Síntesis Argumental
Prólogo
La Música personificada, se da a conocer a los nobles presentes, y luego de hablar de su poder sobre los sentimientos humanos, les comunica que quiere explicarles la historia de Orfeo, personificación de este poder, y pide silencio (indirectamente, claro, tampoco hay que cabrear al que manda
).
Acto I
Un pastor se alegra de que el amor de Orfeo por Euridice haya sido al fin correspondido, con lo cual el cantor dejará de llorar y suspirar por los bosques de Tracia. Anima a sus compañeros a cantar para celebrarlo, y juntos invocan a Himeneo, dios del matrimonio.
Luego de una alegre danza, que anima a pastores y ninfas a la celebración, otro pastor solicita a Orfeo que igual que antes cantaba sus penas, ahora les deleite cantando su alegría. Orfeo canta, y apela al sol para que le diga si hay alguien más feliz que él en el mundo, ahora que Euridice le ama. Euridice, a su turno, le dice que si quiere saber como es amado, deberá preguntar a su propio corazón, porque el de ella está donde reposa el de Orfeo.
Se repiten los bailes y los cánticos mientras Orfeo, Euridice y los pastores se dirigen al Templo a hacer ofrendas a los dioses.
El acto termina con un madrigal, en el que se incita a la gente a no desesperar, pues después del invierno siempre llega la primavera y después de la tormenta, siempre vuelve el buen tiempo.
Acto II
Vuelve Orfeo, y los pastores describen el entorno agradable que les envuelve: los bosques, los prados donde descansan y donde las ninfas recogen flores, las aguas claras y apetecibles… Orfeo se une a los cantos de los pastores, y relata como su suerte ha cambiado: los bosques que antes lo veían triste y lloroso, ahora lo ven exultante y gozoso gracias a Euridice.
Un pastor recoge la alegría de Orfeo que se ve reflejada en el maravilloso día, cuando es interrumpido por los lamentos de Silvia, una ninfa amiga de Euridice, que se lamenta por las noticias que debe contar. Al verla tan conmocionada, los pastores solicitan la protección de los dioses. La Messagiera (Silvia), les dice que detengan sus alegres cantos y que los vuelvan en cantos de dolor, y ante las apresuradas preguntas de Orfeo, le confiesa que Euridice ha muerto.
Sigue a continuación el relato de la Messagiera: Euridice y las otras ninfas iban recogiendo flores para hacer una guirnalda de flores para adornar la frente de Euridice, cuando ésta fue mordida en el pie por una serpiente. Al instante su rostro se volvió blanco y sus ojos perdieron la luz que los animaba. Las ninfas intentaron reanimarla con cánticos y agua fresca, pero todo fue en vano, y Euridice expiró llamando a Orfeo, dejando a sus compañeras desechas por el dolor.
Los pastores se unen a los lamentos de Silvia, y acongojados contemplan como Orfeo ha quedado paralizado por el dolor. Finalmente Orfeo se lamenta de la muerte de Euridice y toma la determinación de descender a los infiernos a rescatarla con el poder de su música o a permanecer con ella si no consigue su objetivo.
Los pastores se lamentan de la suerte de Orfeo y Euridice y salen a buscar el cadáver de la bella ninfa, mientras Silvia, incapaz de soportar el dolor que ha infligido a Orfeo, se aleja dispuesta a vivir en una cueva, alejada de sus compañeros que siempre la odiarán por ello (un poco en la línea de “matar al mensajero”).
La moraleja del segundo acto queda reflejada en el coro posterior al lamento de Orfeo: no hay que fiarse de las alegrías frágiles del mundo, ya que después de una cima, suele venir un precipicio (la desgracia).
Acto III
Orfeo llega a las entradas del Averno conducido por la Esperanza, la única de las virtudes humanas que le puede acompañar en su viaje. La Esperanza le señala al otro lado de la laguna Estigia y le explica que allí, en los reinos de Plutón, es donde se encuentra su amada Euridice, pero que sólo podrá acudir guiado por su corazón y su música, pues ella, como se lee encima de la puerta, no puede entrar (aquí, Striggio hace referencia a la Divina Comedia de Dante, con la frase que el poeta coloca a la entrada del Infierno: Lasciate ogni Speranza o voi ch’entrate. Se busca la complicidad con un público culto, ya que recordemos que en el estreno de la ópera asiste público noble e intelectual). Tras esta declaración, la Esperanza se marcha, dejando, como es obvio, a Orfeo desesperado.
