseña los fragmentos del “Nothung” que pertenecieron a su padre, y que su madre conservaba y le entregó.
Al saberla, huye al bosque y le deja el “Nothung” para que Mime se lo reconstruya, pues todas las espadas que el nibelungo le ha ofrecido, y que podrían resistir en puños de gigantes, son débiles en las manos jóvenes e impetuosas de Sigfrido. Sólo el “Nothung” será capaz de resistir aquella fuerza primaria.

En este momento, es cuando Mime recibe la visita de Wotan en su condición de Caminante (ya que después de separarse de Brunilda, Wotan ya no es sino en realidad más que un espíritu apagado. Su propósito más elevado sólo puede ser el dejar que las cosas sigan su curso, que lleven su propio paso, y no quiere intervenir resolutamente, por esta razón adopta la figura de Caminante y no de dios).
El Caminante, en medio de acordes solemnes aparece ante Mime, a quien invita a que le formule tres preguntas. Aunque en un principio Mime quiere eludirlo, su curiosidad es fuerte.

¿Quién vive en el interior de la tierra? Los nibelungos, responde el Caminante, añadiendo la historia del robo del oro del Rin. ¿Quién vive en la tierra? Los gigantes, responde de nuevo, Fafner mató a su hermano Fassolt en la lucha por el oro. ¿Quién vive en las nubes? Los dioses, responde una vez más el Caminante, con Wotan en la cabeza, cuya sagrada lanza es símbolo de todas las leyes.
El peregrino clava su lanza en el suelo y resuena un misterioso trueno. Mime ya no tiene dudas de la identidad de su huésped.
El Caminante le pregunta, ¿cuál es la estirpe que provocó la ira de Wotan, pero que aún así, éste sigue amando sobre todas las cosas? Mime sabe que son los welsungos, Siegmund y Sieglinde, y su fuerte hijo Sigfrido. ¿Cuál es el arma que Sigfrido debería utilizar contra Fafner? El nibelungo responde temblando que el “Nothung”, la espada cuyos trozos conserva. ¿Quién recompondrá la espada? Mime no lo sabe, a lo que el Caminante le responde que un héroe que no conoce el temor, y anuncia a Mime que su vida finalizará a manos de este héroe que no conoce el miedo.
De esta manera hace comprender a Mime que no será él quien reconstruirá el “Nothung”.
Éste, inquieto por no haber enseñado a Sigfrido qué es el miedo y, temiendo que esto sea la causa por la cual le quite el poder y la vida, trata de hacer comprender a Sigfrido, una vez ha regresado, lo que es el miedo, presentándoselo con todo el atractivo de una nueva arte y como único camino para conseguir la libertad. Este misterio tiene como encanto lo desconocido y Sigfrido escucha atentamente las descripciones del nibelungo.
La música que acompaña en estos momentos es clara, fuerte, viril y amplia como un corazón que se abre a todas las ansias de la vida. Con estas palabras, Sigfrido expresa no solamente el deseo de sentir qué es el miedo, sinó todos los deseos inexplicables que brotan de su corazón joven: la libertad, el amor, la luz de la inteligencia que ilumina las grandes verdades, el desvelo real de la imaginación…

Mime comprende entonces que todo lo que le ha dicho es inútil para hacerle conocer qué es el miedo, y decide aprovechar la ignorancia del joven Sigfrido para llegar a los fines deseados. Promete al joven que ante Fafner, el dragón, sentirá qué es el miedo, y únicamente con la esperanza de esta posibilidad, que tiene que darle la absoluta libertad, Sigfrido decide hacer añicos el “Nothung” y forjarlo de nuevo e ir al encuentro del dragón para darle muerte.

En este momento es cuando Sigfrido entona la canción de la forja con la intención de matar a Fafner, sin saber en realidad cuáles son los planes de Mime, que consisten en recuperar el oro y el anillo.
En esta escena se aprecia el contraste de las más altas aspiraciones y de las más bajas, donde la admirable armonía que las acompaña, presenta los diferentes temas que nos hablan de las pasiones más opuestas. El entusiasmo sano, la verdad y el valor se enlazan con la alegría enfermiza, la mentira y la cobardía.
Sigfrido mientras trabaja habla con los árboles, con el fuego y con la espada, con nobleza y gesto de expresión. Un poco apartado, Mime, con gesto innoble y repulsivo, prepara unas hierbas para envenenar al héroe. Cuando el Nothung en manos de Siegfried va tomando forma, nace mas fuerte que nunca el entusiasmo sano del héroe y la satisfacción vil del nibelungo adquiere un claro sentido. Pero por encima de la maldad de Mime sobresale la voz de Sigfrido: “Nothung, Nothung, espada envidiada”.
La espada nace de nuevo y tiene un nuevo valor. Sigfrido no trata de soldarla, la reduce a polvo y crea otra el “Nuevo Nothung”.



