De Escocia a Sandwike. La evolución del Holandés.
Como hemos comentado, la fuente principal del libreto la hallamos en el capítulo 17 de “
Las Memorias del Sr. von Schnabelewopski”, de
Heine. En el, nos encontramos al autor asistiendo a una representación teatral del Holandés Errante.
Heinrich Heine
La temática sin embargo era ampliamente conocida, y narrada en varias obras y leyendas: el Holandés, en algunos textos llamado Van der Decken, transgrede las normas y es castigado. La materia del pecado es variable según quien nos la cuente: según la historia mas conocida (y que explica el Holandés en su monólogo) desafió al diablo afirmando que no cesaría en su empeño hasta doblar un cabo (el Cabo de Buena Esperanza se suele decir), “
y Satán le oyó, y le tomó la palabra”, como nos cuenta Senta.
Otras fuentes nos cuentan que navegó en Viernes Santo, o incluso hablan de crímenes horrendos cometidos en el barco, o de una partida de dados con el diablo en la que el capitán perdió su alma. Igualmente, Dios, Satán, o un angel, según, le condenaron a vagar eternamente por el mar, y a veces se dice que a provocar la muerte de quienes vieran su barco. Ni Heine ni Wagner le dan mayor importancia al pecado que causó la condena. La leyenda habla de barcos perdidos en el mar que de pronto encuentran otro navío, de rojas velas, cuyos marineros les entregan cartas para que las entreguen a seres queridos que hace mucho tiempo que han muerto. Ese tema si es utilizado, en el tercer acto, cuando los marineros y las chicas del pueblo interpelan a la tripulación del barco fantasma.
En el libro de Heine, sin embargo, existe una posibilidad de
redención para el personaje, lo que sin duda captó la atención de Wagner: cada siete años, el Holandés tiene permiso para tocar puerto, para buscar una mujer que le sea fiel (“
El diablo, tonto de él, no tenía mucha confianza en la fidelidad de la mujer”, se ríe el escritor.) . Si lo consigue, la maldición cesará y podrá descansar. Heine, socarrón, comenta cuántas veces el Holandés gustoso huiría de la rutina conyugal para volver a errar felizmente en el mar.
Bueno, en un momento dado el Holandés conoce a un comerciante escocés que le ofrece la mano de su hija tras un enriquecedor trato comercial. La dulce escocesita espera en casa, la vista perdida en un retrato del condenado en traje español de Flandes, y tras conmoverse con el relato de las desdichas del marino, le promete fidelidad hasta la muerte.
En ese momento Heine se entretiene con una señorita de sonrisa serpentina que deja caer indolentemente una peladura de naranja sobre su cabeza, en el teatro, y con la que suponemos que tiene un interesante intercambio. Solo se incorpora a la obra al final, cuando
Heine escribió:
“la Señora Holandés Errante se retuerce las manos con desesperación, mientras se ve a su desdichado esposo en la borda de su barco,. El la ama y no quiere ser el culpable de su perdición: le confiesa su terrible destino y la horrible maldición que pesa sobre el. Pero ella grita con voz tonante: “¡Te he sido fiel hasta ahora, y conozco el medio para permanecer fiel a ti hasta la muerte!”. Con estas palabras la fiel mujer se tira al mar y la maldición del Holandés desaparece, él es redimido, y vemos el barco fantasma hundiéndose en el fondo del mar. La moraleja de esta pieza, para las mujeres, es que deberían cuidarse de casarse con un Holandés Errante; y nosotros los hombres deberíamos sacar de ella la lección de que las mujeres, en el mejor de los casos, serán nuestra ruina”.
Wagner toma el argumento de Heine, desprendiéndolo completamente de la ironía del autor, y escribe su libreto sobre el. Añade un personaje inexistente en la trama, el de un cazador, pretendiente de la protagonista (la cual en el texto de Heine se llama Catharina).
