Los setenta. Derribamos un par de mitos.
Decca (1971) Sherrill Milnes, Joan Sutherland, Luciano Pavarotti, Martti Talvela, Huguette Tourangeau. London Symphony Orchestra, Ambrosian Opera Chorus, Richard Bonynge.
Nueva edición de Decca basada en Sutherland y dos de los elementos más valiosos en sus respectivas cuerdas durante aquella década. Lo cual en el caso de Sherrill Milnes es indicativo de una crisis baritonal que hoy es endémica. Milnes adolece de una emisión cuanto menos extraña, con variaciones en la colocación, el color y la firmeza del sonido. Y una afinación que sin ser errónea deja la sensación desasosegante de duda. El timbre a veces parece voluminoso e hinchado, otras le falta sonoridad y en el grave es endeble (“Lievi quel capo amato...”) Como se ha señalado, esto fue producto de una obsesiva imitación del sonido de Leonard Warren que no acaba aquí, sino que aparece también – mal realizada, se entiende – en un fraseo “caligráfico y minimalista” (Giudici) que pierde de vista el conjunto de la frase musical. Por otro lado, se demuestra que no es una voz de verdadero dramático (algunos dudan incluso que lo fuera de barítono) al resultar falto de cuerpo en los momentos de “Pari siamo” que piden “Con forza” (“Dannazione!”, etc) Tampoco tiene fortuna en los pasajes líricos, aunque se ciñe a las dinámicas normalmente, pues su media voz es opaca e inexpresiva. Honesto en cambio en “Cortigiani, vil razza”, pero genérico de caracterización. Lamentables las risotadas del primer Cuadro, que colaboran a borrar del drama al personaje.
Sutherland sigue cantando a un nivel más alto que la mayoría de las Gildas, pero el timbre se ha tornado ligeramente mate y la dicción es menos clara. Mantiene la seguridad en los trinos, sobreagudos y coloratura. No sólo falta de dramatismo, sino de interés por el texto, su Acto III resulta monótono.
Pavarotti se hallaba en el apogeo vocal tras diez años de carrera en los que el Duque había sido uno de sus papeles más demandados. Apogeo que había de durar casi otros diez años y que explotó un timbre cálido, lleno de vibraciones plateadas y la emisión muelle y luminosa en toda la tesitura. Los agudos de nitidez squillante completaban el milagro. Una personalidad sonora así tenía que retratar un Duque exuberante y sensual. Brillantísimo y algo superficial en las piezas de lucimiento, sin embargo cincela un “Ella mi fu rapita” espléndido, apoyado en una dicción insuperable, aun más clara en comparación con sus compañeros. Su fraseo es vívido, muy eficaces los contrastes entre la voz plena timbradísima (“Sull'orma corsa ancora mi spingesse!”) y la sedosa voluptuosidad de “Talor mi credo”. Menos imaginación tiene en el aria, aunque la sección central rara vez ha sido más amorosa, así integrando la página en el retrato del personaje (algo que no siempre se consigue) Sólo puede lamentarse que no cantara la cadencia de Verdi. Canta con soltura la cabaletta, con un amplio re natural sobreagudo incluido. En el Acto III la vivacidad y el humor de sus intervenciones le separan del resto del reparto, con un “Bella figlia dell’amore” irresistible. Sin embargo sus momentos más hermosos son el arrebatador minuetto con la Condesa (escúchese como acentúa “inebria, conquide, distrugge”) y “È il sol dell’anima”, lleno de un abandono casi erótico (¡a pesar del texto!) Estrepitosa la belleza tanto de los ascensos al sib como de la acariciadora cadencia, donde ambas voces hacen belcanto puro. En resumen, el punto fuerte de la grabación, un Duque cuya lujuriosa belleza vocal expresa su propia insaciable lascivia.
Aunque se presentaba como un lujo, Talvela no es un Sparafucile enteramente satisfactorio. La voz es impresionante, pero algo pétrea y nasal en la zona alta. Imponente en el segundo Cuadro (quizá demasiado) en el Acto III se entrega a declamaciones estentóreas de la peor especie. Por ejemplo es absurdo el acceso de hidrofobia que manifiesta al dirigirse a Maddalena (“Al diablo ten va!... ) o la indescifrable “Entr'esso il tuo Apollo, sgozzato da me, gettar dovrò al fiume...” Tourangeau es una Maddalena de tonos guturales y poca personalidad.