El segundo acto se desarrolla en lo profundo de un bosque delante de la cueva de Fafner.
Wagner da aquí una serie de ideas, es decir, quien vive sólo para la posesión, para el oro, se convierte en un monstruo, extraño a toda figura humana.
Desde el punto de vista musical la escena es interesante, pues el enérgico “leitmotiv de los gigantes” en “El Oro del Rin” se ha convertido en el leitmotiv del dragón, que se arrastra expresando el egoísmo y la bajeza de los actos realizados por Fafner.

Al inicio del segundo acto vemos a Alberich que ronda cerca de la cueva de Fafner y aguarda el momento oportuno para apoderarse del tesoro. Es de noche y la figura del nibelungo se adivina a través de las nieblas. Un viento tempestuoso seguido de un vivo clamor precede la llegada del Caminante, al que Alberich recibe con insultos. ¿Irá quizás a buscar el Oro? El Caminante lo tranquiliza, pues ahora es otro quien lo desea, un joven héroe. La envidia y el odio se apoderan del nibelungo.

Entretanto, Mime ha conducido a Sigfrido a la cueva donde Fafner guarda el tesoro. El nibelungo enseña al joven la peligrosa cueva y luego se aleja apresuradamente.
Sigfrido, mientras espera al dragón, se echa en la hierba y escucha las Voces del Bosque. Suena entonces el leitmotiv de los murmullos de la floresta. Su estilo está estrechamente emparentado con el de la imagen de la naturaleza de “El Oro del Rin”, y por sus abundantes trinos, también con el leitmotiv del fuego mágico de “La Walquiria”.
Igual que el agua pudo hablar por la boca de las Hijas del Rin, ahora el bosque habla con la Voz de los Pájaros. Son idénticos.
Por la cabeza de Sigfrido pasan numerosos pensamientos. ¿Cómo serían sus padres? ¿Mueren todas las mujeres al dar a luz?

Lentamente se hace de día y en las ramas empiezan a cantar los pájaros. A Siegfried le gustaría entenderlos. Primero intenta imitar su canto, luego empuña el cuerno y toca un alegre motivo.
Despierta Fafner, que yace en el fondo de la cueva y somete el tesoro, y se presenta ante Sigfrido, pero éste no tiene miedo, y lo mata. Cuando saca el “Nuevo Nothung” del corazón del dragón, la sangre de éste le quema los dedos. Inmediatamente se lleva los dedos a la boca para enfriarlos, y al probar la sangre del dragón le encuentra un sabor extraño. El hecho de probar esta sangre confiere a Sigfrido el poder de entender el lenguaje de los pájaros.
En este instante, una voz de soprano ligera, el Pájaro del Bosque, canta aquí la misma melodía que antes había interpretado un instrumento de la orquesta. De esta manera la melodía recibe un texto que esta vez Sigfrido puede entender, mientras que el canto anterior del Pájaro del Bosque le resultaba incomprensible.


“El tesoro de los nibelungos ahora pertenece a Sigfrido. ¡Oh, si va al antro en su busca! Si se apodera del yelmo, podrá servirle para grandes empresas, pero si elige el anillo, lo hará dueño del mundo”.


Tal es el canto que surge de las ramas que Sigfrido decide seguir el consejo y entrar en la cueva. Alberich y Mime salen de sus escondites y se pone de manifiesto el odio que sienten el uno por el otro, pues los dos quieren el botín de Sigfrido.
El héroe sale de la cueva con el yelmo mágico y el anillo, dejando el resto del oro en la cueva, porque a partir de este instante el oro estará representado por el anillo. El Pájaro del Bosque a través de su canto le ha hecho entender que la parte más importante de este oro es, precisamente, el anillo y el yelmo mágico.
Ante esta situación, Alberich decide retirarse y Mime se acerca a Sigfrido con la bebida empozoñada, simulando el más grande gesto de amistad.

De nuevo el Pájaro del Bosque es quien le advierte de las malas intenciones de Mime, y con un gesto de menosprecio y asco, Sigfrido atesta un golpe mortal a Mime con su Nuevo Nothung.
De lejos resuena la risa de Alberich, contento de haberse librado de un obstáculo peligroso.

El hecho de que Siegfried pueda comprender el lenguaje de los pájaros y entienda las intenciones de Mime se puede traducir como el siguiente símbolo: las grandes luchas de la vida dan inteligencia, comprensión y clarividencia.

