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 Asunto: Sept. 09: DER FREISCHÜTZ 8. Discografía
NotaPublicado: 21 Sep 2009 12:24 
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La versión más genuina de esta obra la firmó Erich Kleiber en 1955, uniendo con una maestría singular y una apabullante naturalidad los elementos populares del singspiel con los intensos rasgos de verdadera gestación de la ópera romántica alemana y todo ello con un exuberante sentido de la teatralidad. No sólo Kleiber es un músico extraordinario, sino que además disfruta con esta obra en lo racional y en lo emotivo. Puede decirse, de alguna forma, que todo está en su sitio: la obertura resulta una completa y trepidante historia, las danzas populares tienen un sabor muy auténtico, los momentos delicados tienen una dulzura sencilla y sincera que conmueve sin empalagar, y la escena de la Garganta del Lobo resulta aterradora. Elisabeth Grümmer es la voz ideal para el rol, limpia y robusta, tenuemente enamorada y muy brillante. Hans Hopf es, en el mejor sentido, una voz "de las de antes", un buen instrumento de tenor dramático, ciertamente tosco en algunos ataques pero capaz de ser apasionante (y no meramente solvente) resolviendo la difícil y tirante parte de Max. Rita Streich es una Ännchen entrañable y juvenil. Max Proebstl pasa apuros en el acto I (ataques al Fa#3 y articulación de las semicorcheas en la canción, segunda vocalización del Schweig –problemas de los que muy pocos se han salvado, por otro lado-), pero la voz es de calidad y sabe ser densa y misteriosa, aunque como actor resulta algo ingenuo. En conjunto, una magnífica muestra del sentido de la música y del teatro de papá Kleiber.




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Sin embargo, y pese al incontestable triunfo de la versión anterior, quizá el mejor acceso en discos a esta obra inolvidable sea la trepidante versión de Carlos Kleiber para Deutsche Grammophone, su triunfal debut en la discografía operística. Dotado de la calidad técnica (y la tranquilidad planificadora) de un estudio de grabación, Kleiber hijo recrea una lectura espectacular de la obra, excéntrica y genial, minuciosa (casi hasta lo maniático) y muy elocuente en los tempos escogidos. Sin duda, se trata de una aproximación más prospectiva que las anteriores, que llega a Freischütz desde la música anterior a esta obra y no desde la posterior, pero sin que eso prive a la música de toda su energía y vitalidad. Gundula Janowitz es adorable; la fe plácida e inquebrantable de Agathe adquiere en sus estáticos modales tintes casi calvinistas. Más problemática resulta la prestación de Peter Schreier, un tenor que reúne (quizá de forma paradigmática) las peculiares características que adquirieron los tenores mozartianos en los años 70: falta de cuerpo y volumen en la parte inferior del centro y en el grave (donde el instrumento suena bastante blanquecino), y falta de brillantez (la palidez del La3 de Lebt kein Gott? escandalizará a más de uno). Sin embargo, el tenor y director alemán es un hombre de una excelente musicalidad, y su expresión es austera y limitada por sus medios, pero siempre bastante certera. Si apriorísticamente consideramos que Max ha de ser un tenor dramático, su prestación es inviable. Si tenemos una opinión diferente, quizá sus atentos acentos y sentido de la línea musical tengan alguna posibilidad. Theo Adam, vocalmente tan discreto como siempre (pica las escalas de Rache en el Schweig), dota a Kaspar, si no de excesivo nervio, sí de una estimable robustez. Brillantísima resulta la Ännchen de la deliciosa Edith Mathis, voz de cierta entidad, más lírica que ligera, manejada por una artista inteligente y totalmente idiomática, menos Despina y más Susanna que lo usual. Franz Crass tiene una gran experiencia en el rol del Eremita, pero su instrumento no tiene la firmeza de años atrás.




