Supermaño escribió:
¿Crees que finalmente hay más de Hofmannstahl o de Strauss?
Creo que estamos ante un caso alucinante de simbiosis, en el que la obra final es inconcebible sin la participación determinante de los dos autores. Hofmannsthal supo llevar el agua straussiana a su molino para que el compositor produjera el tipo de ópera que el escritor quería escuchar, en las antípodas de los "bramidos wagnerianos" que detestaba. Por el camino, le permitió a Strauss re-escribir su propia versión post-elektriana del
Figaro más el
Così. Le descubrió una voz propia en su música teatral, al margen tanto del camino expresionista en el cual Schoenberg ya había caminado mucho más allá de lo que Strauss consideraría aceptable (
Erwartung se compone el mismo año que
Elektra), como del wagnerianismo que Strauss debía y quería evitar ante todas las cosas, como de la vía pucciniana triunfante en esos momentos (
La Fanciulla del West se estrena en el Met en 1910 protagonizada por una célebre Salome, la checa Emmy Destinn; la puya del Cantante Italiano es cualquier cosa menos casual). Puede decirse, por tanto, que en cierta medida Hofmannsthal creó a Strauss, o al menos creó su propio Strauss, como la Mariscala creó a su propio Octavian.
Ahora bien, los estudiosos nos enseñan que a lo largo del proceso compositivo fue Strauss quien en muchas de las ocasiones llevó la voz cantante, apremiando a Hofmannsthal para que le remitiera más partes del texto, componiendo las líneas instrumentales antes de tener a su disposición el libreto (de manera que luego serán las líneas vocales las que se adapten a los ritmos y a la estructura ya creada antes de conocer el texto), y requiriendo a su libretista para que revise por completo determinadas escenas de los actos segundo y tercero. Digamos entonces que Hofmannsthal crea a Strauss, pero inmediatamente esa creación se apodera de su creador y le dicta cuales han de ser sus rasgos propios.
Y luego, si nos preguntamos si el Rosenkavalier es más producto de Hofmannsthal o de Strauss, eso equivale forzosamente a preguntarse por el valor del libreto de cara a la apreciación de esta obra. Me explico. Yo mismo me habré escuchado en casa a lo largo de los años unas cuantas veces el
Rosenkavalier sin seguir el libreto y sin entender ni jota, castellano rancio que uno es, de lo que los personajes decían. Mi reacción era tan firme como inevitable. El primer acto me parecía (más o menos, y salvando el preludio y el principio del dúo inicial) un poco tostoncillo, y cuando oía hablar de la maravillosa atmósfera agridulce de los dúos del final de ese acto, o alguna otra cosa parecida, lo entendía tan poco como si escuchase algún ignoto dialecto venusino. En cambio, toda la parte inicial del acto segundo me provocaba esas reacciones fisiológicas ya bien analizadas tipo pelos de gallina, lacrimosidades, etc., luego volvía un cierto sopor y luego, en el vals de Ochs, las reacciones esas se recidivaban y recrudecían. Poderosamente. Lo del acto tercero ya se lo imaginan; los quince minutos finales y poco más. Todo eso, al menos para mí, cambia por completo el día en que se me ocurre empezar a seguir el texto de la obra. No la primera vez, porque es un texto largo, en un idioma muy raro y con unas palabras que añaden rareza a la rareza. Poco a poco. Varias veces. El Wanderer necesita su tiempo para casi todo. Sólo siguiendo el texto pude comprender la genialidad de la obra. La genialidad del libreto, que como dice Téllez es o podría ser una obra literaria independiente, y como digo yo, está a la altura del de
Così e
il resto non dico. Pero por supuesto, la genialidad de la música, que como dice gakugeki sabe sacar petróleo donde menos lo esperas de un texto en apariencia inofensivo, que es la carne, la piel y los sentidos de los personajes y que responde con una fantasía desbordada a cada una de las situaciones planteadas por el texto.
Y luego, y acabo ya la parrafada, hay una cosa absolutamente vital a la hora de enfrentarse con el Rosenkavalier. Por supuesto, nos lo dice la Mariscala.
Leicht muss man sein... No hay que tomarse la obra demasiado en serio. No hay que abrumarla con profundidades.
Eine wienerische Maskerad, und weiter nichts. Ni siquiera hay que escuchar la obra demasiado a menudo, si no sentimos que nos apetece. Da lo mismo, porque cuando volvamos a ella, nos estará esperando. Como la Mariscala.