Pasen, pasen, que aún queda bastante sitio. Pero cada uno en su lado y formalitos ¿eh? Que hay niños.
Decíamos que el cuento familiar sobre el origen de esta ópera era eso, un cuento. Al menos pasaba por alto algunos
detalles acerca de los protagonistas.
Engelbert Humperdinck estaba interesado por el mundo de los cuentos desde bastante antes y con independencia de los pinitos literarios de su hermana. Justo en el momento de comenzar su colaboración con Adelheid, se encontraba dedicado a reescribir la ópera
Le cheval de bronze, de Auber-Scribe, basada en
Las mil y una noches. Por otra parte, una vez escritas las cuatro canciones para el
Märchenspiel de su hermana –a cuya representación, por cierto, no asistió- pareció desentenderse del asunto.
Adelheid Wette era algo más que una abnegada ama de casa que escribía por dar fiestas-sorpresa a la familia. Entre 1889 y 1902 publicó en suplementos de revistas "femeninas" distintas adaptaciones de conocidos cuentos –en plan Ana Botella- que le dieron cierta fama. Según confiesa ella misma en su correspondencia privada, el principal móvil de esta labor era económico.
Hermann Wette, el
cuñao, apenas aparece en las fuentes "wikipédicas" cuando se habla de
Hänsel und Gretel. Bueno, pues vamos a desvelar otra de las preguntas-trampa de la autoevaluación inicial:
es, en buena medida, el autor del libreto definitivo. Médico de profesión y poeta de vocación, se pasó toda su vida soñando con escribir el drama musical que le consagrara, cultivando la leyenda de la autoría de Adelheid y convencido de que Engelbert había echado a perder con su música alguno de los mejores momentos de la ópera.
¿Y
doña Cosima? ¿Qué pinta doña Cosima? Si hemos de creer a Humperdinck, ella es la responsable última de que el teatrillo familiar se acabara convirtiendo en la ópera
Hänsel und Gretel. Desde la muerte de Richard Wagner, Cosima había acogido a Engelbert Humperdinck casi como un miembro de la familia –al menos de la Gran Familia que era el mundo de Wannfried. En sus frecuentes visitas a Bayreuth y durante sus estancias en el festival, le reconocía casi como el depositario de la herencia musical y “filosófica” de su marido. En una de esas visitas, el compositor relató su anecdótica colaboración con Adelheid y a la dama se le iluminaron los ojos. ¡Cuentos infantiles! ¡Un terreno ideal para la divulgación de la Idea! ¡Al alcance al mismo tiempo del gran público y del pintor de género que todavía era Engelbert Humperdinck! La conversación siguió por esta línea, abonada por el argumento definitivo: había que parar los pies a los veristas italianos, que estaban infectando al noble pero inculto pueblo alemán con sus musiquillas populacheras. Y había que hacerlo en su propio terreno. A saber hasta qué punto don Engelbert se tomaba en serio las cosas de doña Cosima, pero lo que está claro es que nunca la contradecía. En julio de 1890, recibió una carta de su cuñado sugiriéndole la posibilidad de ampliar el cuento musicado en mayo y el compositor se puso inmediatamente a la tarea.