Caronte, el barquero que conduce las almas al reino de los muertos, se niega a introducirlo en el Hades, ya que aún recuerda como Hércules se aprovechó para robar al Cancerbero, y como Teseo intentó secuestrar a Proserpina, su reina. Ante tal resistencia, Orfeo despliega toda su capacidad de seducción en el momento musical culminante de la ópera. En él, Orfeo dice a Caronte, que él no está vivo pues quien no tiene corazón no puede vivir, y el suyo está con Euridice, allí donde ella mora y que no puede ser otro sitio que el Paraíso. Ha seguido sus pasos por la orilla del oscuro río, siguiendo sus ojos que le iluminan el camino. Y sólo Caronte puede ayudarle a encontrar consuelo llevándole a la otra orilla.
Caronte dice que la piedad no va con él, y entonces, Orfeo toca su lira y lo duerme profundamente, momento que aprovecha para cruzar la laguna en su barca, mientras clama a los dioses del Infierno para que liberen su amada esposa.
El acto termina con un coro de espíritus que alaba la capacidad del hombre, para el cual ninguna empresa es imposible, y que consigue dominar la tierra y el mar para obtener sus frutos.
Acto IV
Proserpina, que ha oído las plegarias de Orfeo, está profundamente conmovida y pide a su esposo Plutón, que, si la ama tan profundamente como dice que no envidia a ningún otro dios, permita a Euridice volver al mundo de los vivos y disfrutar junto a Orfeo de su felicidad.
Plutón es incapaz de negarse a las súplicas de su esposa y concede la vida a Euridice, pero a condición que Orfeo no la mire hasta que no haya salido de los abismos, haciendo que sea proclamado para que los amantes se enteren. Proserpina se lo agradece, y él le pide a su vez que deje de pensar en el mundo exterior.
Orfeo está exultante de felicidad mientras lleva a Euridice hasta la superficie. Se vanagloria del poder de su lira y se regocija con el reencuentro con su amada. Pero enseguida le asaltan las dudas: lo estarán engañando las deidades infernales? Se oye un ruido, y Orfeo creyendo que las Furias se arman para arrebatarle a su esposa, se da la vuelta y mira los ojos de su amada. Y al instante, la pierde, tal y como dice Euridice, por exceso de amor. Ella ya no podrá volver a gozar del sol ni de su bien más preciado: Orfeo.
Orfeo es expulsado, mientras un coro de espíritus recuerda que la virtud es un rayo que ilumina el alma. Que Orfeo venció al Infierno pero fue luego vencido por sus anhelos; merecedor de alabanzas será aquel que consiga vencerse a si mismo.
Acto V
Desconsolado, Orfeo ha vuelto a los campos de Tracia que vieron nacer su amor por Euridice. Los bosques y las piedras que lloraron con él cuando su amor aún no era correspondido, llorarán ahora con él en su dolor eterno. Eco, la ninfa condenada a repetir las últimas palabras de los demás, se ha acercado a consolarle, pero a Orfeo, cuyos ojos son como fuentes, y si fuese Argos, el de los mil ojos, serían como mares y aún así no llegarían a calmar su dolor, las pocas palabras de Eco no pueden consolarle tampoco.
Euridice era la más bella y sabia de las mujeres, llena de virtudes y no puede compararse con las demás, que son pérfidas e inconstantes, sigue lamentándose Orfeo.
En este punto, interviene su divino padre Apolo, que le dice que dejarse gobernar así por sus sentimientos no es propio de un corazón generoso. Él ha acudido al rescate, pues ya veía a su hijo en peligro (probablemente, una referencia al suicidio). Orfeo promete hacer caso del consejo de su padre, quien le ordena que suba con él al cielo, donde podrá seguir viendo en las estrellas a su Euridice.
Ambos suben al cielo, mientras en la tierra, los pastores cantan y danzan, alabando a Orfeo, que ha obtenido la gracia del cielo después de todas sus desgracias.