UN POCO DE MÚSICA: Todo empezó con… ¡el Duque de Mantua!
En 1607, Claudio Monteverdi estrenó su ambicioso proyecto de teatralizar en música la leyenda de Orfeo, su descenso a los infiernos en pos de su amada muerta Eurídice, la concesión del retorno a la vida de ésta, por compasión de Proserpina, a condición de que Orfeo no la mirase, y la pérdida final de la amada al no cumplir el mandato por obedecer más al amor que a Plutón. La obra supuso un salto gigantesco en la exploración de la capacidad prosódica de la música, que ya comenzaba a aplicarse a historias teatrales completas. Una nueva forma de arte tomaba forma: la ópera.
Orfeo no fue la primera ópera, pero sí fue la primera “gran ópera”. Su éxito fue tal, que llevó a que Vincenzo Gonzaga, entonces duque de Mantua (que también los hubo en la vida real), encargara a Monteverdi una nueva obra de similares características, con ocasión de la boda de su hijo Francesco Gonzaga de Mantua con Margarita de Saboya: la leyenda de Ariadna abandonada en Naxos por Teseo, a partir de versos del poeta Ottavio Rinuccini. El éxito volvió a ser, según las referencias, clamoroso.
Mantua fue asolada en los años siguientes por la peste y la guerra; infinidad de obras de Monteverdi ardieron, y Arianna, como tal, se ha perdido. Casi del todo. Casi, porque la fama de su fragmento central y emblemático, el “Lamento d’Arianna”, fue tal, que las abundantes copias (e incluso versiones y arreglos del propio Monteverdi, como la forma de madrigal con que la incorporó a su libro sexto de Madrigales) permitieron la supervivencia del fragmento. Se trata de una impactante escena de desolado lirismo y estructura relativamente elaborada. La escuchamos aquí cantada por Anna Caterina Antonacci acompañada de Modo Antiquo y Federico Maria Sardelli.
Lamento d'Arianna
La leyenda de Ariadna en Naxos se convertía así en parte de la leyenda de la ópera, en un referente artístico mítico, bello y malogrado: en la añoranza de la musicalidad ingénua e incorrupta de principios del siglo XVII, en el despertar de la ópera. El desempolvamiento posterior de la leyenda, desde luego, no fue casual.
(Muchas gracias a Sharpless por su ayuda inestimable )