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Muy cerca de estas versiones se halla la estupenda lectura de Joseph Keilberth para EMI, que cumplió la citada función pedagógica sobre esta hermosísima partitura hasta el advenimiento de Carlos Kleiber. Joseph Keilberth es, fundamentalmente, un músico cordial, profundo conocedor de la tradición alemana y realiza una aproximación humilde y cariñosa a la obra. Elisabeth Grümmer tiene aquí la ocasión de inmortalizar en estudio uno de sus papeles fundamentales (opción que EMI y Walter Legge no le dieron a menudo), y está radiante. Lisa Otto, un instrumento bastante más endeble que el de otras reputadas Ännchen (aunque siempre una gran artista), está encantada con la parte y se lo pasa bomba volviendo a colgar el cuadro en su sitio y contando la historieta del perro. Rudolf Schock es algo más maduro de lo que cabría esperar de Max, pero tiene muy claro el sentido heroico del rol, y es capaz de evocar tanto la angustia que lo lleva a la Garganta del Lobo (escena que da verdadero miedo) como el sentido final de arrepentimiento y redención. Karl Christian Kohn es un Kaspar más que cumplidor, y la autoridad vocal de Gottlob Frick como Eremita resulta estremecedora.




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La dirección de Eugen Jochum en esta obra ha sido muy alabada, y efectivamente, el pulcro director sabe lo que hace, pero quiere, esencialmente, que Freischütz "suene". La suya no es una lectura que inflame el drama ni sorprenda y sobresalte con ritmos trepidantes. Tampoco la orquesta de la Radio Bávara es un instrumento excepcional. La labor de Jochum es montar y limpiar, abrillantar y pulir. Eso lo hace muy bien. Lo de conmover ya lo hace un poco menos bien, función que deja más encomendada a su equipo vocal. Pero en conjunto es una lectura válida, optimista, agradable y simpática, que expone con claridad la música de la obra y hace disfrutar de su escucha. Entre los cantantes hay un poco de todo, dentro de un buen nivel. Kurt Böhme es un Kaspar con la voz más desgastada que 10 años atrás para Kempe; desgaste que compensa con cierto histrionismo muy efectivo en algunos momentos (final del acto II) y excesivo y algo vulgar en otros (canción del acto I). Richard Holm (en uno de sus poquísimos estudios) es un tenor con varios problemas (afinación en la zona grave, falta de brillantez y problemas de fraseo) pero también con sorprendentes virtudes (registro de paso y superior en dinámicas suaves), e indudablemente, conoce bien la obra y le gusta. Paul Kuen defiende su canción del acto I con profesionalidad, la voz de Walter Kreppel no tiene una gran solidez pero dota al Eremita de una peculiar cordialidad, y el Ottokar de Eberhard Wächter es joven, enérgico y resplandeciente. El canto de Rita Streich tiene una gran afinidad con el carácter de Ännchen, y saca con alegría toda su música, pero los años comienzan a pesar y la incidencia (más que esporádica) del papel en la zona grave no la beneficia. Seefried es toda una dama del canto, y no se puede discutir que frasea con gusto y conocimiento de las suaves ilusiones y la sincera fe de la muchacha enamorada del tirador, pero en 1959 ya no es joven y la decadencia comienza a hacer mella. La voz no parece de Agathe; canta siempre mezzoforte, falta firmeza y flexibilidad y las notas superiores (y no tan superiores) se le empiezan a resentir.




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Para su moderna grabación en PHILIPS, Colin Davis adopta una visión bastante pesimista ante la obra: el Mal, sin duda, le parece expresivamente mucho más interesante que el Bien, y ello nos conduce a una electrizante escena de la Garganta del Lobo (donde la Philips se descorcha a efectos especiales), pero también a números líricos bastante asépticos. Su cast tampoco es de echar cohetes. Karita Mattila es una Agathe anónima y pesada, Francisco Araiza evidencia cierto cansancio vocal y la emisión, que siempre fue tirante, le conduce a una prestación como mucho solvente pero nunca heroica, Wlaschiha se dedica a hacer de Alberich (en realidad, de Neidlinger haciendo de Alberich) con voz interesante pero agudos abiertos y feos y graves poco presentes, y Eva Lind es una Ännchen con muy poco encanto. Sólo Kurt Moll sigue dotando a su parte de la obligada magnificencia redentora.




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En conjunto, se sitúan claramente por detrás de las grabaciones expuestas tanto las antiguas debidas a Rudolf Kempe y Otto Ackermann como las posteriores de Lovro von Matacic, Rafael Kubelik y Bruno Weil (quien, además de tener un reparto con sus más y sus menos, sustituye el diálogo de las escenas habladas por un reflexivo y filosofante monólogo de Samiel del escritor Steffen Kopetzky, a nuestro modo de ver un disparate y una grave traición a la obra), sólo reseñables por algunas prestaciones vocales aisladas (muy pocas, en todo caso). El caso de Kubelik resulta especialmente doloroso por la gran grabación que pudo ser, ya que la recientemente desaparecida Hildegard Behrens, pese a no ser la cantante apropiada para Agathe, era una aplicada y atentísima artista, René Kollo hubiera rendido el doble unos pocos años antes, Donath está muy bien y el Eremita de Kurt Moll resulta, ya desde esta primera grabación del papel (que, con en paso del tiempo, "haría suyo" con enorme autoridad), imponente.




