Orchestre et Choeurs de l´Opéra National de Paris
Jesús López-Cobos
2002
Neil Shicoff (Hoffmann)
Susanne Mentzer (Nicklausse, La Musa)
Bryn Terfel (Lindorf, Coppélius, Dr.Miracle, Dapertutto)
Désirée Rancatore (Olympia)
Béatrice Uria-Monzon (Giulietta)
Ruth Ann Swenson (Antonia)
Michel Sénéchal (Andrès, Cochenille, Frantz, Pitichinaccio)
Bambi Floquet (Stella)
Alain Vernhes (Crespel, Maitre Luther)
Nora Gubisch (el fantasma de la Madre)Vamos a comentar una de las grabaciones más recomendables, desde mi punto de vista.
Se trata de la producción ofrecida en la Opéra Bastille en octubre de 2002.
El director musical
Jesús López-Cobos y el director de escena
Robert Carsen se basaron en una mezcla de la edición Choudens con aportes puntuales de la edición Oeser. Así, los couplets de Nicklausse en el acto de Olympia, y su romanza en el acto de Antonia provienen de Oeser. Sin embargo, se conservan los fragmentos apócrifos de la edición Choudens, como el sexteto con coro
Hélas! mon coeur! & el aria
Scintille Diamant, ambos en el acto de Venecia, así como el aria
J´ai des yeux a cargo de Coppélius en el acto de Olympia (en lugar del auténticamente offenbachiano
Trio de los ojos entre Nicklausse, Hoffmann y Coppélius). Esto lo digo a título meramente descriptivo : gustándome como me gusta tanto la música que compuso Offenbach como la que no compuso, mi principal deseo es que exista una coherencia en las decisiones que un equipo de artistas toma al poner en pie
Los Cuentos. Y esta versión es de una coherencia férrea.
La batuta de
López-Cobos, francamente, me pasa un poco desapercibida, porque hay varias cosas que me gustan muchísimo. No me fijo mucho en ella, pero es desde luego correcta.
Lo más brillante del dvd, no os horroricéis, es la puesta en escena de
Robert Carsen. Partiendo de 2 hilos principales que va entretejiendo con virtuosismo (
Don Giovanni y La Ópera), crea un puzzle en el que todo encaja a la perfección.
El prólogo y el epílogo están divididos ambos en dos partes : una parte digamos abstracta presidida por la Musa y Hoffmann como escritor, y la otra en la barra de un bar (el bar del Teatro donde se representa
Don Giovanni).
El prólogo, tras presentarnos a la Musa, hace desfilar tras ella el decorado del
Don Giovanni donde canta Stella, y a la propia Stella con un montón de figurantes, de manera que quedamos situados entre las bambalinas de ese
Don Giovanni.
Hace su aparición Lindorf (una especie de mánager sin escrúpulos, dispuesto a conseguir cueste lo que cueste a la diva). Hay varios técnicos que observan la obra desde el lateral del backstage. En el entreacto, aparece la barra de un bar, donde Hoffmann les canta la leyenda de Kleinzach a los cantantes y figurantes del
Don Giovanni (se ve incluso al Commendatore tomándose una cerveza junto a todos los extras de la boda de Zerlina y Masetto).
Neil Shicoff hace una interpretación a tumba abierta de Hoffmann. Sin ser un cantante que me guste especialmente, me quito el sombrero. Lo da todo. Imita a Charles Chaplin en
La Quimera del oro, se pasea por encima de la barra como Raphael, parece al borde del suicido, luego resulta que no es tan grave. Sí segnor, con un par.
Abandonamos las bambalinas.
En el Acto de Olympia, Carsen nos traslada al escenario. Pero un escenario visto desde el punto de vista del cantante. Es decir, vemos los decorados por detrás, y el telón echado. Al otro lado, invisible, está el público. En escena, a telón bajado, se preparan los artificios. Spalanzani retoca a Olympia, Hoffmann deambula por allí, Nicklausse bromea (
Susanne Mentzer, convincente, aunque vocalmente en peor forma que en las grabaciones de La Scala, unos agnos antes).
Para la fiesta de presentación en sociedad de Olympia, se sube el telón y el escenario se llena de todos los comparsas del
Don Giovanni.
