Poquito a poquito (me dará diciembre y yo seguiré soltando mi discurso...) vamos avanzando. La acción también lo hace. Dejamos el bello país de la Turena, y nos vamos a algo incluso más bonito: París.
En concreto, este acto III tendrá lugar en el denominado Pré-aux-Clercs, en las orillas del Sena, una especie de prado enfrente del Louvre. A mano izquierda debería haber una taberna (un cabaret, en el original) donde hay estudiantes católicos y chicas jóvenes (mis alumnos pirando, como si lo viera). Un poco más al fondo, la puerta de una capilla. A la derecha, otro tugurio donde soldados hugonotes beben y juegan a los dados (hmmm, me recuerda mi época de estudiante). En medio, un árbol inmenso. Gente que entra y sale, de todo tipo. Atardecer, mes de agosto. En una palabra, el acto II de la Bohème, pero en versión siglo XVI
Arriba el telón, y el coro nos comunica que es domingo, la gente descansa y pasea, y se olvida del trabajo. A continuación, los hugonotes presentes en escena se arrancan con una pieza perteneciente al más denostado subgrupo operístico: un Rataplán. Dicen los sabios que este coro era la manera que tenía Meyerbeer de medirse el pito con el coro de soldados de Guillermo Tell, que había hecho furor. La música es realmente ramplona y muy marcada rítmicamente, vivas a Coligny (con subida al agudo del tenorcillo que lidera el grupo), y lo de siempre: bebamos el vino de los católicos, quedémosnos con sus riquezas y sus hijas. Ejem.
Contrapartida católica. Llega una procesón de señoritas, que acompaña el cortejo de bodas de Nevers y Valentine (l'uomo ritorna al vizio, la gatta al lardo, diría Falstaff). Contraste musical total, con papel muy importante otorgado al viento. Llega Marcel, quiere hablar con Saint-Bris, no le dejan, pasa la Sagrada Forma, él se niega a descubrirse, los hugonotes empiezan con el Rataplan otra vez... el jaleo se insinúa. Cuando están a punto de llegar a las manos... aparece una banda de gitanos (¿esto no pasa en La Traviata también?). Cantan y bailan, dependiendo del gusto por la tijera del director. Aquí hay ballet, incluyendo una danza de los soldados como la de Guillermo Tell.
Saint-Bris (el padre, recordemos), Nevers (ahora esposo) y un tal Maurevert salen de la capilla. Valentine quiere cumplir un voto de estar allí rezando. A Nevers, feliz desposado, todo le parece bien. Cuando se marcha, vuelve Marcel y le trae un desafío (un cartel, que decían los clásicos) de Raoul. El vieyu se emociona ante la posibilidad de darle estaca al yerno-a-la-fuga. Aceptado, aquí os esperamos dentro de un ratillo- pero que Nevers no lo sepa. Se marchan todos. Toque de queda, con mensaje institucional de un arquero, muy hermoso, muy arcaico. Señalar el segundo acto de los Maestros Cantores y su sereno parece obligado
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Apagamos las luces, escenario vacío, Saint-Bris y Maurevert salen de la capilla. Se va a enterar el Raoul éste... Pero también sale Valentine, que lo ha oído todo. ¿Cómo avisar al mocín? Zas, entra Marcel. La ocasión la pintan calva. Vamos con un dúo MARAVILLOSO. Trompas, cellos y timbales, papapan papapan papa papa papapan. Marcel. Cuerdas, tirurí tirirurí. Valentine. Perdóneme, caballero. Dígame, buena mujer. ¡Marcel!. ¡Mi nombre! ¡Santo y seña! Raoul, dice ella. ¡Una mujer!, se sorprende nuestro fanático favorito. ¿Tienes miedo?, le pregunta ella. Momento ratonero-heroico en el que el escudero nos recuerda que es la espada de Israel, el terror de Babel (¡qué rima, válgame el Cielo!). Resumiendo, que la cosa está fea, dile a Raoul que se ande con ojo. Los dos se apenan muchísimo si le pasa algo malo al galansote, y ella intenta irse. ¿Quién eres? Frase arrebatadora, una mujer que le adora y morirá salvando sus días. El dúo se lanza hacia la conclusión, sobre una melodía embriagadora, rematado por unos agudos no escritos que encrespan al público. Si todo ha ido bien, 15 minutos que nos han dejado con la boca abierta. Con 10 sigue siendo resultón...
Valentine, sin identificarse, marcha corriendo y se esconde en la capilla, más transitada que el escondite de Lakmé en el tercer acto. Que la acción no decaiga: llegan Saint-Bris, Raoul y los testigos de cada uno. Marcel, de convidado de piedra. EL SEPTETO. En mon bon droit j'ai confiance empieza a cantar Raoul, Saint Bris y los testigos se le unen, y Marcel mete cuñas de vez en cuando, lastimoso y lacrimógeno. Luego los cuatro testigos se arrancan con el Quoi qu'il advienne ou qu'il arrive [esto es algo intraducible pero que se aproxima a "pase lo que pase o suceda"; Berlioz quedó deslumbrado por el palabro y salpicó buena parte de su correspondencia con él]. Están todos de acuerdo, cada uno pa sí, y Dios pa todos, que les vaya bien, caballeros, a muerte, eso a muerte. Y al agudo, porque Raoul sacará a relucir buena parte del muestrario a base de cañonazo limpio por encima de todos los otros. Tensión, emoción, clímax sonoro, espadazo limpio... Y Marcel se mete en medio. ¡Quietos parados todos! ¡Aquí hay trampa! Maurevert sale del escondite rodeado de gañanes armados, dispuestos a darle boleto a Raoul. La situación parece perdida para los hugonotes, pero de pronto el Rataplán resuena en la taberna. Marcel grita el nombre de Coligny y con la música de la Coral, en un efecto sobrecogedor (a servidor se le han puesto los pelillos de punta mientras escribía esto), llama en su ayuda a los hugonotes en el cercano bar, mientras la orquesta le secunda, ahogando las voces de Saint-Bris, pidiendo refuerzos. Me encannnnnnnnnnnnnnta este trozo, y Ghiaurov lo borda.
El coro en escena, uno por cada lado. Se intercambian insultos, se llaman de todo (algunos de los improperios son realmente pintorescos). Pero cuando va a empezar la riña tumultuosa, llega Marguerite, anunciada por Urbain y se pone en medio. ¿Qué hacéis? Fue él. No, fue él. Malo. Feo. Caca. Pis. Y MArcel, como siempre, dando en el clavo. Esa mujer enmascarada me lo contó todo. Saint-Bris la agarra, y descubre a su propia hija. Raoul se maravilla. En un trozo que finalmente no fue puesto en música, se aclaraba todo el malentendido. Ahora nos limitamos a saber que Valentine se ha casado con Nevers, que aparece en ese momento con un brillante cortejo, todo galantería y boato. Saint-Bris lo celebra cienes y cienes, metiéndole el dedo en el ojo - metafóricamente - a Raoul.
Coro y ballet, víctima frecuente de la guadaña, y Nevers recoge a su dama. Raoul se queda muy frustrado y hugonotes y católicos discuten. Telón.
El drama está servido...