Era un día de un frío intenso. Un manto de nieve se había apoderado de la ciudad de Milán. Un lujoso coche de caballos atravesaba las calles cercanas a la Scala con inusitada velocidad. Una vez llegados a la puerta principal descendían por una pequeña escalinata seis señoras muy engalanadas que rápidamente se adentraron en el teatro para evitar los rigores del invierno.
Les recibe el gerente del teatro que les indica amablemente que le sigan a una sala paralela al escenario. En ella las señoras son acomodadas alrededor de una amplia mesa y les sirven un oportuno té caliente con pastas. Ninguna de las señoras sabía muy bien que hacían ahí todas reunidas, el único conocimiento que tenían es que esa tarde-noche se representaba la Sonnámbula, la genial obra de Bellini con la esperada actuación de la irrepetible María Meneghini Callas como Amina.
Quedaban ya pocos minutos para la representación y se empezaban a impacientar por ocupar los palcos de proscenio que tenían reservados para ver la función. En ese momento se abre la puerta y aparece María vestida con un resplandeciente vestido blanco.
- Buenas tardes,
- Dijo acercándose lentamente hacia la mesa.
- Les he reunido hoy en la Scala, el mejor y más importante teatro del mundo para que puedan asistir y contemplar mi representación de Amina. Espero que les guste.
En ese momento entra en la sala el director de escena Luchino Visconti con un lujoso collar en la mano.
- María la función va a comenzar.
- Dijo muy pausadamente, como si no quisiera molestar nadie.
- Toma, póntelo. - Al mismo tiempo que le rodeaba su cuello con el collar.
- Pero Luchino,- replicó Callas- se supone que soy una aldeana.
- No María, tu no eres una pueblerina, tú eres María Callas representando a una aldeana y eso no puedes olvidarlo.
Callas miró con una sinuosa sonrisa a las señoras y con los párpados tapando levemente sus descomunales ojos negros se giró despacio y abandonó la sala acompañada de Luchino, dispuesta a enfrentarse al rol de Amina.
Las señoras por fin pudieron ir a ocupar sus puestos en los palcos.
La función comenzó. En el podio se encontraba un jovencísimo Leonard Bernstein que consiguió detalles orquestales preciosos conjugados con momentos de gran efusividad. Algunos habían tildado la escritura orquestal de la Sonnambula de pobre. Pero Leonard Bernstein consiguió colocar a Bellini donde se merece y lo que para otros era pobreza para él eran renuncias voluntarias impuestas por una sensibilidad de una delicadeza y pureza extraordinarias.
Se esperaba la entrada de Callas y el público le recibió con aplausos al tiempo que empezaba el “Care compagne, e voi”. En la cabaletta que le sigue “Sovra il sen la man mi posa” consiguió una escala descendente de 20 notas que explotó en una ornamentación en staccato sugiriendo un éxtasis de placer y terminando el aria con un brillantísimo sobreagudo en la penúltima nota. Fue el primer delirio de la noche.
En el duo “Son geloso del zefiro errante” Callas está exultante. Acompañado de un entregado Valletti volvieron a estremecer al público. A destacar como iba Callas de sobrada que da las notas anteriores a “Mio Caro addio” una octava arriba. Majestuosos los dos de expresividad. Otra entusiasta ovación.
Y así entre estremecimientos y ovaciones transcurrió toda la velada hasta que llegamos a la grandiosa escena final, por la que esta representación pasará a la historia de la ópera.
(A partir de ahora conviene ir leyendo escuchando el final de esta grabación)
Callas canta un “Ah non credea mirarti” de no creerselo. Con una emoción sin límite aborda esta doliente melodía, larga, larga, larga. Ella se emocionó profundamente y antes de decir “il pianto mio” se oye un ligero llanto, un llanto verdadero, el llanto de María. Sí las flores se marchitaban como el amor, por el amor que tuvo por Visconti y que después tuvo por Leonard y que se marchitaba al tiempo que veía una extraña complicidad entre ellos que era el foco de sus celos. Si hubiese tenido el cuchillo de Tosca a mano los hubiese asesinado ahí mismo, pero los amaba demasiado.
Profundamente emocionada, con los aplausos abandonó la escena y acudió a la sala donde había ordenado que en ese momento acudieran otra vez las señoras. María entró como un torbellino y ciega de pasión y emociones corrió hacia ellas, pegó un puñetazo en la mesa que hizo volar las tazas y cucharillas aún no recogidas y les dijo con los ojos fuera de sus orbitas y la vena del cuello remarcada - señoras a partir de ahora esto se interpreta así!!!. Salió corriendo en dirección al escenario mientras que las señoras se miraban las unas a las otras preguntándose si no era un sueño lo que estaban viviendo.
Callas sale a escena, mira a la derecha y a la izquierda y se asegura que las señoras han ocupado su palco. En ese momento empieza los acordes del “Ah non giunge uman pensiero” aria que para las sopranos solía ser una mera exhibición pero que para Callas era mucho más que eso. No hay posibilidad de explicarlo, sólo hay una opción y es escucharlo. La variedad, imaginación en la repetición, sus picados, ligaduras, ristras de notas, trinos, sobreagudo, graves....todo mezclado con una intensidad dramática sin parangón hace de esta aria uno de los momentos cumbres de la historia de la ópera. Después del agudo antes de la última intervención del coro el público extasiado se puso de pie a aplaudir y vitorear, mientras que el coro cantaba su última repetición, María de espaldas llorando se preparaba su último agudo al mismo tiempo que se preguntaba porqué teniendo el mundo a sus pies era tan infeliz. Se giró lanzó el agudo, el teatro se vino abajo. Se cerró el telón. Tras unos breves momentos se recuperó de su emoción y salió al centro del escenario para recibir la mayor ovación que está grabada en la historia de la discografía. El público era un clamor, la locura, la apoteosis, el delirio. Una de las señoras reunidas en el palco era Amelita Galli – Curci, que a sus 73 años se levantó para gritar ¡Brava María!. Luisa Tetrazzini – hija, lloraba de emoción y Toti Dal Monte se abrazaba con la bisnieta de Giudita Pasta mientras Lina Pagliughi y la nieta de Adelina Patti se quedaban en sus asientos consternadas por la emoción.
Había nacido el mito............ MARIA CALLAS.
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Almaviva me dijo que escribiera algo sobre Amina. Como buen “pinche” he escrito esto tomándome alguna licencia novelando la representación e incluyendo el grupo de sopranos o descendientes de las sopranos que habían sido grandes intérpretes de Amina. Espero que no haya molestado a nadie. No encontraba otra forma para explicar lo que para mí significa esta actuación de María Callas y como cambió la manera de interpretar el belcanto.
Saludos
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