Boynge ofrece un fondo terso y colorido sobre el que sus cantantes pueden cantar relajadamente; demasiado en el caso de Sutherland. Sin embargo su orquesta carece de valores narrativos destacables. En cuanto a las tradiciones es incomprensible que en una grabación que tenía la voluntad de recuperar para el belcanto esta ópera siguieran presentes el reb de Gilda en el Cuarteto, el mib al final de Terceto o el fa grave que prolonga Talvela en el segundo Cuadro. En cambio, se optó por eliminar la cadencia de “Parmi veder le lagrime”. Merece destacarse la magnífica grabación, vívida y brillante.
Emi (1978) Sherril Milnes, Beverly Sills, Alfredo Kraus, Samuel Ramey, Mignon Dunn. Philharmonia Orchestra, Ambrosian Opera Chorus. Julius Rudel.
Con la voz más llena y sonora que siete años antes, Milnes sigue fiel a su desconcertante fonación. Y a los chuscos resabios del primer Cuadro. Prácticamente idéntico a sí mismo, la acentuación es algo impersonal (pero característica) Con los cortesanos salpica su canturreo de suonacci realmente feos y su invectiva parece ligera, sobre todo por el acompañamiento de Rudel. El principal problema en “Miei signori” y los dúos con Gilda es la heterodoxia de su mezzavoce, sofocada y ensuciada con sus habituales portamenti. Las intenciones son buenas excepto por algún sollozo aquí y allá.
Beverly Sills firma uno de sus peores trabajos para el disco: la voz está desgastadísima, estridente y desagradable en el forte. Aún conserva un notable dominio sobre las dinámicas y en piano el timbre recuerda la pasada dulzura. Los aún perfectos trinos son lo único que puede salvarse de su “Caro nome”, su re bemol en “Addio, addio” es para preguntarse por las razones que llevaron a incluirlo y sus intervenciones en el Cuarteto son penosas.
Alfredo Kraus retornaba a los estudios tras una ausencia demasiado larga para firmar un tercer Duque cuyo único objetivo parece haber sido superarse a sí mismo. Con la voz cada vez más refugiada en la máscara, los registros medio y grave han perdido nitidez metálica, volumen y belleza. Por el contrario su facilidad para regular y colorear la emisión en el pasaje y el squillante agudo siguen siendo insuperables. Tanto se regodea Kraus en esta habilidad que se echa de menos que no optara por algún sonido más franco y espontáneo (en la cadencia de la Balada, por ejemplo) Muy distanciado en el primer Cuadro, se anima en el dúo con Gilda aunque su timbre parece empobrecido en la cadencia. En su elemento, cincela con maestría el recitativo de su gran escena, cerrado en un solo aliento. “Parmi veder le lagrime”, lentísima y contemplativa, se fractura del conjunto del personaje pero ofrece un canto ligadísimo (“Per te le sfere agli angeli”) y una cadencia, trino incluido, de verdad fiel al dolcissimo prescrito (aunque rompe el sonido al final) De un pulcro virtuosismo en su cabaletta, curiosamente desaparece en las frases de la stretta, hasta emerger con un timbrado re sobreagudo. En el tercer acto sigue cantando impecablemente, pero se echan de menos tanto el atractivo como el slancio arrogante de los años pasados. Parece imposible escuchar frases tan largas y perfectamente moduladas como en su Cuarteto (“Le mie pene consolar” filando un sib y ligándolo a la siguiente frase) pero este Duque parece más un galán maduro que un “giovin giocondo”.
Ramey canta magníficamente con una voz mórbida y elegante. Dunn es una Maddalena simpática. Buen acompañamiento de Rudel, vivaz y colorista, en ocasiones con demasiado volumen.