En el
primer borrador, redactado en francés y situado, como en la fuente, en las costas escocesas, los personajes no tienen nombre: son el
marinero holandés, el
capitán escocés, la
mujer joven y el
hombre joven. Sin embargo, el argumento ya está bastante terminado, incluída la batalla de tripulaciones. No muestra divisiones en escenas o actos, pero ya hay tres “números” concebidos: la Balada, la canción de los marineros escoceses y la de los noruegos. Este es el borrador que manda a Meyerbeer y el que posteriormente le compra Pillet para
Le Vaisseau fantôme (cuya trama al final no tiene tanto que ver con la historia original).
El
siguiente borrador en prosa está escrito probablemente en la
primavera de 1841, en alemán. No se conserva entero pero muestra ya una descripción poética y llena de fantasía muy cercana al libreto definitivo. La acción sucede aún en
Escocia, y los personajes se llaman
Anna (Senta),
Georg (Erik) y el
Escocés (Daland). Muestra ya la concepción de la ópera en un acto con tres escenas. En el texto versificado final Wagner la llama “Romantische Oper” y la separa en tres “Aufzügen”. Poco después lo cambiaría a “
Romantische Oper in einem Act u. 3 Aufzügen” y finalmente a “
Romantische Oper in drei Aufzügen”. No obstante la división en escenas, el proyecto contempla la continuidad de la música.
Sin embargo, al final de
Octubre de 1842, cuando aparece la posibilidad de estrenarla en Berlin, y pocos meses antes del estreno definitivo en Dresde, Wagner realiza modificaciones sustanciales: cambia la localización de la acción a las costas de
Noruega, sin duda para acentuar el aspecto autobiográfico por el que el Compositor Errante se siente cada vez mas atraído, (también para diferenciarse de
Le Vaisseau, que se iba a estrenar en Paris en aquel momento), y por tanto cambia los nombres de los protagonistas: el
Holandés permanece innominado, y aparecen
Daland,
Erik, y aquella “tjenta” pasa a ser la
Senta que conocemos.
<center>
</center>
El otro cambio es en la estructura de la obra. Quizá presionado por el teatro, quizá con la esperanza de ofrecer algo mas grandioso, “
alla Rienzi”, Wagner separa la partitura en tres actos diferenciados, con entreactos, añadiendo algunos compases para cerrar y abrir los actos (alguno de los cuales es un poco convencional y poco inspirado, todo hay que decirlo).
Don Ricardo nunca escuchó su ópera en un acto. Fue
Cósima, tras su fallecimiento, para su estreno en
Bayreuth en
1901, quien volvió a unificar los actos, de acuerdo con el deseo de Wagner en sus últimos años, con la intención probable de presentar el Holandés (cuya llegada a Bayreuth no era apreciada por todo el mundo) como el primero de los dramas wagnerianos. Preferencias, como las posaderas, todo el mundo tiene una. La mía es la de la representación contínua, al menos escuchándola en casa. Pero escuchada en teatro me parece que en tres actos tiene que funcionar igualmente bien, y las próstatas y vejigas pequeñas lo agradecerán mucho, estoy segura.
La separación en tres actos no fue la última modificación de la obra. Tras el estreno de Tannhäuser revisó la orquestación, disminuyendo el peso de los metales y aligerando los trémolos de las cuerdas. Unos años mas tarde, en el 52, refinó la coda de la obertura y del final de la obra. Pero la modificación mas importante la realizó en
1860, tras la composición de
Tristán e Isolde. Por fín tenía la capacidad técnica o la experiencia vital para reflejar el final de la obra, la transfiguración del Holandés y Senta tras hundirse en el mar, y darle al motivo de la redención y la fidelidad el peso real que requerían como triunfadoras. Añade al final (y paralelamente al final de la obertura) una serie de secuencias cromáticas, basadas en la coda de la balada, que desembocan en una
conclusión catártica “transfigurada”, que remite clarísimamente al final de
Tristan und Isolde.
Wagner escribió:
“Solo ahora que he escrito la transfiguración final de Isolda he sido capaz de encontrar el final adecuado para la obertura del Holandés Errante”