MAX REINHARDT
Uno de los nombres esenciales de la escena europea de inicios del siglo XX, probablemente la mayor gloria del teatro alemán de la época y uno de los mayores símbolos del desolador paso de los nazis sobre la vida cultural alemana (se exiló en 1933 y murió en Estados Unidos diez años después), Max Reinhardt nació en Austria en 1873 (nombre de nacimiento: Maximilian Goldmann), en el seno de una familia de ascendencia judía.
Director, actor, escenógrafo, hombre de teatro, Reinhardt se lanzó decididamente en busca del ideal enunciado por Wagner de la “obra de arte total”, al que dotó de marcados tintes expresionistas. Sin embargo, pese a los fastos con que escenificaba sus montajes, no debe caerse en el error de pensar que Reinhardt hallara su lenguaje artístico únicamente en los momentos de masas: muy al contrario, apostó también por obras de cámara de pequeño formato y gran cercanía entre espectador y actor, en busca de dimensiones realistas hasta entonces poco exploradas por el teatro.
El literato Hofmannstahl, el músico Strauss y el director de escena Reinhardt formaron una de las asociaciones artísticas más felices de la historia de la ópera. Reinhardt había escenificado espectacularmente la dramatización de Oscar Wilde de la obsesión de la seductora, infantil y perversa princesa Salomé por Juan el Bautista, y Strauss, seducido, la puso en música. La obra, armónicamente rompedora y temáticamente polémica (la plasmación absolutamente explícita del dominio de Salomé sobre los hombres que ostentan el poder a su alrededor mediante el empleo malvado de su sensualidad manipuladora era difícil de digerir por una sociedad en la que Biblia y sexo no podían siquiera rozarse) fue recibida con escándalo. Pero Strauss había cambiado algo, ya para siempre, en el teatro cantado. Y la sublimación de esa transformación se produjo con la freudiana
Elektra, ya sobre texto de Hofmannstahl, en la que las pasiones más neuróticas de las personas hallaban una traducción musical de una tensión psicológica nunca antes vista.
Reinhardt fue el responsable de la escenificación de varias obras de Strauss, y en concreto, logró un éxito gigantesco con la puesta en escena de
Der Rosenkavalier. Reinhardt imbuyó plenamente a Hofmannstahl en la vida teatral alemana, y de esta relación surgió en proyecto de traducir al alemán "
El burgués gentilhombre"; Strauss debía componer la pertinente música incidental. Aquello terminó derivando en una ópera totalmente independiente del original de Molière:
Ariadne auf Naxos, que está dedicada, "con admiración y gratitud", a Reinhardt (y ésa es la razón de esta reseña). En 1920, Strauss, Hofmannstahl y Reinhardt fueron los valedores de la puesta en marcha en Festival de Salzburgo, con la obra
Jedermann, del segundo citado. El Festival pronto se convertiría en todo un referente cultural de Austria.
Entusiasta de las formas artísticas de vanguardia, Max Reinhardt fue inmediatamente consciente del alcance artístico del cine. Aparte de realizar cuatro cortos y mediometrajes mudos, fue sobre todo mentor de dirección escénica y de actores de muchos de los mayores talentos alemanes del momento: Lubitsch, Preminger, Dieterle o Murnau.
El ascenso de los nazis al poder en 1933 provocó el exilio de Reinhardt, primero por Europa y finalmente en Estados Unidos. Tuvo allí un epílogo brillante a su carrera europea, de la que sin duda, el elemento más sobresaliente es la producción hollywoodiense del film “
El sueño de una noche de verano” (1935), que codirigió con su pupilo Dieterle y con un reparto fastuoso que incluia a Mickey Rooney, Olivia de Havilland, Dick Powell y James Cagney.
Max Reinhardt murió en Nueva York en 1943 dejando el legado de un artista comprometido y un hombre libre.