Es difícil sustraerse al maravilloso ambiente creado por Ulysses, pero uno ha de mantener la fama ganada de resentido deconstructor, aunque –reconozcámoslo- Wanderer me ha ganado por la mano con sus insinuaciones estilo
Sálvame sobre la relación entre la Mariscala y el antiguo ordenanza de su marido.
En primer lugar, la “vorágine del vals” no desaparece abruptamente. Mientras Sophie trata de hacerse una composición de lugar y Marie Therèse ordena a su ex-amante que se ocupe de la joven, sigue sonando la pareja de valses de la escena de la cena entre Ochs y Mariandel (1 34’ 12”, siempre en la versión Kleiber-Schenck) y, lo que es aun más desconcertante, cuando Octavian se dirige finalmente hacia Sophie, los acordes que se escuchan de fondo proceden directamente de la parodia de Mariandel sobre las meditaciones de la Mariscala, dando lugar a un último vals en Mi mayor (
“Hat Sie kein freundlich Wort für mich”, en 1 35’ 13”). En todo este pasaje lo único que resulta hondo y sincero es la reminiscencia del
“Heute oder Morgen” por parte de la Mariscala, que vuelve a enfrentarse con el reto de apurar el cáliz en un anticipo del trío subsiguiente (el “minitrío” que dice Ulysses).
Luego, Sophie y la Mariscala. La identificación entre ambos personajes es aquí evidente, tanto en las frases de Hofmannstahl como en la música de Strauss. La joven ha descubierto inmediatamente la historia de amor entre Octavian y Marie Therèse, creyendo, con bastante fundamento, que su propia historia podía ser parte de la farsa que acaba de terminar. Es cierto que su impulsividad y falta de experiencia traicionan todo intento por guardar las apariencias (genial el parlando a partir de 1 38’22”, excelentemente declamado por Lucia Popp), pero la Mariscala ve más allá de esa tierna figura y en toda la escena hay un aire de relevo que va, a mi juicio, mucho más lejos que la mera renuncia a Octavian.
El sublime trío es, en realidad, un dúo entre las dos mujeres donde solo las grandes intérpretes de Octavian consiguen hacerse un sitio. El conde Rofrano introduce la secuencia con el nombre de su admirada Marie Therèse, en expresión casi pasmada, barrida por el luminoso sforzando de la trompeta, y el espléndido arco melódico de la Mariscala deja clara la enorme distancia entre los dos personajes (no, desde luego, en la voz de Gwyneth Jones
). Las apoyaturas de la frase ceden el paso para una entrada (1 41’ 23”) en que la línea vocal de Sophie se funde de una manera que deja poco lugar a dudas. Atención al mágico momento, al final del primer crescendo, en que Brigitte Fassbaender abre sutilmente los brazos y da un paso atrás (1 43’ 02”), en la magistral puesta en escena de Schenck. De ahí hasta la última frase, es Sophie quien va creando el clímax hasta ese Si natural al que asciende también la Mariscala.
Pero el giro final no consiste solo en que Octavian quede un poco al margen de la acción. Hay además una decidida voluntad de los autores de ofrecer una visión menos “sublime” de la historia. El material temático del propio trío, oculto bajo una forma resplandeciente, no es el tema de amor del segundo acto (
“Wo war Ich schon einmal und war so selig?”), como se apunta en los primeros compases, sino el vulgar
“Nein, nein” de Mariandel, detalle del que ya nos advirtió Ulysses. Además, a continuación viene el dúo entre los enamorados. ¿Y qué escuchamos? Pues algo parecido a la misma ruptura de expectativas que suponía el final de la Presentación de la Rosa. Tras un breve diálogo de sus respectivos
Leitmotive, Octavian se acerca a Sophie envuelto en un mágico acorde de Re bemol que, sorprendentemente, se disuelve en un mucho más convencional Sol Mayor. Lo que suena después es una cancioncilla que parece extraída de
Hänsel und Gretel y que el propio Strauss afirmó haberle robado a Schubert, aunque no sé exactamente de dónde. A mí me recuerda, ya lo siento, al “fueron felices y comieron perdices”. Strauss y Hofmannstahl no quieren quitarle la ilusión a nadie y permiten que los espectadores disfruten ingenuamente de la historia de amor, pero al mismo tiempo dan pistas para pensar que la farsa vienesa no ha terminado en la escena anterior, que probablemente no terminará nunca. La Mariscala se despide con una enigmática réplica a la vulgar observación de Faninal, mientras suenan los ecos de su despedida a Octavian del primer acto. Los acordes de la Rosa de Plata que acompañan a los amantes no acaban de alzar el vuelo por las repetidas modulaciones a Sol Mayor. Y Hugo von Hofmannstahl, que unos pocos años antes había perdido la fe en la poesía de lo absoluto, deja ese pañuelo en medio del escenario para que cada uno de nosotros lo recoja e imagine la vida que aguarda a la nueva pareja.