Siegfried que ha seguido el consejo del Pájaro del Bosque, y no por codicia, ha recogido de la cueva el yelmo mágico y el anillo, cerca de nuevo el reposo en el bosque. Descansa debajo de un árbol, contempla y escucha silenciosos los sonidos del bosque, y ve como los pájaros se aparean y se hablan con alegres cantos.
En este momento es cuando Sigfrido se lamenta con dulzura de su soledad y expresa el deseo de encontrar un compañero.
El Pájaro del Bosque, que ya ha aconsejado a Sigfrido, le habla de Brunilda y le señala el camino para poder encontrarla. El héroe, embrujado con el nombre de esa mujer, es invadido por una extraña sensación desconocida y que es maravillosamente descrita por la música, y sigue con entusiasmo y sin vacilar, el vuelo del Pájaro.


El acto tercero empieza con un preludio y se observa un cambio radical. La música respira intranquilidad y el leitmotiv de la voluntad de Wotan perfectamente dibujado, se combina con el leitmotiv de la dominación de la
Naturaleza y el del destino.
El dios Wotan revive y quiere volver a actuar para intentar el último esfuerzo, pues sus ansias de dominación y autoridad, renacen en su interior, a pesar de todo, de manera poderosa. Viendo el peligro inminente, acude a Erda (que representa a la Naturaleza) y la despierta de su sueño profundo. Sólo quiere que su equilibrio y clarividencia le den un consejo para parar los hechos que se avecinan. Cree en el poder de la sabiduría, y la diosa es su máxima representación.
Erda sabe que el deseo de Wotan y su visión de futuro no podrá hacerse realidad, pero aún no ha llegado el momento de revelarle la verdad.
Erda le habla de las Nornas y dice que tan solo ellas podrán responder a sus preguntas. Pero Wotan la interrumpe, pues las Nornas tejen el hilo de la vida forzadas por el mundo y no pueden hacer nada para cambiarlo. Wotan en realidad lo que quiere es evitar que Sigfrido se encuentre con Brunilda.

“Las parcas, hilan sujetas a las leyes del mundo, ellas nada pueden decidir ni mudar. En cambio, reclamo agradecido de tu sapiencia, el medio de detener el giro de la rueda.”- le comenta Wotan.

Ante tal respuesta Erda le dice:


"Las acciones humanas oscurecen mi ánimo. Vidente cual soy, otrora me dominó un poderoso. Le di a Wotan una criatura celestial; ella le escogía los héroes muertos para consagrarlos a él. Es heroica y también sabia. ¿Por qué me despiertas en lugar de interrogar a la hija de Erda y Wotan?"



Aquí en este punto es donde Erda recuerda a Wotan su visita a las profundidades de la tierra, cuando él, preso de curiosidad ante la advertencia de la diosa que todo aquel que poseyera el anillo caería en desgracia, la sometió, con lo que Wotan obtuvo la información necesaria, que el fin de los dioses era inevitable, y ella recibió a cambio el fruto de aquella sumisión, Brunilda.

Es de noche y hay tormenta. Erda le pregunta por la hija de ambos, Brunilda. ¿Es posible que la haya castigado y expulsado del círculo de los bienaventurados?



“(…)¿Castiga su rebeldía aquel que le enseñó a ser arrogante? ¿Castiga la acción aquel que promovió el hecho? ¿Castiga lo razonable y domina con el perjurio aquel que protege los derechos y hace mantener los juramentos? ¡Déjame descender al abismo para sepultarme en mi sueño de vidente!”



Wotan se defiende: “Madre; no te dejaré partir; para evitarlo conozco el conjuro. (…) Si eres la más sabia del mundo, entonces dime: ¿cómo puede vencer el dios sus temores?”



Entramos entonces en un final de escena crucial para la Tetralogía donde las palabras de Wotan son realmente clarividentes. Erda le dice a Wotan: “Tú no eres aquello que finges ser. ¿Por qué viniste, turbulento e implacable a turbar el sueño de Wala?”


