Un barquito de cáscara de nuez...
-¡Átame!- dijo la mujer. –¡Átame a tí, si esto se va a pique quiero morir contigo!
El hombre intentó tranquilizarla, pero su cara, verdosa del mareo desde el 19 de Julio de 1839, cuando habían embarcado en la pequeña goleta
Tetis, en el puerto de
Pillau, no logró calmar a
Minna.
Robber, el gigantesco Terranova que viajaba con ellos, no se encontraba mejor.
Richard Wagner se estremecía de miedo y frío en medio de una tempestad furibunda en el
Skagerrak, en la que el barco, poco marinero, y con una tripulación de tan solo siete miembros, era zarandeado por las olas, la espuma y el rugir del viento como una cáscara de nuez indefensa. Minna, completamente histérica, intentó recordar por qué había seguido a ese impetuoso sajón en una carrera a la gloria que parecía terminar allí, tragada por un mar hambriento y desatado…
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En 1834,
Minna Planner, cantante y actriz de veinticinco años de edad, madre soltera de una niña, Natalie, que hacía pasar por su hermana, actuaba en el balneario de Läuchstadt con la compañía de ópera de Magdeburgo, en la que era la primera dama. Allí conoció a
Richard Wagner, un joven apasionado, cuatro años menor que ella, músico y escritor. El flechazo fue instantáneo, y el joven Wagner aceptó el puesto de director de orquesta del teatro de
Magdeburgo para poder continuar el cortejo de la bella damita.
Allí comenzó a trabar contacto con el repertorio operístico, en un teatro permanentemente en quiebra, exactamente lo mismo que la joven pareja. Durante esta etapa escribió su primera ópera,
Die Feen (Las Hadas), inspirada en La mujer serpiente, de Carlo Gozzi, la
Sinfonía en Do mayor (y única que escribió), y una ópera cómica de estilo francés,
Das Liebesverbot (La prohibición de amar), inspirada en Medida por medida, de Shakespeare, autor al que profesaba enorme admiración. Llegó a estrenarse en Magdeburgo pero nunca volvió a ser representada en vida de su autor.
Richard y Minna se casaron en
Königsberg el 24 de noviembre de 1836. Perdido su trabajo como Kapellmeister, planea una nueva operita cómica a la francesa,
Más astucia tiene el hombre que la mujer o La alegre familia de los osos, pero la abandonó tras escribir el texto y un par de números musicales, habiendo perdido el interés por este estilo (una pena; ¿os imaginais algo con ese nombre en el festival de Bayreuth?)
La vida era muy complicada. Para Richard y Minna lo de “contigo, pan y cebolla” no funcionaba. El tren de vida al que aspiraban vivir no era en absoluto compatible con los exiguos ingresos que el trabajo en Magdeburgo les había proporcionado, lo que les llevó, por primera y no por última vez en su vida, a endeudarse fuertemente. El 1 de Abril de 1837 Wagner fué nombrado director musical del teatro de Königsberg, pero las cosas no mejoraron, y en junio de ese mismo año Minna se fuga con un comerciante. El abandonado Richard deja Königsberg y se traslada a
Riga a continuar su carrera como Kapellmeister.
Tras enviarle una emotiva carta de perdón a la cual Wagner respondió magnánimo, la traviata Minna retornó a sus brazos a Riga. No volvió a trabajar como actriz, y allí pasaron dos años de estrecheces económicas y acumulación de deudas.
Richard comienza a recrearse en la idea de salir de esa miseria y saltar a la fama creando una ópera de moda: en aquel momento lo más de lo más era Meyerbeer y la Grand Opera. Naturalmente, el estreno no podría realizarse en la provinciana y asfixiante Riga. Tendría que ser Paris. Ohlalá, la grandeur….
En 1937 había leído la novela de Bulwer-Lytton,
Cola di Rienzi, e inmediatamente la gran ópera surgió en su inquieta imaginación, con todo el espectáculo, los caballos, los desfiles, las escenas grandiosas, el final flamígero…
Wagner se embarcó en cuerpo y alma en el enorme proyecto. Mientras tanto cayó en sus manos una narración del poeta alemán
Heinrich Heine, las
Memorias del señor Von Schnabelewopski, en la que narraba una obra de teatro que había tenido la oportunidad de ver en Amsterdam, sobre el
Holandés Errante, condenado a vagar eternamente por los mares hasta que el amor de una mujer fiel hasta la muerte le redimiera de su condena.
En cualquier otro momento la leyenda del Holandés, ampliamente conocida ya en Centroeuropa, y tan cercana a la novela gótica y al realismo fantástico de
E.T.A. Hoffman que había marcado las lecturas de juventud de Wagner, sin duda habría puesto en ebullición el cerebro y el alma del compositor. Pero en este momento se hallaba completamente centrado en el enorme proyecto de
Rienzi, en su próxima fama mundial y en su encumbramiento como compositor, y el pobre marino tuvo que errar dos vueltas mas hasta que la vida le volviese a permitir tocar puerto.