DG (1979) Piero Cappuccilli, Ileana Cotrubas, Plácido Domingo, Nicolai Ghiaurov, Elena Obraztsova. Coro de la Staatsoper de Viena, Orquesta Filarmónica de Viena, Carlo Maria Giulini
Grabación que ocupa los lugares de privilegio en las recensiones habituales, muestra sin embargo rasgos de la decadencia del canto de Verdi. Cappuccilli tenía las bases para ser un verdadero barítono verdiano, empezando por el color y el metal genuinos (a diferencia de Milnes) Entregado sin embargo a la búsqueda de la sonoridad cada vez más voluminosa de un timbre que ya era robusto, su canto adoleció de vicios veristas que no le permitieron llegar al meollo de Rigoletto durante su carrera. Y que en 1979 habían se habían cobrado cierto desgaste perceptible en un timbre falto de terciopelo en el registro central y en la dureza del agudo, que se abre esporádicamente. Bajo la guía de Giulini, Cappuccilli consigue completar un retrato coherente en el que se encauzan sus impetuosos modos. Su “Pari siamo” contrasta con eficacia la furia declamatoria (“Vil scellerato, mi facesti voi”) y la reflexión dolorosa (“Altro che ridere”) En los dúos con Gilda, siempre su punto débil, se pliega a las medias voces necesarias (algo mates) y un legato notable, aunque no llega al ensimismamiento lírico quizá por falta de convencimiento, quizá por lejanía estilística. Siempre más cercano a la expresión grandiosa, su “Cortigiani, vil razza” es poderoso pero el agudo se le queda sorprendentemente atrás. Gran parte del atractivo de Cappuccilli en el teatro fueron sus gigionate. Gobernado por Giulini cantó mejor que nunca, pero se puso en evidencia hasta que punto dependía de aquellos momentos demagógicos y electrizantes para compensar una ligera monotonía expresiva.
Ileana Cotrubas nunca poseyó la dimensión vocal y dramática verdiana. El timbre es dulce y de color agradable, pero le faltan el cuerpo suficiente y el brillo metálico imprescindible en el agudo. Sus trinos y notas picadas son discretas en el aria, donde además no parece sobrada de fiato. Si se suma un acento lastimero invariable de principio a fin (¿dónde queda el despertar amoroso de “Caro nome”?) el resultado, además de insuficiente en lo vocal, es de una antigüedad expresiva chocante.
Domingo mantenía el Duque en repertorio por aquellos años a pesar de que su voz, nunca especialmente cómoda en el papel, ya manifestaba rasgos incompatibles con sus exigencias. El timbre, resonante y bruñido en el centro, se velaba al ascender por el paso, lo cual es constante en la partitura. Los ascensos al sib de “È il sol dell’anima” parecen extraídos con fórceps, su “Ella mi rapita” le muestra con una emisión dura y nasal, no hay una intervención en “Bella figlia dell’amore” que no haga pensar cómo pudo quedar satisfecho con el resultado, es embarazosa la cadencia de la Canzone. La variedad de acentos e intenciones intentan reflejar el carácter del personaje en cada situación, pero no se corresponden con verdaderas modulaciones de una voz pesada y gruesa: en muchos casos el resultado es artificial y hasta irritante (la Balada y la Canzone)
Ghiaurov no parece especialmente implicado en el papel, al que aporta prestancia tímbrica y un fraseo señorial, pero ni pizca de humor o algún pasaje memorable. Tampoco Obraztsova hace algo más que explotar un timbre sensual.
Por aquellos años Giulini iniciaba una relación discográfica con la Filarmónica de Viena que daría frutos tan definitivos como su Bruckner o el ciclo Brahms. Aquí hay pasajes de enorme calidad como la tinta misteriosa con que inicia el segundo Cuadro y el Acto III. Incluso un pasaje tantas veces trivial como el acompañamiento de los violines al final de “Pari siamo” tiene en este caso una dulzura y una expresividad cautivadoras. Sin embargo, inevitablemente, semejante orquesta posee una sonoridad demasiado suntuosa y potente. En “Cortigiani, vil razza”, se opta más por el impacto sonoro que por la lacerante intensidad de Kubelík, aparte de que no apremia a Cappuccilli más que a usar el máximo volumen. A las puertas de su última etapa creadora, Giulini elige tempi reposados que en conjunto son coherentes pero menos dramáticos, vívidos y narrativos de lo deseable.
_________________ Il barone fu ferito, però migliora
Última edición por Gino el 31 Ene 2008 11:59, editado 11 veces en total
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