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Más destacable resulta, en conjunto, la lectura del valiente e intenso Marek Janowski (un enamorado de la obra de Weber), de dirección verdaderamente teatral e imaginativa, a ratos francamente electrizante. Con un reparto algo más atinado probablemente hubiera alcanzado resultados inolvidables, pues están muy bien Ruth Ziesak y el atinadísimo Max de Peter Seiffert -gozando en aquel momento de su plenitud vocal- pero a la Agathe de Sharon Sweet le falta magia y encanto –y comodidad en el agudo- y lo de Kurt Rydl es de juzgado de guardia.




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Omitimos de la relación anterior el caso de Robert Heger, porque no hemos tenido acceso a su grabación. Guiándonos por referencias de otros críticos (Luten, Fraga, Celletti, Martín Triana), sin embargo, hemos de señalar la decepción general producida por Birgit Nilsson, descrita como una Agathe inadecuada, áspera y desafinada, y la controversia en torno a Nicolai Gedda en el rol de Max, inadecuado para Luten y Martín Triana al que, sin embargo, Fernando Fraga ve como referencial en el rol. La prestación de Berry es admirada, pero ninguno de los demás intérpretes (Köth, Förster) despierta mayor entusiasmo.




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Finalmente, a la lectura de Nikolaus Harnoncourt no pueden negársele, de entrada, preciosos hallazgos tímbricos y sincera pulcritud de ejecución, además de un cast respetabilísimo donde se percibe un gran cuidado por la selección incluso de los menores roles. Pero también hay que hacer notar la excesiva tendencia "concertística" y la falta de vida de algunos momentos (una obertura limpia pero no brillante, danzas muy poco danzables), cosa que no se arregla con unos contrastes agógicos muy pronunciados pero rara vez geniales. Lo mejor del cast es el equipo femenino. Orgonasova hace cosas realmente muy bellas en sus arias (el lentísimo Leise leise es de una hermosura acariciante), y esa peculiar y estupenda profesional que es Christine Schäffer hace una Ännchen rica y plena, muy superior a las habituales soubrettes. Wottrich está francamente mal: tiene una vocalidad algo tragada y está muy tirante; el instrumento tiene bastante poca entidad y no es bonito. Salminen tiene una voz riquísima y aunque no sea un ejecutor perfecto, la entidad del instrumento y la maldad casi intuitiva que transmite certifican uno de los Kaspars más impactantes del disco. El inevitable Kurt Moll reaparece con su estupendo Eremita. En conjunto resulta una versión que suena estupendamente, pero que difícilmente conducirá al oyente al intenso relato romántico sobre la bondad y la redención triunfantes sobre la hechicería y el mal, escrita desde el anhelo de una nación alemana en la Europa cambiante y apasionada del siglo XIX.




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En el campo de las grabaciones en vivo, llama poderosamente la atención la personalísima lectura de Wilhelm Furtwängler de 1954, temporalmente muy cercana a la de Erich Kleiber y con un reparto muy similar, aunque los resultados finales acaban resultando muy divergentes. Furt se muestra entusiasmado ante los factores beethovenistas y prewagnerianos de la partitura (de los que extrae una intensidad inconfundible), y sabe también, a su modo, desahogarse en los momentos líricos, aunque en conjunto otorgue a la obra una lentitud y un peso que no siempre le van bien (su lectura alcanza las dos horas y media; comparativamente, una duración muy larga). Grümmer y Streich siguen enamoradas de sus papeles, aunque los tempi de la batuta no les ayuden especialmente. Hopf está más tenso que con Kleiber pero consigue momentos realmente hermosos (final del acto III), y Böhme está más vociferante que lo habitual. El Eremita es Otto Edelmann.