Erda lo conoce perfectamente, a él, a sus engaños, a sus falsas ilusiones y a sus incumplidos pactos. Las palabras de Erda nos son reveladoras de la falta de armonía interior de Wotan.
A lo que Wotan responde:


“Tampoco tú eres lo que piensas. La sabiduría de la madre original toca a su fin; tu saber se esfuma por mi voluntad. ¿Sabes lo que quiere Wotan? Ya que lo ignoras, te lo diré al oído para que duermas sin temor eternamente: desde que mi voluntad así lo quiere ya no me angustia el fin de los dioses. Todo cuanto decidí en otro tiempo, con profundo dolor, desesperado, en la discordia, ahora lo ejecutaré con alegría y placer. Si arrojé con gran repugnancia la codicia de los nibelungos sobre el mundo, ahora lego mi herencia al más hermoso de los welsungos. Mi elegido, joven valeroso, que nunca me conoció, conquistó sin mi protección el anillo de los nibelungos. Deseoso de amar, ajeno a la envidia, su nobleza anula la maldición de Alberico, puesto que desconoce el miedo. El héroe despertará, cariñoso, a quien me diste a luz, a Brunilda. Tu hija, una vez despierta, cumplirá, consciente, la acción redentora del mundo. Entonces, vete a dormir, cierra tus ojos y soñando contempla mi fin. Su inmortalidad cede con placer al dios en aras de la liberación. Desciende, pues, Erda. Madre agorera de temores e infortunios. ¡Abísmate! Desciende y reanuda tu eterno sueño”.


Wotan está fatigado. El fin de los dioses ya no le atemoriza, casi lo desea, (Wotan ha madurado) pues ha elegido un sucesor a quien el mundo deberá obedecer, Sigfrido.

En este punto es donde se encuentra una de las lagunas de la Tetralogía, puesto que si al final del acto tercero de “La Walquiria” Wotan veía con buenos ojos esta unión, ahora quiere evitarla, porque el hecho de que Sigfrido encuentre a Brunilda significará la caída y fin de los dioses que el propio dios, con tanta astucia había estado retrasando.

Erda regresa a las sombras y Wotan se queda un rato absorto en sus pensamientos. El drama llega a uno de los puntos culminantes. Wotan viéndose privado de su último puntal, Erda, renuncia definitivamente y con resignación a todos sus derechos y privilegios, y refiriéndose a Sigfrido y a Brunilda, dice que sea el amor el que gobierne el mundo y no las leyes egoístas, que el instinto puro de la naturaleza sea la única fuerza que domine el mundo.

La tormenta ya se ha apaciguado y Sigfrido guiado por el Pájaro del Bosque se acerca alegremente por el camino.
El Caminante lo detiene puesto que quiere interrogar al joven héroe. ¿Qué busca? Una roca rodeada de fuego y en la roca una mujer, le responde. ¿Quién se lo ha dicho? Un Pájaro del Bosque, continúa Sigfrido. ¿Cómo es posible que haya entendido su lenguaje? La sangre del dragón que se llevó a sus labios produjo ese efecto, le explica. ¿Por qué mató al monstruo? Porque Mime quería enseñarle lo que era el miedo, contesta Sigfrido. ¿Quién ha reparado la espada? Él mismo, pues Mime era incapaz de hacerlo, continúa. ¿Quién fabricó la espada que él mismo ha recompuesto? Siegfried no lo sabe, pero esos fragmentos hubieran servido de poco si los hubiera vuelto a unir.

El Caminante se ríe y el joven héroe cree que se burla de él, si el anciano ha de señalarle el camino que le lleve a Brunilda, que lo haga, sino que le deje pasar.
Sigfrido recuerda a Mime, que tuvo que matarlo porque le cerraba el camino y, el extraño no le deja pasar, correrá la misma suerte.
El Caminante se pone pensativo y ve en su nieto a su heredero, pero no debe revelarle su secreto.
Sigfrido le pregunta por última vez si le indicará el camino, pero el Caminante se yergue y levanta su lanza.

La escena oscurece, pues Sigfrido está ante el señor del mundo, pero él tan sólo ve a un anciano que quiere barrarle el paso. El Caminante no quiere sino apartar a Sigfrido de su camino (y del de Brunilda) pero no lo consigue. Le advierte que se proteja de su Lanza que ya rompió una vez el “Nothung”, la misma espada que ahora está empuñando. Sigfrido se enfurece ante estas palabras, ¿está pues ante el asesino de su padre? El joven levanta el “Nuevo Nothung” y rompe en dos la Lanza del Caminante con un solo golpe.

En este momento estamos ante un punto decisivo de la Tetralogía: la orquesta apunta el leitmotiv del ocaso de los dioses. Trabajosamente, Wotan levanta del suelo los fragmentos de su lanza, que fue el símbolo de su poder y prenda de la justicia y las leyes.

