Ayer estuve en el Real a ver el “Retablo” de Falla. Vaya por delante que fue una función deliciosa. Por de pronto me encantan las funciones infantiles del Teatro: el respeto, la seriedad, la atención con que los críos se toman la asistencia a un concierto de verdad son conmovedores. Ni una tos mientras hace un par de días en el “Libertino” los adultos no paraban de sacar caramelos…
Luego la orquesta, la Orquesta-escuela de la Sinfónica de Madrid, la cantera de la titular, que se diría tiene asegurado un futuro más que digno. Salvo que luego se “funcionarialicen”, los músicos de ayer tocaron estupendamente. En algunos casos (el trompeta, las trompas, por ejemplo) con una frescura y brillantez excelentes. Los solistas del “Concierto para clave” que tocaron a modo de obertura del Retablo, sin interrupción entre concierto y ópera, muy bien todos para ser –relativamente- jóvenes. Quizás al que más objeto es a Josep Vicent, el director, que, aunque atento y matizado, no calculó bien las intensidades: en los momentos de “tutti”, sobre todo al final, la orquesta se comió las voces –no demasiado voluminosas, por otra parte-.
Y sin embargo los cantantes lo hicieron bien. Marc Canturri, el Quijote, tiene una hermosa voz que lució con inteligencia sobre todo en el monólogo final. Maese Pedro era Mikel Atxalandabaso que cantó muy dignamente para mi gusto. Y me encantó –como no podía ser menos- el Trujamán de Olatz Saitúa, que hizo un gracioso (quiero decir con gracia, no chistoso) chaval usando sus reguladores con muy buen criterio y consiguiendo colocarse como “mi” triunfadora de la noche.
La escena espectacular. Como en el estreno de la ópera, los cantantes estaban en el foso (bueno, aunque en este caso toda la orquesta estaba en el escenario) y los personajes eran marionetas grandes que están viendo un teatrito de marionetas pequeñas, un juego de “teatro en el teatro” muy bien resuelto ayer. Las marionetas grandes eran gigantescas, con cabezas del tamaño de la embocadura de los proscenios, y las pequeñas graciosísismas, el estilizado Gaiferos, la tierna y soñadora Melisendra, el moro rijoso con la lengua fuera… hasta el “relleno” de la corte de Carlomagno o la “morisma” casi diría inspirados en el arte bizantino. Y para la crónica, los famosos “doscientos azotes” se convierten, como corresponde entre marionetas, en innumerables cachiporrazos en la cabeza, claro.
Un párrafo más dedicado a Idi y sus cuatro semidioses colaboradores en la Isla. No sé si alguien más ha visto ya “su” ópera desde el verano y cuál habrá sido su reacción, pero a mí me habéis jorobado el “Retablo” para siempre. Cuando al principio la marioneta del Trujamán levanta la mano (ya digo, grande como el proscenio) y enseña la varita con la que señala la acción, pues claro la varita era como un poste telegráfico y no pude evitar imaginarme al pobre Miles al que yo quería empalar con ella
y me entró la risa floja, para indignación del crío que tenía a mi lado que debió pensar “no debían dejar a los adultos venir a la ópera sin que los acompañe un niño responsable”… Luego ya fui respetuoso y evité la risa con el ”beso en mitad de los labios”, aunque no pude dejar de evocar la tierna escena entre D. Giovanni y Lenski.
En fin, que nunca había visto el “Retablo” en escena, y ayer salí más que contento de ver una buena representación de una operita que adoro (o adoraba hasta que llegaron estos cinco impresentables…)