Citar:
el resto de mujeres puccinianas me parecen todas cortadas por el mismo patrón..."ay qué adorable soy y cuanto sufro, pero no pasa nada, porque hay un montón de cosas pequeñitas en el mundo que me sonríen...y ahora me muero y os hago llorar". Asi son Mimí, Butterfly, Liù...
Ay, no, Idi, no ... En todos estos casos pasa
algo y muy algo a lo que -en todo caso- las damas en cuestión reaccionan como se supone que debería una señorita, de manera "adorable".
¿Dónde están las "piccole cose", per favore?
Angélica, para empezar, hizo algo que a fines del XVI a muchas les habría gustado y pocas se animaban: se acostó con un señor anónimo, siendo soltera, y tuvo un hijo. No por frecuente deja de ser un espanto de tragedia: Puccini era de fines del XIX e incluso tres siglos después una mujer podía suicidarse ante semejante experiencia (cosa que el susodicho bien sabía).
Un convento lleno de angelitos, sí, pero arañamos un poco la superficie y por lo menos un angelito tiene una tragedia de tal calibre detrás que se suicida (pecado mortal para los creyentes), qué tal ...
A mí la suor me recuerda una situación que para todo niñito italiano era conocida de manera obligatoria: el personaje de Gertrudis en I promesi sposi, la que antes de nacer ya fue destinada a la iglesia por segundona y terminó ya monja y seducida (y con un carácter resentido y autoritario que le hubiera encantado a Freud).
Por supuesto, hay evidencia de sobra acerca del amor de Verdi por Manzoni y no de Puccini. Pero que la conocía, la conocía. Y es esa imagen conventual, sospecho, la que subyace: en el convento hay mujeres de carne y hueso, no inocentitas.
Mientras escucho Lucia (que
debería estar empezando) me dedico al resto de las heroínas puccinianas. Baci,
Maddalena