Entretanto Sigfrido echa a correr hacia donde se ve el esplendor de un fuego mientras suena el leitmotiv de ascensión a la roca de Brunilda. El camino está despejado. Sin temor sube a la roca y atraviesa las llamas.
Junto con el anterior leitmotiv escuchamos diversas veces el leitmotiv de Sigfrido truncado por una cascada de melodías, como si su personalidad se fuera borrando por la proximidad de la amada y se fundiera con ella. Al llegar a la cima los leitmotiven devienen dulces, simples y calmados.
El último cuadro es uno de los momentos más poéticos y bellos del mundo operístico.

El mar de fuego está detrás de Sigfrido y el cielo ha vuelto a ser claro. Los picos de las montañas son azules hasta donde alcanza la vista. Brunilda duerme sobre una plataforma de piedra, tal y como la dejó Wotan muchos años atrás.
Sigfrido se acerca y contempla maravillado la figura humana cubierta casi enteramente por el escudo. Quita el casco de la mujer que duerme, y el largo cabello de Brunilda cae sobre los hombros y el pecho. Sigfrido la mira confundido y le quita luego la armadura. Brunilda está frente a él vestida con un sencillo atuendo de mujer. Por primera vez en su vida Sigfrido ve a una mujer. La música suena con delicadeza y amplitud.

Debemos tener en cuenta que hasta este momento Sigfrido no ha visto nunca a una mujer. De este modo Wagner enlaza una vez más la pureza del hombre, que en este caso nos lo presenta virgen, incluso del sentido de la vista.

Por un momento Sigfrido se siente tímido, desamparado y lleno de miedo. No puede despertar a aquella mujer que le ha llenado el corazón de emociones desconocidas y confundido hasta lo más profundo empieza a templar y sólo puede balbucir una palabra: “Madre”.
Por primera y única vez en su vida se apodera de él un sentimiento que los hombres denominan temor y que él no había conocido hasta ahora. Ni la amenaza de los enemigos en la lucha con el monstruo ni el encuentro con un dios le enseñó el temor. Sólo en el momento en que está frente al eterno misterio del sexo y siente arder en su interior un sentimiento todopoderoso y desconocido, experimenta un placer que le produce vértigo.

Contempla un rato a la mujer dormida y cae extasiado sobre ella y con ojos cerrados le pone los labios sobre la boca y la besa largamente.
La música da a este beso una dulce intensidad, y no hay palabras que puedan describir mejor este momento maravilloso y simbólico.
El leitmotiv de Freia nos habla del amor y el leitmotiv del destino da a ese acto toda la trascendencia de su maravilloso poder. Si el beso es la absorción mútua de la vida, no se puede definir más justamente. Es el desvelar del corazón y la donación más absoluta de las dos almas, es la manifestación más sublime del sentimiento, y si el beso no suscitara en el hombre la pasión se podría decir que el beso es la manifestación más pura del amor.


El despertar de Brunilda es grandioso y radiante. Su saludo al mundo y a la nueva vida comunica una alegría profunda y una serenidad inconmovible. En el instante en que abre los ojos suenan los acordes lentos y solemnes de la orquesta. Brunilda saluda al cielo, a la tierra y al sol que antaño le eran conocidos cuando era una valquiria. Ahora se ha convertido en mujer al primer beso de un hombre.

El amor de Brunilda y Sigfrido se enciende como se encendió en Siegmund y Sieglinde: de forma breve y silenciosa. Esta música de amor, tan ferviente como arrulladora, que señala tanto la naturaleza divina de Brunilda (está en la tonalidad de la naturaleza de la Tetralogía, “mi mayor”) como las profundas raíces del amor de Sigfrido (la madre perdida y la amante encontrada), constituye una de las páginas más célebres de la Tetralogía.
La orquesta entona el leitmotiv del idilio de Siegfried y ambos empiezan su diálogo con alegría y se declaran su amor con entusiasmo ingenuo, por parte de él, y con profundidad serena, por parte de ella.
En Brunilda viven los conocimientos primordiales de su madre Erda y su padre Wotan, y en Sigfrido aparece una encarnación nueva, más noble y más libre que la de Siegmund. Brunilda con suavidad le dice:


“Pero si para dicha mía me amas, yo lo seré para ti. Lo que tú ignoras yo lo sé por ti, pero el origen de mi ciencia proviene de que te amo. ¡Oh, Sigfrido! ¡Sigfrido! ¡Luz victoriosa! Siempre te amé a ti. Pues sólo yo adiviné el pensamiento de Wotan (…)”


Ese pensamiento no era sino la voluntad interna de su padre el dios Wotan de salvar a su hijo Siegmund en la lucha contra Hunding. Brunilda continua:


“Presentí su propósito que nunca pude expresar ni precisar, por él me batí, luché y combatí, por él hice frente a quien lo concibió; por él fui castigada y debí expiar la pena. Aquello que no concebí y tan sólo adiviné, si supieras descifrar ese recóndito propósito encontrarías que sólo fue amor hacia ti”.


