ELENA
El papel de Elena, en I Vespri Siciliani, es uno de los roles de soprano más exigentes escritos por Verdi. El papel está lleno de trampas por todas partes y pide, en partes iguales, canto dramático que se alterna con momentos líricos, aderazado además con temibles exigencias en cuanto a coloratura y manejo de elementos belcantistas, que se hace patente cuando, después de cuatro actos llenos de dramatismo, Verdi le pide a la soprano que cante el famoso Bolero, lleno de trinos, ornamentos y una cadenza llena de notas picadas.
Pocas son las que han salido airosas con este rol, y entre ellas destaca María Callas, quien llevó el rol a escena por primera vez en el Teatro Comunale di Firenze, el 26 de mayo de 1951, acompañada del tenor griego Giorgio Kokolios-Bardi (Arrigo), Enzo Mascherini (Guido di Monforte) y Boris Christoff (Procida), con Erich Kleiber en el podio.
De una de las funciones procede el único registro de audio que nos ha quedado del papel completo, en sonido bastante malo. Sin embargo, es una grabación que merece ser conocida por la arrolladora y espectacular Elena de Callas, quien hace justicia a todas las exigencias planteadas por Verdi
Escuchemos primero el aria de entrada de Elena, que comienza con un arioso que se transforma en una melodía lírica, que empalma con la cabaletta luego de la frase repetida “In vostro fato e in vostra man”, dicha en forma electrizante por Callas, quien se lanza con abandono sobre la briosa cabaletta. Lástima que Kleiber decida cortar un buen trozo de ésta última, donde Callas seguro se habría lucido, desfigurando la pieza y dejándola truncada.
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Luego tenemos el dúo con el tenor, lleno de frases líricas que Callas resuelve con magistral legato y una gran imaginación rítmica (el dúo aparece más o menos en el minuto 7, porque al principio se presenta la cabaletta que ya hemos escuchado antes.
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En la Escena 2 del Acto IV se presenta una de las grandes pruebas de este papel, la preciosa aria “Arrigo, ah parli a un core”, que Callas canta dando sentido a cada palabra y hasta a la forma de respirar, culminando con la peliaguda cadenza que exige ascenso al agudo para luego descender en una larguísima escala hasta las profundidades del grave, y que muchas sopranos (incluida Cerquetti, que me encanta en este rol) modifican para hacerla más sencilla.
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Terminamos este rápido repaso de la prestación de Callas en estas Vespri florentinas con el celebérrimo Bolero, impecablemente cantado en forma ensoñadora y con espectaculares trinos y agilidades, en el cual aparece como única pega el momentáneo descontrol en el ataque inicial del mi natural sobreagudo que interpola al final del aria, el cual logra recuperar con rapidez e inteligencia, logrando evitar lo que podría haber sido un feo accidente.
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El papel de Elena supuso la entrada triunfal de Callas en La Scala, después de la primera experiencia un tanto humillante que fue su debut como Aída sustituyendo a Tebaldi, ante la frialdad de la administración del teatro. Ghiringhelli se vio obligado a reconocer que Callas era la otra gran soprano de la escena italiana y que el público milanés reclamaba su presencia.
Esta fue la primera de las varias noches inaugurales de temporada que le serían ofrecidas a Callas. Sus compañeros son los mismos de Florencia (Mascherini, Christoff y Kleiber), con excepción del tenor, que en este caso es Eugene Conley.
De la función inaugura, el crítico Franco Abbiati, de Il Corriere de la Sera, escribió: “La garganta milagrosa de María Meneghini Callas no necesita temer las exigencias de la ópera, gracias a la prodigiosa extesión de sus tonos, a su belleza fosforescente, sobre todo en los registros bajos y medios y a su agilidad técnica, que más que rara es única”.
Lamentablemente, no ha sobrevivido audio de esta función (es de las pocas veladas scaligeras con Callas que no se conserva).
Callas incluiría el Bolero en su famoso recital “Lyric and coloratura arias”, grabado bajo la dirección de Serafin en 1954. De nuevo –esta vez con sonido excelente- podemos apreciar la delicadeza de su interpretación, así como la precisión de los trinos y la coloratura. Termina, otra vez, con un mi natural sobreagudo, un tanto destempladillo, todo hay que decirlo.
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