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Suzuki entabla una pequeña conversación con Kate, y esta promete que querrá al niño como si fuera suyo.
Se oyen desde lejos los gritos de Butterfly llamándola, ésta, en vano trata de impedir que entre a encontrar a su amado. Pero él no se encuentra allí, sólo están el cónsul y una extraña mujer que le da miedo (se oye el motivo de la maldición y varias melodías que representan los recuerdos de la joven).
A Puccini siempre le preocupó la escena del encuentro entre Butterfly y Kate, ya que quería que fuese lo más tranquila posible.
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Butterfly pide, casi infantilmente a Suzuki, que le cuente la verdad sobre Pinkerton; si está vivo, si volverá. Ella no quiere responderle, tiene mucho miedo de lo que pueda llegar a suceder.
Vuelve a fijarse en la mujer; en la primer versión, Kate se define a sí misma como la causa inocente de sus sufrimientos, frase hoy atribuida a Sharpless.
La melodía se agita cuando Butterfly descubre que esa mujer es la nueva esposa de Pinkerton y que viene a llevarse a su hijo. El cónsul le responde que es por el bien del niño, a lo que ella responde con la emotiva frase:
“BUTTERFLY
Ah! triste madre! triste madre!
Abbandonar mio figlio!”
“BUTTERFLY
¡Ah, triste madre! ¡Ah, triste madre!
¡Abandonar a mi hijo!”
Luego se calma y pronuncia:
“E sia!
A lui devo obbedir!”
“Pero sea.
¡Debo obedecerle!”
Pinkerton deberá ir en media hora a la colina a buscar a su hijo (hay reminiscencias de
“Un bel dí…”). Kate le pregunta si podrá perdonarla, y ella, doliente, le dice que no se preocupe por ella (en Milán había una escena en la que Kate le ofrecía la mano y Butterfly se rehusaba).
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Ya sola con Suzuki, Butterfly no resiste más y se desploma de dolor, llorando por su suerte, mientras las cuerdas acompañan la escena. Desde aquí, la música vuelve a tomar carácter oriental.
Suzuki se compadece y compara a su corazón con una mosca encerrada que bate las alas para escapar.
Butterfly se queja del exceso de luz y primavera, y pregunta a su criada dónde está el niño. Al enterarse de que está jugando, pide a Suzuki que le haga compañía, pero ella se rehúsa, ya que no quiere abandonarla.
En Milán, Butterfly usaba irónicamente la frase
“Gioia, riposo accrescono beltá” (usa el mismo recurso en Suor Angelica, con la frase
“Suor Angelica ha sempre una ricetta buona”, antes del suicidio), luego cantaba una canción:
“Ei venne alle sue porte” en una versión, y
“Varco le chiuse porte” en otra. Luego, esto se elimina, dando lugar a la rase
“Va a fargli compagnia”.
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Butterfly se arrodilla ante la imagen de Buda, mientras los cellos tocan la melodía del repudio. La música va en fortísimo, fundamentando la acción de Butterfly, pero es interrumpida por el niño que irrumpe en la habitación y va a los brazos de su madre. Butterfly se despide en una conmovedora aria:
“Tu? tu? piccolo Iddio! Amore, amore mio,
fior di giglio e di rosa.
Non saperlo mai per te,
pei tuoi puri occhi,
muor Butterfly...
perché tu possa andar
di là dal mare
senza che ti rimorda
ai di maturi,
il materno abbandono.
O a me, sceso dal trono
dell'alto Paradiso,
guarda ben fiso, fiso
di tua madre la faccia!
che ten resti una traccia,
guarda ben!
Amore, addio! addio! piccolo amor!
Va, gioca, gioca!”
“¿Tú? ¿Tú? ¡Pequeño Dios! Amor mío,
flor de lirio y de rosa.
Que no sepas nunca que por ti,
por tus ojos puros,
muere Butterfly...
Para que tu puedas irte
Al otro lado del mar,
sin que te remuerda,
cuando seas mayor,
el abandono de tu madre
¡Oh, tú, que descendiste del trono
del alto Paraíso,
mira muy fijamente, fijamente,
el rostro de tu madre,
para que te quede una huella de él.
¡Miralo bien!
¡Adiós, amor! ¡Adiós, pequeño amor!
¡Vete, juega, juega!”
La orquesta y la voz se unen grandiosamente en el momento final. El aria no termina con un agudo, sino con la voz quebrada de Butterfly.
Desde este punto, la música se vuelve más lenta, Butterfly toma un muñeco y una banderita americana, se las da al niño para que juegue y le cubre los ojos para que no vea el acto que está a punto de cometer.
El suicidio acontece acompañado por timbales, trompetas, cellos y gong al final, que ejecutan una melodía desencadenante (como aquella de la muerte de
Carmen). Se hace una pausa, donde se escucha caer el cuchillo; de repente suena una agitada melodía ejecutada por las cuerdas, mientras se escucha a Pinkerton llamar:
“Butterfly!” tres veces; pero ha llegado demasiado tarde.
Él y Sharpless entran en la habitación, se escucha un último acorde japonés y se baja el telón.
Y así hemos llegado al final, espero que les haya gustado