Así Brunilda confiesa a Sigfrido que tan sólo debe dejarse llevar por el sentimiento de amor a su padre y amor al hombre. Cuando Brunilda se percata del violento deseo de Sigfrido se entristece y contemplando a su corcel, su escudo y su yelmo siente añoranza de todo lo que ha perdido, pero Sigfrido, llevado por la pasión, no la comprende e insiste ardorosamente y la abraza con delirio. Ella lo rechaza con toda su fuerza y con calma y energía le dice:


“Nunca osó tocarme un dios. Los héroes se inclinaban tímidos ante la doncella; me despedí pura del Walhalla”.


Se lamenta del trato que ha recibido del ser al que más quiere, y con un duelo inmenso y un grito aterrador exclama: “Ya no soy más Brunilda”.
Sigfrido no comprende esta vergüenza, este desespero e insiste nuevamente con palabras y concepto de una vulgaridad pasional esencialmente masculinas:


“¡Cuánto te amo! ¡Si tú me quisieras! Ya no soy dueño de mí mismo. ¡Oh, si fueras mía! Ante mí fluye un torrente avasallador. Todos mis sentidos son atraídos hacia él. Quiero refrescarme en esa corriente de oleadas de delicias que destruyó mi clara imagen, encendiéndola de deseo y en ardor que me devora. Yo mismo, tal cual soy, deseo arrojarme a su caudal. ¡Oh, si sus ondas me cubriesen placenteras y su corriente aplacara mi deseo! ¡Despierta, Brunilda! ¡Ánimo, amada! Vive y sonríe al dulcísimo amor. ¡Sé mía! ¡Sé mía! ¡Sé mía!”


Brunilda, con palabras tiernas, le suplica que se vaya, que no se le acerque con esa furia, que no la fuerce. Con inspiración dulce se compara con las aguas del estanque que reflejaron la imagen de Sigfrido. Esta figura poética tiene una gran realidad, pues la pasión violenta no es sino puro egoísmo, y Brunilda ve la influencia de la maldición de Alberich y de la maldición de la vida que lleva a los hombres a los más bajos caminos del instinto.
En la paz y en la calma de un amor sereno se juntan dos almas y cada una ve reflejada la propia en la clara superficie del lago inmenso del alma hermana.

Brunilda decide finalmente la donación total, le dice con plena consciencia y con toda serenidad y calma que ella siempre ha sido suya y que suya será eternamente. Al pronunciar estas palabras Brunilda sabe lo que dice y la música suena como una clara noche de verano. Antes que Sigfrido naciera ya lo amaba. En el seno de su madre le salvó la vida y por él afrontó la ira de Wotan.
Cuando vencida por los sentimientos se lanza a los brazos de Sigfrido, su entusiasmo es aún más grande que el del hombre, y sin reservas, llega a su fin. Ella da a este aspecto de la vida una importancia caudal, y se desespera ante la actitud simple y pasional del hombre. Es tan complejo y grandioso lo que está dispuesta a dar, que le asusta la forma intranscendente con que el ciego y egoísta, lo recibe.

La desproporción de sentimientos entre el hombre y la mujer en aquel momento es tan grande que ella querría huir con tal de no traicionar su amor. Finalmente solo le queda cerrar los ojos y dar lo que el hombre no capta ni aprecia, o bien, cerrar el corazón y no dar nada.
Mientras, Sigfrido, deslumbrado por la pasión grita su goce al mundo:


“¡Salve, oh día que nos alumbras! ¡Gloria al sol que nos da su esplendor! (…) ¡Salve a la luz que emergió de las tinieblas! ¡Gloria al mundo en que vive Brunilda!”


Brunilda, como en una clara visión, describe el ocaso de los dioses, pero finalmente, en plena fusión de las almas, en un sublime abrazo, sus voces se aúnan en una sola aspiración vivida y presentida: “¡Fulgente amor! ¡Risueña muerte!”


Wagner, con la sutilidad del diálogo de esta magnífica escena, demuestra comprender perfectamente las reacciones del corazón femenino.


brunilda

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Última edición por brunilda el 02 Ene 2006 10:21, editado 1 vez en total

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Qué magnífica exposición, Brunilda!!! :aplauso: :aplauso: ... la mejor de las tres que habéis hecho, cargada de interesantes reflexiones...
Me voy a pensar un rato y leerlo con más calma... :wink:


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 Asunto: Personajes de El Anillo
NotaPublicado: 14 Ene 2006 2:08 
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Una pregunta: a vosotras os cae bien Siegfried? Yo aún no me he decidido...a veces pienso que es un cretino y otras que no se le puede juzgar con los parámetros antiguos siendo él el "hombre nuevo".


