LOS CUENTOS DE OFFENBACH: epílogo buffoCuando al principio de este hilo prometí escuchar sólo Offenbach mientras durara la ópera del mes… no sé en que estaría pensando.
Me salté a menudo mi propia regla:
Los audios de
Anna Bolena de la ópera del mes de Tunner, el
Ernani de Bonynge,
L´Orfeide de Malipiero, la
Alcina de Curtis, el
Satyricon de Maderna, el
Falstaff de Toscanini y el de Karajan con Gobbi, el 2° y 3° acto del
Tristan de Kleiber, el hilo sobre Bidu Sayao de Printse,
Roméo et Juliette de Berlioz, ahora mismo
L´Incoronazione de Söderstrom y Donath…
Pero, pese a estos pecadillos en la dieta, el mes de diciembre me he alimentado principalmente de Offenbach (
Les contes d´Hoffmann y las operetas), y me gustaría despedirme durante hoy y magnana con una especie de homenaje a él, por todos los buenos momentos que me ha hecho pasar.
La historia de nuestro músico comienza cuando, tras diversos oficios (como chelista en la
Opéra-Comique, donde se divertía junto con un colega tocando ambos alternativamente sólo una de cada dos notas, lo que les valió una buena bronca; o también como director por 5 agnos de la
Comédie-Française), comienza, digo, cuando decide componer una "
Antropofagia musical" para Hervé, cuyo
Théâtre des Folies-Nouvelles causaba sensación en aquel entonces.
El título de la obrita era
Oyayaye o la reina de las islas y ponía en escena a un chelista que naufraga con su chelo en la isla de la susodicha Oyayaye, una caníbal cuya pasión es el canto pero que desgraciadamente sólo sabe dar una nota. Al cabo del rato, esto resulta enloquecedor y el chelista se ve obligado a pirárselas a bordo de su chelo, que utiliza como barca.
El éxito cosechado (gran parte del público lo formaban los vistantes de la Exposición Universal) animó a Offenbach a abrir su propio teatro en julio de 1855 en los Campos Elíseos, bautizado
Théâtre des Bouffes-Parisiens. Seis meses después, cuando la Exposición hubo cerrado sus puertas, trasladó el Teatro al
passage Choiseul, donde el 29 de diciembre arrasó su
chinoiserie Ba-Ta-Clan.
En marzo de 1856, sorprendía a propios y extragnos, rescatando del olvido una obrita de Mozart que él bautizó como
L´impresario (Lo que os sonará es
Der Schauspieldirektor).
Mozart fue siempre su músico preferido, y una biografía del salzburgués, su libro de cabecera. Más de uno vio cómo se le caían lagrimones como pugnos al leerlo, cuando él mismo ya estaba gravemente enfermo, mientras exclamaba:
Pobrecito! Los éxitos fueron sucediéndose y culminaron en una gira de los
Bouffes-Parisiens por Inglaterra, en el verano de 1857. La mismísima reina Victoria se desplazó al teatro para verlos.
A su vuelta a Paris, los Bouffes terminaron el 1857 estrenando
Le mariage aux lanternes (una favorita de Carlos Kleiber) y adaptando
Il Signor Bruschino de Rossini, con el permiso de su autor, quien estaba "
encantado de poder hacer algo por el pequegno Mozart de los Campos Elíseos".
Fueron unos meses un poquito difíciles: Offenbach, que había estado gastando excesivamente en intérpretes, decorados & vestuario, se vio obligado por aquella época a hacer un par de viajecillos a Bruselas, con el fin de escapar a sus acreedores.
Además, estaba bastante fastidiado por las prohibiciones impuestas a los
Bouffes-Parisiens para evitar que éstos hicieran la competencia a la
Opéra-Comique. Una de ellas (4 personajes como máximo que cantaran sobre el escenario) se la saltó Offenbach sacando a un quinto personaje mudo que se expresaba con pancartas.
(Leí hace un par de semanas el documento con el listado de prohibiciones y la verdad es que parecía un absurdo catálogo borgiano sacado de
Tlön, Uqbar, Orbis Tertius…)
Finalmente, en 1858, dichas prohibiciones fueron atenuadas y Offenbach pudo crear con mayor libertad, sin tantas constricciones. El resultado fue
Orfeo en los infiernos, una parodia del
Orphée de Gluck que le llevaba rondando la cabeza hacía dos agnos.
Su estreno en los
Bouffes-Parisiens el 21 de octubre de 1858 fue un bombazo.
El público enloqueció, la crítica rabió tachándola de blasfema, y Offenbach tan ricamente se compró con los beneficios una villa en Étretat (bautizada
Orphée, lógicamente), como haría más tarde Strauss con los beneficios del
Rosenkavalier.
El propio Emperador organizó una funcion privada de
Orphée aux enfers en los Italiens, y envió poco después un bronce al músico con una nota: "
Jamás olvidaré la deslumbrante velada que me hizo usted pasar."
Offenbach se convirtió en el emblema de una sociedad que vivía sólo para el placer y el ocio.
Simbólicamente, la música de Wagner fracasa en ese París hedonista, y ya por aquella época se fragua una antipatía mutua, que consiste en mofa por parte de Offenbach y desprecio por parte de Wagner.
Como muestra, un botón: en 1860 presentó Offenbach una obrita titulada
El músico del futuro, donde Wagner es recibido en el Paraíso por Mozart, Gluck, Weber y Grétry.
Con harta prepotencia, el "músico del futuro" les declara a los otros 4 que sus obras no valen un pimiento y a continuación les presenta su "sinfonía del futuro". Los 4 se tapan las orejas, bastante cabreados.
Mozart exclama :
Monstruo!Gluck:
Pordiosero! Weber:
Bribón! y Grétry:
Pero se puede saber quién ha dejado entrar a este segnor aquí? Wagner, que pretende tocar su "Tirolesa del futuro", es abatido a pugnetazos por los otros, que lo corren de allí a patadas. Wagner se va, no sin antes gritar:
Podéis echarme e insultarme! Pero no por ello dejaré de ser "el músico del futuro" !!Wagner jamás olvidó que su compatriota (pues Offenbach había nacido en Colonia) no lo apoyó en aquellos primeros tiempos en París, e incluso en una fecha tan tardía como finales de 1881 Wagner afirmaba que la muerte de 400 mineros le dolía, porque al fin y al cabo trabajaban para que él estuviera caliente, pero que la muerte de 400 personas que iban a ver un espectáculo de Offenbach no le importaba lo más mínimo (en alusión al incendio del Ringtheater durante el estreno austríaco de
Les Contes d´Hoffmann).
Continuará...