Desirée Rancatore está maravillosa como autómata. Una especie de Marilyn que funciona con pilas. Vocalmente estupenda, y encantadora dramáticamente. Por cierto, los objetos que le dan (espada, copa de champán, partitura de
Don Giovanni, abanico) son como los emblemas de los personajes, y vuelven a aparecer en un contexto similar en el acto de Venecia. El aria de Olympia, con « desnudo integral » de la mugneca y violación de Hoffmann incluida, puede que os parezca un poco exagerada. Sin embargo, en
Los Cuentos hay también lugar para lo cómico (como lo demuestran las figuras de los criados), y aunque es una idea atrevida, me parece que no desentona.
El acto de Antonia nos sitúa ante el escenario y la orquesta.
Va a ser el momento cumbre de la noche.
Ruth Ann Swenson canta bien Antonia, tal vez sin esa fragilidad delicada que le daban Cotrubas o de los Ángeles, ni ese lirismo poético y emocionante de Norman o Eda-Pierre. No me quejo. Es enérgica, está bastante acojonada por lo que sucede a su alrededor (quién no lo estaría?), y si no muriera llegaría a ser una estrella fugaz del Met.
Los couplets de Frantz son otros de los momentos cómicos de la obra, muy bien interpretados por el gran
Michel Sénéchal. Su aparición es un perfecto remanso de humor en la tensión creciente de este acto.
Bryn Terfel me parece que es otro de los que están excelentes. Tal vez le falte individualizar algo más a los Enemigos, pero no resulta tan monocromático como a lo mejor cabría esperar: su Miracle es aterradoramente histriónico e inquietante, su Dapertutto en Venecia muy cerebral y frío, su Coppélius pierde la paciencia enseguida, y su Lindorf en el prólogo es muy despiadado y muy segnorial.
Aquí, como "Miracle-director de orquesta" empuja a la diva hacia su perdición, mientras Hoffmann y Crespel asisten horrorizados a la ceremonia desde el foso orquestal. Algunos momentos alucinantes, como la sesión de espiritismo en la silla, el momento en que la orquesta ficiticia ocupa su puesto mientras la orquesta real de la Bastilla toca, o la aparición, literalmente en escena, de la madre de Antonia (una Donna Anna de ultratumba) redondean un acto magistral, que sirviéndose de la magia de la ópera reflexiona sobre la propia magia de la ópera.
Tras lo presenciado, es de remarcar que nada más levantarse el telón en el siguiente acto, el público aplaude, y no es para menos.
Qué es lo que vemos ahora? Si en el Prólogo estábamos entre bastidores, en Olympia estábamos sobre el escenario, y en Antonia estábamos ante el escenario y la orquesta… en Giulietta estamos en la platea. Una platea movediza que sugiere el agua de los canales venecianos, desde la que asistimos a una obra en la que todos son títeres en manos del regista Terfel-Dapertutto, sobre todo la Giulietta de
Uria-Monzon.
Con un estilo a lo femme fatale del Hollywood de los 40, Uria-Monzon canta una Giulietta que aunque carece del misterio y del glamour de una Studer, resulta seductora y salvaje (en la línea de una Agnes Baltsa). Shicoff aprovecha por cierto para pegarle un par de morreos bien dados. Método Stanislavsky lo llaman.
Curioso que hayan elegido el
Scintille Diamant para que lo interprete Terfel, en vez del
Tourne, tourne miroir, cuando por aquel entonces hasta el vecino del quinto sabía que el aria del diamante es más apócrifa que el
Necronomicón y los
Cantos de Ossian. Aunque es tan preciosa…
El también apócrifo septeto, donde cada personaje se vuelve una especie de marioneta cuyos hilos son manejados por Dapertutto, es insertado haciendo que tenga sentido dramático, lo cual no siempre es el caso.
Una vez obtenido el reflejo de Hoffmann, Giulietta desaparece entre el público, para convertirse en espectadora…
El último acto comienza con una especie de « recuerdos de Hoffmann »: resulta que todas las mujeres que ha amado/imaginado nuestro poeta poseen un objeto en común, un hilo conductor las borda en un solo dibujo… (ya os digo que Carsen ha cuidado mucho los detalles).
Especularmente, el epílogo reproduce inversamente el prólogo, es decir, barra de bar- Musa a la luz de la luna.
Se cierra el círculo de
una de las versiones de referencia de esta obra.