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NotaPublicado: 14 Ene 2006 13:36 
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Cuando me expliques los motivos por los que me tiene que caer mal..
Me cae igual de bien que su papá Siegmund (mi personaje favorito de toda la tetralogía), así que hazte una idea...


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NotaPublicado: 10 Abr 2006 14:51 
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Y A BRUNILDA :idea: :idea: :idea:


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NotaPublicado: 11 Abr 2006 15:56 
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El idiota escribió:
Una pregunta: a vosotras os cae bien Siegfried? Yo aún no me he decidido...a veces pienso que es un cretino y otras que no se le puede juzgar con los parámetros antiguos siendo él el "hombre nuevo".


Yo creo que Siegfried es la inocencia. No tiene referencias de nada; de hecho, hasta que observa que Mime no es como el no advierte que no puede ser su padre.

No solo no tiene madre sino que no conoce la existencia de los femenino, excepto en la figura asexuada de su madre.

No conoce el miedo. Siegfried, sencillamente, no ha podido conocer nada porque le ha sido vetado el conocimiento. Es solo el arma de Mime para reconquistar el anillo, es un instrumento.

Solo las circunstancias y un pajarillo le llevarán a descubrir que existe algo más en la voda que el limitado universo que conoce. Y aun cuando comience el descubrimiento, tendrá que sufrir porque sabrá del miedo sin saber que es el miedo, sabrá del amor sin saber que es el amor, sabrá del engaño sin saber que engaña.

Em consecuencia, ¿cretino? No. Inocente.


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NotaPublicado: 12 Abr 2006 12:27 
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:aplauso: :aplauso: :aplauso: :aplauso: :aplauso:
Lo has dicho de maravilla, MarttiT. Bravo!


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 Asunto: Sigfrido cretino
NotaPublicado: 14 Abr 2006 1:20 
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MarttiT escribió:
¿cretino? No. Inocente.



Solo si pensamos la inocencia como sinonimo de ignorancia… en el sentido biblico.
Con respecto al conocimiento, Sigfrido se organiza en una serie de diálogos,
tres en cada uno de los tres actos,
o sea, en total, nueve.

A veces éstos diálogos son interrumpidos por la aparición de algún monólogo
(como ocurre en la segunda escena del segundo acto,
cuando el tema de la forja da lugar al murmullo de la selva que sume
a Sigfrido en profundas cavilaciones).

Los amplios coloquios en el curso de los dos primeros actos
no tienen otra función dramática que la de ir trazando los estadios
de un crescendo, una línea de fuerza ascendente que
(partiendo de la oscuridad que envuelve al héroe a causa del desconocimiento de su origen)
llega finalmente a la luz del amor
(en su encuentro con Brunilda), ya que son estadios del
conocimiento (por ejemplo las preguntas y respuestas entre
Mime y Wotan o el diólogo de El Caminante con Erda, poseedora del saber absoluto).

Esa dirección ascendente lleva a la plenitud del dúo final entre
Sigfrido y Brunilda, en el tercer acto.
Ahora, con respecto a la inocencia, creo que si Siegmund, el padre,
era crédulo y agradecido, Sigfrido, el hijo no conoce más ley que su capricho,
es un ser amoral, un anarquista nato, el ideal de Bakounin,
un precursor del “superhombre” nietzscheneano, un ser de la selva
sin nada de espiritualidad.

Sigfrido dice:

“Si este enano viejo y necio
no fuera tan repugnante,
lo derretiría en su fragua.
¡Así acabaría mi enojo!”


Pero no se entiende el porque de su enojo,
Mime lo ha criado, lo encontró de bebé y lo educó, y si embargo
Sigfrido no siente la más mínima gratitud.

¿Un ser ingrato como ese, no es un cretino?

Lo usa a Mime de sirviente, quien le cocina como una madre,
y encima le tira la comida por la cabeza, y finalmente
termina matándolo.
Mime puede ser todo los interesado que se quiera,
puede esperar recompensa de la crianza del joven, pero ¿ni el más mínimo agradecimiento?

Eso es Wagner para mi, la mentalidad wagneriana, los valores wagnerianos.