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En la de Karl Böhm de 1972, el entusiasmo del público por la obra se constata desde la ejecución de la obertura. Vocalmente, entre los hombres, a James King se le nota cansado y agobiado por momentos, pero por el contrario, Karl Ridderbusch sorprende como Kaspar, con una voz, en aquel momento, rutilante y de gran valor. Renate Holm no supera la rutina como Ännchen, y finalmente la Agathe de Gundula Janowitz puede que sea algo más vital por hallarse en un escenario, aunque como se dijo, la berlinesa basó este papel, como varios otros, en una visión bastante inmóvil del canto. Eberhard Wächter y Franz Crass son más artistas invitados que unos grandes Ottokar y Eremita.




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La grabación de Wolfgang Sawallisch desde Roma recuerda mucho a la anterior, por la similitud del planteamiento y la presencia de varios nombres en los mismos papeles. La homogeneidad burocrática de Sawallisch (mucho mayor, con todo, que la de Böhm) llega a hacer, por tramos, aburrida esta obra encantadora, brillando sólo puntualmente los solistas, que a ratos están magníficos. La grandísima Margaret Price hace una Agathe dorada, Helen Donath exhibe su resuelto instrumento (aunque no sea la Ännchen más conseguida) y James King está mejor que con Böhm, pero Ridderbusch, por el contrario, está bastante peor.


Del Met neoyorkino procede otra interesante lectura debida a Leopold Ludwig (probablemente un prototipo de lo que llamamos kapellmeister) donde Sandor Konya exhibe sus exuberantes medios (en general, bastante atinados) ante una Pilar Lorengar que todavía conserva buena parte de su encanto y la siempre deliciosa Edith Mathis.



No hemos tenido acceso a las grabaciones no citadas. Asimismo, sólo hemos tenido conocimiento aislado y parcial de las versiones videográficas existentes, por lo que nos abstendremos de una recensión en extenso (tarea que habrá de quedar pendiente hasta un eventual revival de esta Ópera del Mes). De todas formas, por el feliz impacto que han producido en otros foreros (y en nosotros mismos), debemos destacar, desde el punto de vista de la producción, la clásica y kitschísima producción de la Ópera de Hamburgo, protagonizada por Arlene Saunders, Erich Kozub (un valioso tenor difícil de escuchar), Edith Mathis y Gottlob Frick (una recreación tradicionalísima y encantadora, como de capítulo de Pippi Calzaslargas) y la más moderna debida a Peter Konwintschny, perturbadora e impactante, con Charlotte Margiono, Sabine Ritterbusch, Albert Dohmen, Jorma Silvasti y Wolfgang Rauch, bajo la dirección musical de Ingo Metzmacher.

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Quien quiera profundizar en el conocimiento de esta obra o de la discografía aquí comentada, puede seguir nuestros consejos.

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Última edición por Peter Quint el 21 Sep 2009 15:20, editado 6 veces en total

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Así, a posteriori, añadiría unas cosas:

- En la versión de Erich Kleiber se cortó la narración de Anita en el tercer acto (parte de la diferencia en la duración con Furti se debe a esto)

- En la de Carlos se me hace muy cuesta arriba escuchar los diálogos. Me resultan asépticos y faltos de drama, en particular en el caso de Adam. Un nuevo atractivo del registro de Papá Kleiber es la naturalidad y veracidad con que dialogan los cantantes (sobre todo el Samiel más terrorífico que he escuchado)

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Editado chopomil veces para colgar las portadas. Perdón por las erratas y los continuos cambios. Ya no lo toco más :wink:

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Discorgrafía...mi parte favorita :P


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¿La sinfónica de la Radio de Baviera no es un instrumento excepcional? :?

En mi opinión, es una delas mejores orquestas que he escuchado.

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A mí me gustaron más la Filarmónica de Berlín y la Staatskapelle de Dresde. La factura técnica de la orquesta de la Radio de Baviera es muy buena, pero expresivamente me parecieron menos apasionantes que otros. Aunque, nuevamente, eso quizá sea cosa de Jochum (del que, por otro lado, se suelen decir maravillas en esta obra y nuestra falta de entuasiamo -la de Gino y la mía, no piensen que uso el plural mayestático- por su labor es una opinión, en algún sentido, minoritaria).

Cada vez me maravillan más las peculiares reglas de concordancia entre lo que escribimos en internet y lo que luego nos citan los demás. Me parecen un enigma...

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NotaPublicado: 29 Sep 2009 12:25 
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Gracias :D

PD. vais a comentar los deuvedeses?


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Traducción al español por Huan Manwë para phpbb-es.com