Sigfrido dice:


“Me has instruido mucho,
y mucho aprendí de ti;
pero nunca logré aprender
lo que me enseñaste
con más empeño,
y es, cómo quererte.
Si me ofreces de beber
o de comer,
me harta sólo el asco.
Si me preparas un blando
lecho para descansar,
el sueño
se me hace difícil.
Quieres enseñarme
a ser diestro y yo
preferiría quedarme
sordo y torpe.
Desde que te observo,
veo la mala intención
en todo lo que haces.
Si te veo quieto o
marchar cojeando
encorvado y gibado,
guiñando los ojos,
incitas a tomarte del cuello,
contrahecho,
y darte un empujón.”


:shock:
O sea, que a pesar de que aprendió mucho de Mime
(podemos pensar que todo, ya que no conoce a ningún ser humano),
al igual que hacía Wagner con sus benefactores,
no le agradece nada:
le molesta que sea feo, encorvado, gibado o giboso,
solo la belleza es un valor aceptable para él, la compasión no. :roll:

Sigfrido aparece como un tipo de hombre fuerte, sano, vigoroso,
en una
perfecta coincidencia de todos los impulsos de su voluntad,
con una
intensa y alegre vitalidad que está por encima del miedo,
sin dobleces de
conciencia, pero también sin compasión o gratitud o respeto
por los otros.
Es un soldado que busca sangre y quiere matar.

Ni que hablar de su versatilidad amorosa y traicionera en
El Ocaso y su falta de firmeza.
Lo único gracioso de Sigfrido es que hereda la manía de
Wotan por contar sus hazañas y se la pasa repitiendo a todo
el que encuentra en su camino la historia de Mime
y el dragón infinidad de veces.

Claro que Fafner es un boludo a quien lo único que le preocupa
es guardar bien el oro para que nadie se lo robe, porque
no tiene inteligencia ni ambición como para usarlo para nada,
como Alberich o Wotan que lo quieren para dominar el mundo.

Esto al dragón estúpido ni se le ocurre, solo dedica su vida
a custodiar el tesoro, que ni siqiuera le sirve para alimentarlo
ya que tiene que salir afuera a buscar comida, y por eso Sigfrido logra matarlo.

La única diferencia entre ambos es que Sigfrido no dedica su tiempo
a vigilar el tesoro, pero tampoco le sirve para nada, ya que ninguno de los dos
tiene la ambición de Alberich o de Wotan.

¿Grandeza en Sigfrido?

Yo no logro encontrar grandeza en ninguno de los personajes de
El Anillo, grandeza para mi es lo que veo en Liú o en Cavadarossi,
pero no en ninguno de los personajes de esta saga wagneriana
(de los demás personajes prefiero hablar en otros hilos).

Sigfrido jura amor eterno a Brunilda para lograr robarle su virginidad divina,
pero luego la traiciona con la primera que se le cruza
y se casa con Gutrune.

Hace un juramento de hermandad con Gunther firmado con sangre y luego
va y se acuesta con la prometida de éste, es decir,
con Brunilda, la noche en que se supone que debe custodiarla para llevarla al rey
(bueno, todo esto sucede más tarde en El Ocaso,
no sé si tiene sentido discutirlo en este hilo porque todavía no pasó,
pero lo comento al pasar para explicar porque considero que Sigfrido es un cretino).


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 Asunto: Sigfrido
NotaPublicado: 14 Abr 2006 19:09 
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Citar:
Lo único gracioso de Sigfrido es que hereda la manía de
Wotan por contar sus hazañas y se la pasa repitiendo a todo
el que encuentra en su camino la historia de Mime
y el dragón infinidad de veces.


En realidad eso lo vuelve un tipo muy aburido, repitiendo siempre lo mismo, además de arrogante... mandándose la parte de sus hazañas... :roll:


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NotaPublicado: 16 Abr 2006 17:10 
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Me abruman las preguntas sin respuesta:

* ¿Era Mime una ONG?

* ¿Era Siegfried un idiota?

* ¿Era Wagner un necio?

* ¿Por qué alguien que se aburre con los monólogos de Wotan y Siegfried nos presenta la tetralogía?

No puedo dormir.


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NotaPublicado: 16 Abr 2006 20:39 
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jalu ,jalu, JALU : CONTESTA POR FAVOR , :-# mi colegui MARTTIt, no duerme y mira que sabe


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NotaPublicado: 17 Abr 2006 13:31 
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Creo que Frate tendrá una solución para el insomnio de MarttiT... algún Meistersinger...


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NotaPublicado: 17 Abr 2006 14:33 
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TIENES RAZON a lo mejor se arregla ,con productos naturales del convento y le dejan en paz ...... [-X con los sipcoanalisis


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Traducción al español por Huan Manwë para phpbb-es.com